




Durante el debate por la designación de la ex jueza Ana María Figueroa en la Cámara de Casación Penal el Senado fue escenario de una discusión a los gritos que exhibió con toda crudeza el nivel inédito de su deterioro institucional.
El radical mendocino Alfredo Cornejo exigió que Cristina Kirchner ocupara el estrado de la presidencia para dar la cara por ser la responsable de la “bochornosa situación” de poner en debate un acuerdo que había perdido el sentido tras la decisión de la Corte Suprema de declarar cesante a la magistrada.
El legislador le reclamó: “¡Cristina: tenés que estar aquí; aquí dando la cara, porque esto es una tozudez tuya! ¡Cristina: terminá de someter a los argentinos a tus problemas!”, lo que fue seguido por el abucheo del kirchnerismo. Una batahola lamentable que intentaba ocultar la verdadera magnitud del problema: con su acuerdo a Figueroa la mayoría oficialista estaba forzando un conflicto de poderes de consecuencias imprevisibles.
A pesar del desafío, la presidenta del Senado no apareció. La razón era obvia: dado el empate entre el kirchnerismo y Juntos por el Cambio, la decisión final quedó en manos de la presidencia, ocupada en ese momento por la presidenta provisional, que votó a favor de Figueroa. Eso impidió que tuviera que hacerlo Cristina Kirchner, lo que hubiese abierto la puerta a la recusación de Figueroa en cualquier causa en la que tuviese que fallar sobre la vice.
Cuando cesó el griterío Cornejo dejó de personalizar en Cristina Kirchner y apuntó al centro del problema. En primer lugar, a la inutilidad del debate público cuando hay mala fe en la argumentación, cuando se miente en forma flagrante o se recurre a sofismas groseros. Puso como ejemplo el caso Maldonado, que el peronismo sigue agitando como un caso de desaparición de persona contra toda la evidencia reunida por una investigación judicial independiente.
La institución parlamentaria se funda en un credo iluminista: la fe en que la verdad surge del diálogo racional y sirve para terminar con los conflictos. La mentira deliberada es deletérea para la democracia.
Pero la corrupción de la palabra es sólo el comienzo del proceso. El deterioro de los cuerpos legislativos ha terminado reduciéndolos a “cajas políticas” como quedó de manifiesto con el escándalo bautizado “Chocogate”, penoso ejemplo de la desnaturalización sufrida por el sistema democrático en los últimos 40 años. Bastiones de la representación popular convertidos en cuevas de las burocracias partidarias.
Por otra parte, cuando Cornejo le pidió a la vice que terminara de someter a los argentinos a sus problemas apuntaba a un hecho inédito: el Senado no funciona cuando su presidenta no consigue imponer su agenda. Dejó de lado una práctica común de los poderes colegiados, convocar a reunión de todos los bloques para definir el temario de las sesiones, para armar la agenda por decreto. Es decir, un Senado para uso personal que tuvo el resultado previsible de bajísima actividad y “grieta” cada vez más profunda. Otra desnaturalización del sistema que lo priva de sentido.
* Para www.laprensa.com.ar
