




En el corazón del nuevo experimento económico argentino late una paradoja; mientras se declama la llegada de una nueva era de responsabilidad fiscal y libertad monetaria, la realidad muestra un gobierno que administra la economía como si fuera una mesa de trading de corto plazo, donde cada decisión se toma mirando el Excel de vencimientos y no el entramado productivo del país.
Luis Caputo, un hombre del mercado antes que, de la política; ha concentrado la gestión económica en operaciones de carry trade, refinanciamiento de deuda en pesos, control de tasas y administración de caja. Pero lo que a primera vista parece habilidad técnica, empieza a revelar un patrón preocupante; el uso sistemático de parches financieros para evitar un estallido, sin atacar ninguna de las causas estructurales de la fragilidad argentina.
El lector podría preguntarse: ¿acaso no está funcionando? ¿No bajó el dólar? ¿No se calmaron los mercados? Sí, pero como en toda ficción financiera, la estabilidad es efímera y carísima. Porque detrás de la aparente calma se esconde una montaña de vencimientos que crece mes a mes, una emisión monetaria contenida pero latente, una demanda de pesos que se desvanece ante el menor cambio de humor, y una economía real que agoniza bajo el peso del ajuste sin compensación.
A medida que se acerquen las elecciones legislativas de octubre, esa calma puede convertirse en vértigo. Porque si algo enseñan los años pares en la Argentina es que la política termina impactando, tarde o temprano, en la macroeconomía. Y si lo único que sostiene el edificio es la credibilidad de los traders que lo diseñaron, entonces no hay programa económico; hay un juego de alto riesgo que puede no salir bien.
La política económica del gobierno argentino bajo la gestión de Javier Milei ha sido defendida con vehemencia como una “terapia de shock” destinada a corregir décadas de desmanejo fiscal y monetario. Sin embargo, detrás del discurso incendiario y la estética libertaria, el verdadero motor de la estabilidad momentánea no ha sido un programa económico integral, sino una mesa de dinero orquestada por el ministro Luis Caputo y su equipo del mismo perfil. Su estrategia, basada en operaciones de deuda de corto plazo, manejo de tasas y emisión contenida pero latente, se asemeja más a la lógica de un “desk de trading” que a la de una gestión macroeconómica responsable.
Este artículo busca advertir sobre los riesgos crecientes de esta política, especialmente en el contexto electoral de 2025, donde el horizonte financiero se tensiona por vencimientos crecientes, volatilidad cambiaria, fragilidad monetaria y una “ilusión de estabilidad” sostenida con alambre.
¿Política económica o mesa de trading?
Desde su regreso a la función pública en solo 5 años, Luis Caputo ha asumido una posición protagónica en la administración de la deuda y la liquidez del sistema. Pero su abordaje no dista demasiado del que tenía cuando lideraba mesas financieras privadas; administrar vencimientos como si fueran posiciones, especular con la curva de rendimientos y confiar en la “psicología del mercado”. En ese contexto, las licitaciones de deuda doméstica se han convertido en el principal instrumento de política económica.
En la última licitación, el gobierno logró renovar apenas el 70% de los vencimientos, y ya venía sin obtener rollover al 100% desde principios de año. Empero, al no alcanzar el rollover completo, el Tesoro recurrió pagar con pesos para cubrir el déficit de refinanciamiento. Desde enero de 2025, la emisión neta por este concepto ha venido en aumento, desdibujando cualquier compromiso serio de disciplina monetaria. El problema no es sólo cuantitativo, sino institucional; el Tesoro ha tomado el control de la política monetaria al fijar la tasa de corte en cada licitación, dejando al BCRA en un rol subordinado. Esta dinámica diluye la independencia del BCRA y socava cualquier ancla nominal creíble.
Una montaña de vencimientos por delante
Los números son elocuentes. Entre mayo y diciembre de 2025 vencen $65,975 billones de pesos (o al cambio pretendido de $1.000 por dólar: u$s65.975 mil millones). Y, en esa lógica, si se incluye el primer trimestre de 2026, el total asciende a u$s82,045 millones. Este calendario de vencimientos representa una amenaza significativa para la estabilidad financiera, especialmente si el gobierno no logra mejorar su capacidad de “rollover” (renovación mediante licitaciones previas a los vencimientos).
Gráficamente, la acumulación de vencimientos compone una curva explosiva en un país donde no existe mercado voluntario de deuda. Cada licitación se transforma en un evento de alto riesgo, y la sensibilidad a la tasa -y a la percepción política- se incrementa. Octubre, mes de las elecciones legislativas, es históricamente un punto de inflexión en la aversión al riesgo, lo cual puede precipitar-digamos, desde julio o agosto-un retiro masivo de pesos hacia activos en dólares baratos.
La experiencia ofrece una lección clara; ante la menor duda de continuidad política, el mercado abandona los instrumentos en pesos, obligando al BCRA a intervenir con emisión o reservas. Esta vez, la situación es aún más precaria; la cuenta en dólares del Tesoro está cayendo a u$s 3.064 millones, mientras que sólo el 9 de julio vencen u$s 4.606 millones en bonos Globales y Bonares. Si no se accede a financiamiento externo, no habrá opción, se deberán emitir pesos y venderlos para adquirir las divisas necesarias, alimentando una presión cambiaria en un contexto de reservas exiguas.
El espejismo del equilibrio inflación, emisión y demanda de dinero
Desde la ortodoxia, se sostiene que el programa “cierra” si se evita la emisión monetaria. Sin embargo, la realidad es más compleja. La represión cambiaria parcial y la progresiva pérdida de credibilidad en los meses futuros, hacen que la velocidad de circulación del dinero a plazo fijo o de la “no renovación de los bancos” se dispare ante cualquier shock de expectativas. La reciente flexibilización cambiaria y el avance tecnológico, además, permiten reconfigurar portafolios en segundos, hoy se puede pasar de plazos fijos a depósitos transaccionales, o directamente a dólar.
Este comportamiento hace que los agregados monetarios tradicionales (M2, M3) pierdan capacidad de anclaje. Como resultado, incluso una emisión moderada puede tener efectos desproporcionados sobre los precios o el dólar. El supuesto equilibrio fiscal no alcanza si el Tesoro emite para pagar deuda local o financia gastos en contextos donde el rollover fracasa. Así, la nominalidad se sostiene sobre un hilo.
Para colmo, el propio gobierno sabotea el cacareado objetivo de recapitalizar el BCRA. La reciente transferencia de $12 billones en utilidades del BCRA al Tesoro es un ejemplo claro; se deteriora la hoja de balance del banco emisor para cubrir agujeros fiscales, sin ninguna mejora en la confianza del mercado. El resultado es una deuda consolidada Estado-BCRA más opaca y riesgosa.
El acuerdo con el FMI es más contabilidad creativa que consolidación real
Uno de los principales logros que exhibe el gobierno es el acuerdo con el FMI. Pero lo que se “evitó”, fue un colapso inmediato de reservas y el default (solo en dólares) que podía venir por los u$s18.500 millones que vencían en los próximos 12 meses. No se obtuvo una solución estructural. Los desembolsos del FMI fueron utilizados para recomprar letras intransferibles del Tesoro y “capitalizar” al BCRA. Sin embargo, la relación deuda/PBI no bajó, y el riesgo país sigue en niveles incompatibles con una vuelta al mercado en 2026. No se puede tomar nueva deuda al 11% en dólares.
El supuesto éxito del gobierno reside en postergar pagos y ganar tiempo todas las semanas. Pero, ¿tiempo para qué? No hay plan económico, no hay política industrial, ni siquiera un esquema serio de estabilización monetaria que contemple la naturaleza bimonetaria de la economía argentina. El único horizonte es la próxima licitación.
¿A dónde va todo esto?
Luis Caputo ha sido eficaz en construir una narrativa de “salvador financiero” que, como todo relato exitoso, se sostiene en la omisión. Omite los costos de su estrategia, que recaen sobre el aparato productivo, los jubilados, los asalariados y las provincias. Omite también que un trader no puede administrar un Estado; su lógica es de corto plazo, de maximización inmediata, de “salir hecho”. Pero la Argentina necesita otra cosa.
El principal riesgo no es una corrida en sí misma, sino la fragilidad estructural del esquema vigente. Cuando el 100% del esfuerzo económico está puesto en sostener un “carry trade temporal” con instrumentos del Tesoro, sin reservas, sin confianza, y con creciente emisión contingente, el margen de maniobra se reduce a cero. Cualquier evento inesperado -político, externo o climático- puede disparar un reacomodamiento violento de portafolios, dejando expuesto al BCRA y al tipo de cambio.
La ironía es que quienes defienden esta política como “libertaria” no están haciendo más que perpetuar la dependencia del Estado argentino de la financiación monetaria, encubierta bajo la figura de “rolleo parcial”. De liberalismo, poco. De pragmatismo financiero, demasiado.
Lo inquietante del experimento Caputo no es su audacia, sino su inevitabilidad. Porque en el fondo, no hay margen; todo está jugado, y todo depende de que el mercado crea que puede sostenerse un castillo de naipes con vencimientos semanales, dólares escasos y emisión diferida. Pero los traders -y Caputo lo sabe mejor que nadie- son los primeros en huir cuando el spread se ensancha y la liquidez desaparece.
El gobierno no está construyendo un futuro; está comprando tiempo. Y lo hace al costo de hipotecar todas las herramientas necesarias para estabilizar la economía en serio. Cada peso emitido para cubrir un déficit de rollover es una chispa más en el polvorín monetario. Cada transferencia del BCRA al Tesoro es una herida al corazón de una entidad que ya no maneja ni la tasa, ni la política monetaria, ni su credibilidad.
Octubre no será solo un test político. Será el momento en que el mercado empiece a preguntarse si la Argentina tiene un plan, o solo tiene operadores. Y cuando llegue ese día, no bastarán más licitaciones, ni más maquillaje. La economía real -esa que el equipo económico no ve desde hace años- pedirá respuestas.
Entonces, cuando el entramado productivo y el conflicto social comience a crujir, cuando las organizaciones y/o el tipo de cambio paralelo rompan el silencio, cuando los vencimientos ya no encuentren suficientes demandantes en las licitaciones, que no se diga que fue un cisne negro. No digan que nadie lo vio venir. La economía no es una mesa de dinero, y el país no es una planilla de trading.
Director de Fundación Esperanza. Profesor de Posgrado en UBA y universidades privadas. Máster en Política Económica Internacional, Doctor en Ciencia Política, autor de seis libros.
Fuente: Ámbito




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