La leyenda cuenta que hace muchos años, cuando José Manuel de la Sota era por entonces el gobernador y dueño absoluto del poder en Córdoba, el caudillo peronista encabezó un asado que casi termina a golpes de puño entre un schiarettista paladar negro y un llaryorista de la misma jerarquía dentro su espacio con respecto a su ocasional rival pugilístico. Hoy, ambos rivales de aquella tertulia siguen ocupando lugares de poder, no sólo en las vertientes del PJ cordobés al que pertenecen, sino también en espacios desde los que saben que pueden incomodar -y mucho- a quienes osen desafiar a sus líderes.
Tanto ellos, como quienes conocen con suficiencia los pasillos del poder en Córdoba saben también que los últimos meses del año que recién termina fueron con una tajante incomodidad entre el gobernador Martín Llaryora y su antecesor, el exmandatario provincial, Juan Schiaretti. Y como diría Sabina, en el cordobesismo admiten que ‘sobran los motivos'.
Que van, desde la insistencia del entorno de Llaryora para que Schiaretti sea candidato en 2025 pero bien lejos de Córdoba, como para que no intente coquetear con un retorno a la gobernación en un par de años; hasta los movimientos que el actual gobernador impulsó en la Justicia y los bloqueos que desde el schiarettismo le pusieron en la Legislatura a algunas iniciativas que tenían detrás la mano de funcionarios que incorporó Llaryora a la actual gestión. Porque saben, tanto en el entorno de Schiaretti como el de su esposa, la senadora Alejandra Vigo, que son foráneos dentro del oficialismo provincial y ostentan un pasado que los condena.
Sobre todo, por las largas recorridas por Tribunales que hicieron, tanto el ministro de Seguridad, Juan Pablo Quinteros, como la titular de Desarrollo Humano, Liliana Montero, denunciando en el pasado a las gestiones de Schiaretti y De la Sota.
El clima es tan tenso que, a pesar de que en los despachos del Centro Cívico observan que Schiaretti es el único con números suficientes como para pararse frente a un armado opositor que incluya a libertarios, juecistas y deloredistas, prefieren macerar su plan B. Ese que Llaryora piensa sin Schiaretti en la cancha y catapultando, tal vez, al próximo candidato a intendente de la capital cordobesa en el 2027.
Los que conocen hace tiempo a Llaryora, y vienen haciendo el recorrido con el actual gobernador incluso desde que antes de que desafiara, también en una Legislativa como la del 2013 al tándem De la Sota-Schiaretti admiten que al hombre le gusta navegar las aguas de la subestimación al que lo quieren someter cada tanto. Y que, desde ahí, con el tiempo devuelve los embates; nunca en caliente, siempre cuando la jugada pasó para que no suene a una reacción contemporánea, sino más bien, extemporánea.
Y que, cuándo lo hace, sabe hasta dónde hundir y hacer escarbar el cuchillo. Casi quirúrgico.
En un año, Llaryora descabezó la cúpula del Servicio Penitenciario y dejó al extitular carcelario durante las gestiones de Schiaretti, dentro de las mismas celdas que él custodiaba. Mucho más acá en el tiempo movió las fichas para ocupar la vacante en el Tribunal Superior con una persona de su confianza, mandó mensajes al máximo organismo judicial cuando empujó desde afuera el proyecto para crear una Cámara de Casación con letra de un opositor friendly como el libertario Agustín Spaccesi y, tal vez, podría hasta haber descalzado la votación unánime para que al frente de la Corte cordobesa continuara como presidente un amigo íntimo de Schiaretti como Luis Angulo. De hecho, Angulo fue la voz cantante en la justicia para salir a rechazar el proyecto de Casación.
Y el único del TSJ que no votó por la continuidad de Angulo antes de las fiestas de fin de año fue Sebastián López Peña, uno de los vocales que tiene muy buena relación con el Ejecutivo provincial y -dicen- es el contrapeso frente al ala schiarettista del máximo tribunal.
La tensión no termina acá. Al contrario, puede ser solo el comienzo. Porque ahora, con el año electoral en marcha, la pelea por la lapicera también será vital entre el socio fundador del cordobesismo y el heredero del modelo que va por la impronta propia para el armado de las listas.
Por ahora, en El Panal entendieron el mensaje de la cotización a la baja que tiene el Partido Cordobés, por lo que es poco probable un lugar expectable para los no peronistas. Pero esto no quiere decir que dejen pasar a los que vengan apadrinados por la otra generación del PJ. "Es el momento de esta camada", repiten y agregan: "para todo, territorialidad, listas, referentes... demasiado bancamos hasta acá", advierten.
De manera tal que no será raro ver una campaña similar a la que imprimió Llaryora por la gobernación y por la intendencia que ganó Daniel Passerini en el 2023. De hecho, este último nombre es también parte de la tirantez del cordobesismo: Llaryora y Vigo coquetean con nombres para despachos en el Municipio y, por el momento, Passerini es más permeable a los gestos y las fotos con el actual gobernador. Que también entendió la importancia de la capital cordobesa como bastión electoral y territorial mirando hacia adelante.
Al contexto, en el llaryorismo lo definen y sintetizan de una manera muy clara: "Martín no es suplente, ni le cuida la silla a nadie. Él va para adelante y tiene su propio proyecto político, independientemente de lo que quiera hacer ‘el Gringo'", le avisan al schiarettismo. Así, la emancipación está en marcha.
Con información de LPO