El tiempo - Tutiempo.net

La vida es un teatro y yo me cago de risa

PARA LEER EN PANTUFLAS 05/03/2023 Agencia de Noticias del Interior Agencia de Noticias del Interior
IMG_20211128_085711

jose ademan Por José Ademan Rodríguez

jar jar

Me asomo a la ventana del piso donde vivo y miro pasar la gente... todos sonámbulos con móviles y perros y patinetes... son como seres abducidos por una siniestra maquinación conspiranoica para descerebrarlos... Es entonces que me digo si no sería conveniente que los saque de esa influencia maléfica... y también pienso que si tuviera la ocasión de verlo a Pablo Iglesias me bajaría para darle un cachetazo en la nuca o tocarle el culo, porque es un tipejo asqueroso, me daría mucho morbo hacerlo…

Pero de repente lo veo a mi hijo que mira arriba hacia mi ventana por si me ve... entonces la abro y hago una perfecta imitación de ese viejo ladino que era Perón con la voz cascada y mucha gente me mira: ''¡Cooompañeros! Les hablo desde la Casa de Gobierno, aquí donde se acrisolan y se funden los anhelos del pueblo argentino...''

Mi hijo huye, le da vergüenza que me vean los vecinos que me conocen... seguro pensarán ''Ese creo que es el dentista... está tocado, pobre, quizás le afectó la jubilación''. Yo me cago de risa.

Es que la vida es un teatro.

Hay artistas de la calle. El mejor para mí fue Gene Kelly en Cantando bajo la lluvia. Otro es Roberto Benigni en La vida es bella.

O el Rudy Arrieta a quien, en los años 80, le hice cantar aprovechando un mitin de políticos. Les pedí el micrófono en plena área peatonal frente a la iglesia de la Merced para que el Rudy entone ''Córdoba de antaño''. Su voz traspasó todo el ámbito, fue la mejor versión que escuché del vals de su papá... Artistas de la calle, ¡cuánto le debe la gente!

Después, esta el artista de oficina y el talento de ese fabuloso poeta y periodista que fue Pancho Berra. Cierta vez, le dio una lección de aplastante y pedagógica ironía a un “jefe” de esos que no sugieren, sólo prohíben. Éste había ordenado colocar un cartelito de reglamento interno de la emisora con el siguiente texto: ''Prohibido presentarse a trabajar sin corbata''. Al otro día, llegó Pancho con la camisa abierta. “Usted no sabe leer”, le increpó el director al punto. - “¡Ah! ¡La corbata!... Mire jefe, acá está”. Y sacándola del bolsillo se la restregó púdicamente por las narices. “Como usted verá, señor director, no dejo de presentarme sin ella”. Seguro que Pancho pensó: “Yo trabajo con mi cerebro, que no necesita corbata”. Pero era tan respetuoso que jamás hubiera molestado a nadie con una ironía peyorativa.

Todas las personas tenemos algo de artistas. Sin llegar a equipararnos con las actuaciones memorables de algunos actores; los duetos famosos como Robert Redford y Paul Newman en ''Butch Cassidy'' o la de Lawrence Olivier y Michael Caine en ''La Huella'' o Susan Sarandon y Geena Davis en ''Thelma y Louise''; aunque para mi más grandes del arte cinematográfico fueron Bette Davis y Joan Crawford en ''Qué fue de baby Jane?''.

También merecen especial mención los artistas del abordaje callejero.

Es de reconocer que los que saben usar la parla justa vienen de la calle; animaron bailongos de barrio, presentadores de concursos de misses, recitadores escolares, han vendido en los ómnibus hojitas de afeitar ...“para la barba del señor y las piernas de la patrona, que quedarán hechas una seda”..., peines y lapiceras que escriben en cinco idiomas y pintan todos los colores : “Su atención, por favor -al estilo sala de embarque. Soy padre de diez hijos, no tengo trabajo y no cobro paro. Apelo a la buena voluntad de todos ustedes con una pequeña ayudita. Para ustedes la última novedad del mercado... todo por un peso; y por el mismo precio se incluye esta finísima pulsera de oro para quedar bien con su suegra, y todo por un peso! Un miserable peso, parece mentira, compruébelo usted mismo”. Esa es la mejor universidad del artista callejero.

El chino Torri, imitando a Agustín Magaldi y a los relatores de Buenos Aires, a políticos, en los bailongos de barrio, tuvo su mejor preparación para más tarde convertirse en el mejor relator de boxeo de la historia de la radio argentina.

Y desgraciadamente también existen los artistas del crimen que siempre van por delante de las fiscalías, detectives y pesquisas. Son orfebres, diseñadores y ejecutores de los crímenes más macabros.

El argentino puede ser un artista, pero es el revés de la erótica en la osamenta. Tiene como lastres tristones de tango. Es como si estuviera permanentemente en estado de tensión, creando mundos de la nada, siempre tenso, como para atajar un penalty, e intentando crear impacto, ya sea con dinero, alardes, tretas o labia. Por eso no me gusta ir a los clásicos asados de la clase media en Argentina. El prototipo argentino de larvada violencia está en la clase media. Bien merecido tiene el sambenito de tristes, no les vibra el cuerpo como a los brasileños con el samba, o a los venezolanos con la salsa, o a los colombianos con cumbias, o a los chilenos con sus cuecas; los gitanos transforman sus penurias con flamenco, los italianos se agitan con tarantelas, los campesinos bávaros que llegan a Münich temprano a vender lechones chupan cerveza y cantan con acordeón desde las diez de la mañana hasta las diez de la noche. ¡Y no hay otra! En Argentina, salvo que te vayas a la casa de mi gran amigo (fallecido) Hugo Kobylanski, donde teníamos canto y baile: pasodoble, mazurca, sirtaki, havaneras, borombombón, balalaika, fado, tango, sevillanas, twist, pechito con pechito, rock, sardana... y estaba terminantemente prohibido hablar de viajes al exterior, ya que cuando entrabas te daban un billete para hacer viajes al interior de uno mismo transportado en carcajadas.

 

Mi compañero Marcos Marchini fue en Córdoba el intérprete de tango que más me emocionó, pues lo hacía con el alma.

Aquí tenemos a los andaluces de Sevilla o Cádiz, con sus calles hasta los topes de gente que sale y entra de los bares, con la risa bailándole en el estómago, junto con los vinos y el jamón serrano. Y todos con la necesidad de salir de la casa a contarle al primero que se tenga a mano sus penas y alegrías, o simplemente para hablar del tiempo… como en el área peatonal de Córdoba. Y el chau de vereda a vereda.

¡Y me hace acordar a la felicidad de esas noches de Carnaval en Río Cuarto, cuando niño en los años 50!, máxime en una época y una ciudad llena de prejuicios. Era el momento del ¡atrévete!, de cambiar la personalidad más frecuente por otra disfrazada. Las muchachas de servicios podían por la gracia del dios Momo convertirse en marquesas. La modista no estaría a los pies de ninguna señorona hincada con alfileres en la boca; esa noche brincará a su aire en el Lido o El Colonial, y en una de ésas le quitaba el marido a alguna que no le pagó un vestido. Y el carnicero será pastor, y el corto de genio se volverá esquizofrénico; y el laburante, de bacán, y el cobarde de gorila. ¡Eso sí era un desfondar de todo lo que uno no se atrevió a hacer o ser durante el resto del año! Necesario escape en una ciudad de costumbres pacatas, escasa de héroes y locos que se atrevan a ser románticos y singulares, a ser ellos mismos, a sacar la auténtica entraña subyacente, sin temor al "qué dirán". Alguno que piense que Blancanieves, por ejemplo, quiso disponer de su cuerpo y se divorció del príncipe para juntarse con un enanito, o con todos a la vez, y se montó su propio carnaval... Y aplaudirle. Y monjes franciscanos se pondrán de novios con milongueras casquivanas y grelas de luna mordida… Y comprenderles.

En Barcelona, el lugar (único en su tipo) donde mejor se expresa el carnaval cotidiano, ése sin calendario del exceso por defecto de vida reglada, es en las Ramblas. Ahí se monta un auténtico carnaval, sin necesidad de harina, ni narizotas, ni coloretes, ni falsos chaplines. Pero según qué caso, no por pura diversión, sino para poder comer. En ese paseo se anda con los pasos desandados, como surgiendo de las catacumbas hacia las candilejas. Son superhombres de la subsistencia, como el rapsoda de cinco duros por sesión. Pintores que crean paisajes y figuras con tiza en el suelo, amenazados por el cielo gris envidioso de colores, que al desplomarse en chubasco los reduce a baldosas.

Ahí deambulan... los que presumen de la altivez de ser un desperdicio, los abanderados del "qué me importa", los que un día patearon los ideales, los que creen en el ideario del alucinógeno, los irracionales de ración salteada, gordos de ilusión que se morfaron todos los amagues de la vida y pasaron de largo... y los apátridas sin rumbo de nieve adivinada que entonan el himno triunfal de la derrota.

Por allá van Tarzanes de taco alto, el marmota y la gacela de yeso y carmín; y son cómplices el Nocturno de Chopin y el Sur de Troilo. Cupido, cansado y vejete, colgó las flechas gastadas de plástico de “todo a cien” (porque hace rato se le acabaron las del amor) y trabaja en la sucia vereda de un pub ofreciendo tarjetas de bajo precio. En un rincón, pudoroso, un marqués de Sade se azota con la cadena del inodoro, mientras le regala el látigo al Zorro, luego de pegarle a San Francisco de Asís. Altanero va un príncipe de cartón ante la mirada confusa de un mendigo de verdad, y un trilero con magia engañosa entre los dedos distingue de reojo a su próxima víctima. Más allá está Elvis Presley crucificado con monedas, que a sus pies resucitan un menú. Y pasa ingrávido Gardel con tranco lerdo, suspendido en globos de colores, dejándose aconsejar por el Capitán Timo. Los excéntricos Elvis y Gardeles, reafirmando lo perpetuo entre lo perecedero de clics fotográficos e intentando lo imposible del Más Allá, fracasaron en su intento de ser oficinistas y se plegaron a ese paseo en forma de enorme serpiente de cabeza curiosa y cola de nostalgia. Tanto uno como el otro entran al procenio desde las bambalinas de algún quiosco, o aprovechando el barullo de una sinfónica de hojalata y tapas de olla, o el tumulto del mercado de la Boquería... Esculturas vivientes que al son de un monedazo cobran animación para morir en tres segundos. Artistas de la calle… No sabemos de dónde vienen, no importan sus nombres. Me regalan su son, color y libertad, me enseñan que el aire es de todos. Tal vez sueñen con el Palau de la Música o el museo Picasso, mientras apuran un bocata, que el hambre es anterior al arte. De ahí quizá saldrá el bardo que salvará a la humanidad de tanta mierda y pólvora.

Y como no enorgullecerme del dúo que formé con el Zurdo Rivadero. Con el recreamos el Juan Moreira por las calles de tierra de Holmberg que era el escenario del famoso duelo con el sargento Chirino. Por supuesto que el zurdo fue el gran protagonista de esa ''obra'', superior al circo de los hermanos Gani, o el León de Francia de Cesar Córdoba, que solían visitar a este pueblo. Nunca olvidaré cuando lo insarté al pobre zurdito contra la pared y le brotó el chorro de ketchup.

IMG_20211128_085645

El Zurdo fue lo máximo. Los de la Warner, Paramount, Universal, todos tenían sus borrascas y puteríos. Los había degenerados como Woody Allen o pedófilos como Michael Jackson, otros se van al Tibet aligerar su consciencia, la Marilyn con las drogas, Audrey Hepburn o Grace Kelly que vendían lo que no eran, una casta belleza, y se voltearon infinidad de galanes.

El Zurdo fabricaba cometas con los cielos grises, caminaba el barro con zapatos blancos y hacía valses con los rostros serios, tenían papel de celofán para las horas brujas que le ponían los ojos del color de la cerveza y dejaba los miedos en orsay, solo con un amague de tango o cadencia cuartetera que en el Zurdo iban juntos el acorde y la contorsión como el trueno y el relámpago o el arco iris luego de llover. Y si se hundía como en el Titanic, él seguirá bailando en el recuerdo de los que lo conocimos. Se venía todos los inviernos a buscar el sol a Barcelona para dorarles el alma a la seriedad de los catalanes. El Zurdo hacía barcos de papel con la mala suerte o la vendía en lotería... 

Ahora los invito a ver esta desopilante grabación que me llena de emoción y alegría

jar

Últimas noticias
Te puede interesar
Lo más visto