El náufrago que sobrevivió 438 días a la deriva comiendo pájaros y pescados
NOTICIA DE INTERÉS Juan Manuel GODOYJosé Salvador Alvarenga es una leyenda viva de la supervivencia. En noviembre de 2012, cuando partió desde la costa del Pacífico mexicano, nunca imaginó que su vida daría un giro tan estremecedor. Aquel día había salido a pescar tiburones, una rutina diaria para este pescador salvadoreño, que llevaba 15 años trabajando en las aguas cercanas a la bahía de Chocohuital y Costa Azul, en la costa mexicana. La lancha blanca de 7 metros de largo parecía ser su único refugio, junto a su compañero, Ezequiel Córdoba, un joven de 24 años que había aceptado unirse a él a última hora, reemplazando a su amigo Ray, que no pudo asistir.
Lo que comenzó como un día común de pesca se transformó en una tragedia. Una fuerte tormenta, impulsada por el viento del norte, desvió el rumbo de la lancha, que terminó a la deriva, sin control, en medio del océano Pacífico. Según contó el propio José Alvarenga posteriormente en su libro Salvador, el motor se dañó y los dos pescadores, sin posibilidades de retornar a tierra firme, quedaron atrapados en un mar inmenso. A 438 días de ese instante, José Salvador Alvarenga emergió de las aguas de manera inesperada, convirtiéndose en un símbolo de la resistencia humana frente a lo imposible.
Según reportes de CNN y The Guardian, los primeros días fueron especialmente duros. Alvarenga contó en diálogo con los medios que él y su compañero intentaron sobrevivir con lo que tenían a bordo: comida para el día y una hielera de casi dos metros de largo para almacenar la pesca. Pero la tormenta se desató con toda su furia, y pronto las provisiones se agotaron. La única forma de mantenerse con vida fue mediante un sistema rudimentario para recolectar agua de lluvia y una dieta basada en lo que el mar les ofreciera: tortugas, gaviotas y los peces que lograban atrapar.
Las horas se convirtieron en días y los días en semanas. La situación se tornó cada vez más desesperante. En el caso de Ezequiel, la fatalidad llegó cuando comió carne de un pájaro en mal estado, lo que lo envenenó y lo llevó a perder su salud rápidamente. Durante días, Salvador se convirtió en su cuidador, prometiéndole que entregaría su cuerpo a su madre una vez que pudiera llegar a tierra firme. Ezequiel murió a las cuatro semanas de estar a la deriva, y Alvarenga cumplió su promesa, navegando durante seis días más con su cadáver, hasta que, ante la descomposición, decidió lanzarlo al mar.
La soledad se apoderó de Alvarenga, pero nunca dejó de luchar. Sobrevivió bebiendo su propia orina y, en los momentos más extremos, la sangre de los animales marinos que cazaba a mano. A medida que los días se alargaban, Salvador no solo enfrentaba el hambre y la sed, sino también su propia psique. “A los cinco días me entregué a Dios”, confesó en una entrevista posterior. “Recé todos los días, no pensaba en nada más que en salir de ahí con vida”.
Un reencuentro con la vida… y con la justicia
Finalmente, el 30 de enero de 2014, después de más de un año a la deriva, cuando Salvador ya no podía más, divisó un terreno en el horizonte. Luchó contra las olas, hasta que, exhausto, su lancha volcó. Nadó hasta la costa, y se desmayó tan pronto como pisó tierra firme. Cuando despertó, vio a dos mujeres a su lado hablando en un idioma que no entendía. Había llegado a las Islas Marshall, a más de 10.000 kilómetros de distancia de su lugar de origen.
Su regreso a la vida no pasó desapercibido. Alvarenga fue rápidamente identificado como el náufrago, y su historia causó conmoción. El mundo entero se interesó por conocer los detalles de su supervivencia. Lo que parecía un milagro se convirtió en una lección de resistencia humana.
Sin embargo, la historia de Alvarenga no terminó ahí. Cuando regresó a su tierra natal, Salvador encontró que su historia no solo despertaba admiración, sino que también era objeto de controversia. La familia de Ezequiel Córdoba, su compañero de pesca, lo demandó por canibalismo, acusándolo de haberse comido el cuerpo de su hijo después de su muerte. Le reclamaban un millón de dólares en indemnización, alegando que Salvador había recurrido al canibalismo para sobrevivir. Éste, por su parte, insistió en que había querido cumplir con la promesa de devolver el cuerpo de su compañero a la familia, pero la descomposición del cadáver lo obligó a arrojarlo al mar, tal como explicó en su libro, Salvador.
El abogado defensor de Salvador, Ricardo Cucalón, calificó la demanda como un intento de lucrar con los derechos de autor del libro, que relató su historia de supervivencia. Según contó Cucalón en el juicio, la familia de Ezequiel estaba tratando de obtener ganancias de la tragedia.
El libro y su impacto global
En su libro, Salvador compartió su relato de supervivencia con el mundo, detallando los momentos de desesperación y la voluntad inquebrantable de mantenerse con vida. La obra, titulada Salvador, no solo cautivó a sus lectores, sino que también reveló las profundas cicatrices emocionales que dejó el naufragio. Salvador confesó que, aunque logró regresar a su país, no pudo dejar atrás la sensación de estar a la deriva, incluso después de su vuelta a tierra firme. Además, desarrolló una fobia a las multitudes y pesadillas recurrentes sobre el mar.
Después de pasar por una serie de controles médicos en Hawaii, a su llegada a El Salvador, el presidente y el gobierno prepararon un recibimiento, centrado en su bienestar físico y emocional. Para la familia de Salvador, fue un momento de reencuentro y alivio, pero también de reflexión sobre lo vivido y lo que aún quedaba por sanar.
El nombre de Salvador Alvarenga, que antes era solo el de un pescador en las costas mexicanas, hoy es sinónimo de resistencia, de un hombre que no se dejó vencer por la adversidad. Su historia, marcada por la lucha por la vida y el peso de las decisiones tomadas en circunstancias extremas, seguirá siendo recordada como uno de los relatos más impactantes de supervivencia en la historia moderna.
Fuente: Infobae