Hace 21 años caía Marcelo Sajen: El violador serial que aterrorizó Córdoba

POLICIALES José Ignacio
marcelo-mario-sajen-se-suicido-en-diciembre-de-2004-cuando-la-policia-ya-lo-buscaba-WVI4RCZXGO7BFPFM

  • Fecha y lugar clave: 22 de diciembre de 2004, control vehicular en Córdoba.
  • Protagonista: Marcelo Mario Sajen, conocido como "el Turco", violador serial con antecedentes penales.
  • Fiscal involucrado: Juan Manuel Ugarte, decidido a detener la violencia que aterrorizó a las mujeres desde 1991.
  • Presión social: Gobernador José Manuel de la Sota enfrentando protestas de jóvenes clamando justicia.
  • Modus operandi: Ataques sistemáticos a jóvenes solas, evidenciando fallas en la justicia y la policía.
  • Visibilidad de Sajen: Representante del fracaso del sistema que permitió su actividad delictiva por más de una década.
  • Movimiento social: "Podemos Hacer Algo" destaca la resiliencia de las víctimas y la necesidad de responsabilidad de las autoridades.
  • Desenlace trágico: Sajen se quitó la vida tras ser acorralado por la policía, reflejando un problema mayor de violencia de género.
  • Reflexión final: La justicia debe ser un compromiso continuo, no solo una respuesta puntual, para garantizar la protección de todas las voces y erradicar la impunidad.

El 22 de diciembre de 2004, en un control vehicular rutinario en Córdoba, el destino cruzó caminos con la figura de Marcelo Mario Sajen, conocido como "el Turco". Aquel día, un fiscal imbuido de determinación decidía poner fin a la pesadilla que había aterrado a la comunidad: un violador serial que había sembrado el terror entre las mujeres, dejando un rastro de dolor y miedo que se arrastraba desde 1991. 

Sajen, un hombre con antecedentes penales que ya había enfrentado la justicia antes, se encontró en un momento crucial, a pocos días de que su vida diera un giro inesperado hacia la tragedia. El fiscal Juan Manuel Ugarte ponía toda su energía en desarticular una cadena de impunidad que había permitido al depravado operar sin restricciones ni consecuencias. La situación era insostenible, especialmente para el entonces gobernador José Manuel de la Sota, quien se veía bajo una intensa presión social. Las marchas de protesta, lideradas por un grupo de jóvenes mujeres que clamaban justicia, resonaban en las calles de Córdoba, dejando en claro que el silencio y la inacción de las autoridades ya no eran una opción.


La investigación mostró una continuidad terrorífica en el modus operandi del agresor, quien atacaba de manera sistemática a jóvenes solas en la vía pública. La repetición de los patrones de sus ataques planteaba preguntas inquietantes sobre la gestión de la justicia y la policía. Parecía una historia de horror, habiéndose ocultado durante años en un laberinto de ineficiencia y descoordinación, donde las denuncias se dispersaban entre las fiscalías sin un enfoque unificado que pudiera llevar a su captura.


La figura de Sajen emergió con fuerza en este contexto. Su rostro, grabado en la memoria colectiva tras las imágenes difundidas por la prensa, representaba tanto al monstruo como al fracaso flagrante de un sistema que había permitido que su reinado del terror se prolongara durante más de una década. Sin embargo, no se trata solo de su captura, sino de un análisis profundo sobre el entorno en el que estos horrores se desarrollaron.


Las mujeres que se movilizaron en 2004, tras el conmovedor relato de una superviviente, subrayaron una verdad incómoda: la justicia a menudo se olvida de las voces más vulnerables. La incansable lucha del grupo “Podemos Hacer Algo” no solo reveló la resiliencia de las víctimas, sino que también puso de manifiesto la necesidad urgente de que las autoridades asumieran su responsabilidad en la protección de la ciudadanía. 


El desenlace trágico de Sajen, quien se quitó la vida tras ser cercado por la policía, provocó una reflexión profunda sobre el abordaje de la violencia de género y el abuso. Si bien su muerte dio cierre a un capítulo oscuro, dejó al descubierto la ineludible realidad de que detrás de cada caso hay vidas destrozadas, un trauma colectivo que exige atención y recursos. 


En la mirada hacia el futuro, el legado de este caso debe servir como un recordatorio potente de que la justicia no es un acto puntual, sino un compromiso continuo. La transformación en la manera en que se atienden las denuncias de violencia sexual en Córdoba después de 2004 debería ser solo el inicio de un esfuerzo mucho más amplio para erradicar la impunidad y asegurar que todas las voces sean escuchadas. No podemos permitir que la historia se repita, ni que el antaño tolerado silencio de la sociedad vuelva a apoderarse del diálogo público.

Últimas noticias
Te puede interesar
Lo más visto