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La ESMA fue nombrada patrimonio mundial de la humanidad por UNESCO

NACIONALES Alberto AMATO
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Fue el mayor centro clandestino de detención de la última dictadura militar. El mayor de los conocidos. La ESMA, (Escuela de Mecánica de la Armada) tal vez podría competir en ferocidad y cantidad de víctimas con el centro que funcionó en Campo de Mayo y en manos del Ejército, del que no hay cifras y acaso tampoco sobrevivientes. Por la ESMA pasaron cerca de cinco mil secuestrados, no hay listas; y si las hay, permanecen ocultas desde hace casi medio siglo. Todos fueron torturados, mantenidos en cautiverio en condiciones infrahumanas, para ser asesinados luego de maneras diversas, desde la bala hasta la inyección letal, o el llamado en la jerga de los represores “pentonaval”, la anestesia que le aplicaban a los detenidos antes de cargarlos en un avión y arrojarlos, vivos, al Río de la Plata o a las estribaciones del Atlántico.

Desde la ESMA salieron los llamados vuelos de la muerte, destinados a que aquellos cadáveres vivos desaparecieran para siempre en las aguas, ya cadáveres definitivos. En muchos casos no se dio. A las costas uruguayas fueron a parar algunos cadáveres de la ESMA, entre ellos el de Floreal Avellaneda, un chico de catorce años que apareció empalado; en las playas agrestes de Santa Teresita y Mar del Tuyú salieron a flote muchos cadáveres de los vuelos de la muerte, entre ellos los de las religiosas católicas francesas Leonie Duquet y Alice Domon, secuestradas en diciembre de 1977 en la Iglesia de la Santa Cruz junto al grupo fundador de Madres de Plaza de Mayo.

A la ESMA fue a parar el cuerpo herido de la adolescente Dagmar Hagelin, una chica sueca baleada por el entonces teniente Alfredo Astiz, que la confundió con María Antonia Berger, que era a quien buscaba; Berger era uno de los tres sobrevivientes de la masacre de Trelew, ocurrida en la base naval Almirante Zar en agosto de 1972. En la ESMA, el pasillo que conducía a las salas de tortura lucía un cartel sarcástico: “Avenida de la felicidad”. En esas salas fueron convertidos en harapos los cuerpos de miles de personas. Fue en la ESMA donde su director, el almirante Rubén Chamorro, junto al jefe de la Armada, almirante Emilio Massera, bajó a las mazmorras de aquel mundo subhumano e invitó, en nombre de la cristiandad, a brindar juntos, verdugos y víctimas, por un inminente celebración del nacimiento de Jesús. “Feliz Navidad”. Ese fue el brindis.

Fue en la ESMA a donde fue a parar el cuerpo baleado del escritor Rodolfo Walsh, figura de la dirigencia montonera, ya disidente con la jerarquía guerrillera; y fue en la ESMA adonde llevaron también a Norma Arrostito, fundadora de la guerrilla peronista “Montoneros”. A Arrostito, las fuerzas armadas la dieron por muerta en un enfrentamiento en diciembre de 1976. No era verdad, ni el enfrentamiento, fraguado, ni la muerte de Arrostito. En la ESMA fue salvajemente torturada, la desfiguraron a golpes y la exhibieron, como trofeo de guerra, ante delegaciones de las otras fuerzas armadas y ante los propios cautivos. Un domingo de enero de 1978, los testimonios citan al oficial Jorge Acosta, cabeza del Grupo de Tareas 3.3.2, la “unidad operativa” de la ESMA, le aplicaron una inyección letal. Su cuerpo fue arrojado a las aguas en uno de los vuelos de la muerte.

Aquel infierno tuvo un mentor y una intención. El almirante Massera tenía entre manos un proyecto político para llegar, acaso como un nuevo Perón, a la presidencia de la Nación. Hasta fundó un partido político, Partido para la Democracia Social, y un diario, “Convicción” a los que imaginó sostén de su carrera política. Casi le sale bien.

Como cabeza de la Armada, Massera recibió de buen grado el reparto de tareas que las tres fuerzas armadas diseñaron para ejercer el poder después del derrocamiento de Isabel Perón el 24 de marzo de 1976. A la Armada le tocó asumir la responsabilidad de reprimir al peronismo, a la guerrilla Montoneros, a los dirigentes políticos y gremiales y estudiantiles afines, a los simpatizantes y, como proclamó uno de los generales del “proceso” hasta a los indiferentes. El Ejército, con jefes y oficiales con simpatías, cuando no adhesiones, hacia el peronismo, se ocupó de reprimir a la guerrilla nucleada el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), el brazo armado del PCR, Partido Comunista Revolucionario.

La estructura legal de la represión al terrorismo estaba cifrada en la Armada en el PLACINTARA 75 (Plan de Capacidades Internas de la Armada 1975). El documento, que fue presentado en sociedad durante el Juicio a las Juntas de 1985, detallaba uno a uno los pasos legales a dar para la captura de los terroristas. En la ESMA todo fue ilegal. Por sus puertas salieron las “patotas” operativas que violaban domicilios, secuestraban personas, robaban sus bienes, y ponían a las víctimas en manos de sus torturadores. Los cautivos eran hacinados en “Capuchita”, el altillo del casino de oficiales de la Escuela, “tabicados” según la jerga, que quería decir con los ojos vendados, aislados unos de otros por una plancha de corcho o de telgopor, engrillados, encadenados, faltos de aire y de luz, bajo vigilancia constante y custodiados por jóvenes aspirantes a suboficiales que cursaban su carrera en la ESMA, a los que llamaban “Pedros”.

Otro sector de reunión de detenidos era “Capucha”, en el tercer piso del edificio, albergaba a una mayor cantidad de cautivos que “Capuchita”, que permanecían también vendados y encadenados, sobre colchones tendidos en el piso y en cubículos no mayores a los dos metros de largo por setenta centímetros de ancho. Todos los sometidos habían perdido su nombre y apellido al ingresar y eran identificados todos por un número.

El horror de la ESMA quedó revelado por los duros testimonios dados por quienes pasaron por ese campo de concentración y sobrevivieron a la tortura y al capricho de los verdugos. En “Capucha” y “Capuchita” había un día de terror entre los secuestrados: los miércoles; ese era el día de los “Vuelos de la muerte” y los condenados eran llamados por sus números, lo que para todos equivalía a una diabólica sentencia anticipada. Los testimonios hicieron algo más que revelar el horror: pusieron nombre y apellido a víctimas y a victimarios. En la ESMA funcionó una oficina para falsificar documentos de identidad, pasaportes, credenciales y lo que hiciera falta. También se tomaron fotos de los secuestrados.

Quien tuvo a su cargo esa “oficina” fue Víctor Melchor Basterra, un obrero gráfico que fue secuestrado junto a su esposa e hija en agosto de 1979. Estuvo cautivo hasta al retorno a la democracia, en diciembre de 1983 y, hasta 1984 bajo libertad vigilada por quienes habían sido sus captores. Fue Basterra quien en su calidad de gráfico, y por su talento, fue el dueño de las fotos de la ESMA. A riesgo de su vida guardó copias de las caras de represores y de víctimas, las ocultó en cajas de papel fotográfico sensible y, cuando estuvo bajo libertad vigilada, las sacó de la ESMA y las ocultó en su casa. Las aportó como prueba, irrefutable, en el juicio a las juntas militares celebrado en 1985.

Massera tenía un plan político. Estableció en la ESMA una doble categoría de secuestrado: los “irrecuperables” y los “recuperables” o “quebrados”. Los primeros fueron asesinados. Los “recuperables” trabajaron como mano de obra esclava para las aspiraciones del almirante. Tenían un sitio especial en la ESMA: “La Pecera”, un salón con una mampara de vidrio, como los estudios de radio, en los que ex montoneros hacían análisis políticos, llevaban un recuento diario de información nacional e internacional. Otros se avinieron a salir con en los autos de “la patota” para “marcar” a miembros de la guerrilla que deambularan aún por las calles. Entre los “recuperados” hubo tres secuestradas que fingieron serlo, lograron que la Armada las enviara a Europa con los pasajes pagos y, una vez en Suecia, denunciaron los horrores de la ESMA. Si en aquel espanto hubo sobrevivientes, se deben a las ambiciones políticas de Massera.

Fue desde la ESMA de donde salió la idea del Centro Piloto de París, una oficina de propaganda instalada en la capital francesa con la misión oficial de “lavar la cara” de la dictadura y la extraoficial de infiltrar al grupo de exiliados argentinos en ese país. El Centro Piloto está sospechado de haber acordado con Montoneros una supuesta tregua política y militar durante el Mundial Argentina 78. A la versión nunca comprobada de una reunión de Massera con el jefe montonero Mario Firmenich en París, se le adjudica el asesinato de la diplomática Helena Holmberg que llegó a la Argentina en diciembre de 1978 para denunciar aquel entuerto y figura hoy como desaparecida.

Fue en la ESMA donde Patricia Derian, enviada del presidente de Estados Unidos, James Carter como subsecretaria de Estado para la Democracia, los Derechos Humanos y el Trabajo se entrevistó con Massera. Si sabemos qué se dijeron entonces, es porque Derian dio testimonio en el juicio a las Juntas. Dijo que Massera le dijo que la Armada no torturaba, que todo el desastre de los derechos humanos se debía a la incapacidad del general Jorge Videla, que muertes y torturas eran cosa del Ejército y que la Armada daría una lista de los detenidos en sus manos. A una pregunta de Derian, el almirante frotó sus manos y le respondió: “¿Usted sabe lo que hizo Poncio Pilato?”. En 1985 Derian dijo a los jueces de la Cámara Federal que durante toda la entrevista con Massera había sentido que bajo el piso que pisaban sus pies, en ese mismo momento se torturaba a seres humanos.

La UNESCO ha declarado al Museo de la ESMA patrimonio de la Humanidad. Es una manera de reafirmar el viejo axioma griego, o persa, o romano, a quién le importa eso ahora, que pedía: “Que le arranquen un ojo a quien recuerde el pasado. Y los dos a quien lo olvide”.

Fuente: Infobae

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