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Milei se dice seguidor de Alberdi: ¿qué quería el prócer liberal para las escuelas?

NOTICIA DE INTERÉS 19/02/2024 Patricia KOLESNICOV
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Hace unas cuantas entregas que me ocupo de Juan Bautista Alberdi. Y sí. Desde que el presidente argentino Javier Milei dijo que su gobierno abrazaría “las ideas de la libertad, las ideas de Alberdi”, muchos nos pusimos a mirar, más allá del álbum de figuritas de próceres —¿es una antigüedad?— qué decía el hombre que trazó las ideas sobre las que se escribió la Constitución Nacional.

Una Constitución, un conjunto armónico de leyes, claro, define el rumbo de un país. Eso Alberdi lo dice desde el comienzo de Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, el libro donde arma ese cuerpo de ideas.

El político argentino del siglo XIX subraya que cada cosa en su tiempo y si se lo sigue no está mal tomar ese recaudo: no hay verdades eternas en economía y política, un hecho por sí solo no explica nada si no se ve el contexto, una medida sola no arregla nada si no se sabe qué pasa alrededor.

 
Alberdi escribe sus Bases… en el exilio, en Valparaíso. Había dejado la Argentina en 1838, cuando Rosas gobernaba, y en Montevideo había sido parte del periódico Muera Rosas -sí, al pan pan..- donde se escribían linduras como “Si en verdad librar te quieres/ De esas fieras horrorosas,/ Hombres, niños y mugeres/ Griten todos: Muera Rosas!”

Después de Montevideo había vivido en Europa y, desde 1843, en Valparaíso, Chile. En 1852, cuando escribe las Bases… acaba de caer Rosas, ese enemigo enorme. Alberdi propondrá un país federal pero con algo de unitario. O unitario con algo de federal: “Nosotros somos incapaces de federación y de unidad perfectas, porque somos pobres, incultos y pocos”, dice.

Lo de “pocos” le parece un defecto radical. Ya se sabe, Alberdi es el de “gobernar es poblar”. ¿Qué Constitución quiere? “La que sirve para hacer que el desierto deje de serlo en el menor tiempo posible, y se convierta en país poblado”, dice. Poblado de “gente civilizada”, advierte, como contamos en esta nota.

Bueno, entonces éramos pobres, incultos y pocos. Para “pocos” buscamos inmigración. ¿Y para solucionar lo “incultos”?

Alberdi va a hablar de educación pero, como en el caso de “poblar” no cualquier educación. Empecemos por lo que sí: “Como la fuerza y el poder humano residen en la capacidad inteligente y moral del hombre más que en su capacidad material o animal, no hay más medio de extender y propagar la libertad, que generalizar y extender las condiciones de la libertad, que son la educación, la industria, la riqueza, la capacidad, en fin, en que consiste la fuerza que se llama libertad”.

Alberdi elogia la Constitución chilena de esa época porque “hace de la educación pública (artículo 153) una atención preferente del gobierno” y critica la uruguaya porque “no consagra la educación pública como prenda de adelantos para lo futuro”.

Y también —atención— alaba la Constitución de California porque además de indicar que hay que educar asigna recursos para esto: “Aplica directa e inviolablemente para el sostén de la instrucción pública una parte de los bienes del Estado, y garantiza de ese modo el progreso de sus nuevas generaciones contra todo abuso o descuido del Gobierno”, escribe.

Pero qué educación
Dicho esto, Alberdi dedica un capítulo a explicar qué educación conviene a un país que tiene que salir de pobre. “La educación no es la instrucción” se llama el capítulo XII de Bases…

Belgrano, Bolívar y Rivadavia, pone, confundieron educación con instrucción. Y detalla: “Los árboles son susceptibles de educación; pero sólo se instruye a los seres racionales”.

Dice que hace falta lo que Rousseau llamaba “educación de las cosas” y que consiste en “el ejemplo de una vida más civilizada”. Eso, sostiene, se precisa.

Algo más práctico teórico. Más hacia la industria que hacia la filosofía. Y acá vienen algunas frases que hay que tomar con cautela. Como esta:

“La instrucción primaria dada al pueblo más bien fue perniciosa. ¿De qué sirvió al hombre del pueblo el saber leer? De motivo para verse ingerido como instrumento en la gestión de la vida política, que no conocía; para instruirse en el veneno de la prensa electoral, que contamina y destruye en vez de ilustrar; para leer insultos, injurias, sofismas y proclamas de incendio, lo único que pica y estimula su curiosidad inculta y grosera”.

¿Quiere anular la escuela primaria? Dice que no: “No pretendo que deba negarse al pueblo la instrucción primaria, sino que es un medio impotente de mejoramiento comparado con otros, que se han desatendido”.

¿Cuáles son esas cosas que sí conviene que “el pueblo” aprenda? “La instrucción, para ser fecunda, ha de contraerse a ciencias y artes de aplicación, a cosas prácticas, a lenguas vivas, a conocimientos de utilidad material e inmediata”, predica el abogado desde Valparaíso.


Y, en ese sentido: “Nuestra juventud debe ser educada en la vida industrial, y para ello ser instruida en las artes y ciencias auxiliares de la industria. El tipo de nuestro hombre sudamericano debe ser el hombre formado para vencer al grande y agobiante enemigo de nuestro progreso: el desierto, el atraso material, la naturaleza bruta y primitiva de nuestro continente”.

Para la educación secundaria piensa algo parecido: “Los ensayos de Rivadavia, en la instrucción secundaria, tenían el defecto de que las ciencias morales y filosóficas eran preferidas a las ciencias prácticas y de aplicación, que son las que deben ponernos en aptitud de vencer esta naturaleza selvática que nos domina por todas partes, siendo la principal misión de nuestra cultura actual el convertirla y vencerla”, dice.

Y apunta al que es hoy el Colegio Nacional de Buenos Aires: “El principal establecimiento se llamó Colegio de Ciencias Morales. Habría sido mejor que se titulara y fuese Colegio de Ciencias Exactas y de Artes aplicadas a la Industria”.

A la Universidad no le va mejor en la evaluación de Alberdi: “La instrucción superior en nuestras Repúblicas no fue menos estéril e inadecuada a nuestras necesidades. ¿Qué han sido nuestros institutos y universidades de Sud América, sino fábricas de charlatanismo, de ociosidad, de demagogia y de presunción titulada?”, escribe.

Es que cree que la riqueza del país no tiene necesidad de abogados, teólogos, periodistas, nada de eso sino “de geólogos y naturalistas”. El país, dice, no saldrá adelante con periódicos que discutan ideas o con cuentos literarios. “Su mejora se hará con caminos, con pozos artesianos, con inmigraciones”.

Es una idea extendida ¿nunca la oíste? Mi abuelo, que supo lo que era la Argentina del bienestar, cuando todo empezó a decaer creía que el trabajo y el servicio militar ayudarían a arreglar el país. “La industria es el único medio de encaminar la juventud al orden”, escribe Alberdi.

Por eso, dice, manos a la obra: “No son nuestros pobres colegios los que han puesto el litoral de Sud América trescientos años más adelante que las ciudades mediterráneas. Justamente carece de universidades el litoral. A la acción viva de la Europa actual, ejercida por medio del comercio libre, por la inmigración y por la industria, en los pueblos de la margen, se debe su inmenso progreso respecto de los otros”.

La instrucción de las mujeres no debe ser brillante
En fin, es el siglo XIX y aunque en Francia la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la ciudadana ya tenía 70 años y en Inglaterra había obreras textiles, todavía las mujeres no votaban —el primer país donde lo hicieron fue Nueva Zelanda, en 1893— y sus tareas eran mayoritariamente domésticas.

¿Qué dice Alberdi de la educación de las mujeres? Lo previsible: “En cuanto a la mujer, artífice modesto y poderoso, que, desde su rincón, hace las costumbres privadas y públicas, organiza la familia, prepara el ciudadano y echa las bases del Estado, su instrucción no debe ser brillante”.

Se trata de cuidar la moral, como suele ocurrir. “Necesitamos señoras y no artistas. La mujer debe brillar con el brillo del honor, de la dignidad, de la modestia de su vida. Sus destinos son serios; no ha venido al mundo para ornar el salón, sino para hermosear la soledad fecunda del hogar”. Si alguien piensa que esta idea remite a los talibanes, recuerde que pasaron casi dos siglos,

¡A la escuela!
”Peligra el inicio de clases”, dicen por estos días los diarios en la Argentina. Y es porque el gobierno dijo que no transferirá a las provincias el dinero correspondiente al Fondo Nacional de Incentivo Docente ni abrirá la paritaria para corregir los salarios de los maestros en un contexto de altísima inflación.

“El Gobierno va a promover que los días de clases se cumplan y que todos los argentinos que quieran educarse puedan hacerlo, independientemente de la paritaria, que es relevante, pero esa discusión la tiene que dar las provincias”, dijo Manuel Adorni, el vocero presidencial.

Haría falta un medium y no una periodista para saber qué diría Alberdi hoy pero sí podemos ver qué dijo en su momento. Que la educación es una de las bases de la riqueza, que son sabios los países que la sostienen económicamente y que es mejor orientarla a la industria que a Filosofía y las Letras.

Cada uno sacará sus conclusiones.

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Fuente: Infobae

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