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Schiaretti, un candidato cordobés

OPINIÓN 21/05/2022 Sergio Suppo*
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Luego de años de encierro autoimpuesto, Juan Schiaretti decidió salir de Córdoba y dejar al descubierto una mesurada ambición presidencial envuelta en un discurso diferenciador de unos y de otros y referido a su propia gestión de gobernador. Es una novedad módica: aparece un candidato que promete “cosas normales”, según sus propias palabras.

El lunes, en un espacio familiar, la Fundación Mediterránea de Córdoba, y un día después en Buenos Aires, en un encuentro organizado por el diario Clarín, el gobernador de Córdoba insinuó lo que muchos de sus antiguos compañeros de ruta le habían sugerido que hiciera mucho antes.

No le será fácil a Schiaretti encontrar una estructura nacional, aun cuando la fragmentación de las dos grandes coaliciones mantenga abierto un juego incierto de acuerdos y rupturas.

Miguel Pichetto todavía lamenta el muro contra el que chocaron los peronistas no kirchneristas cuando intentaron que Schiaretti lanzara su candidatura presidencial, la misma noche en la que estaba celebrando su segunda reelección, a mediados de 2019.

“Es una pelea inútil si no tenemos nada en el conurbano”, afirman que respondió entonces Schiaretti. Seis días después, Cristina Kirchner anunció que Alberto Fernández encabezaría la fórmula presidencial bajo su liderazgo y selló el destino de estos días.

Entonces como ahora, Schiaretti eligió estar lejos de la reunificación del peronismo que lideró la expresidenta y rehuyó un acuerdo explícito con el macrismo, con el que sin embargo todavía sostiene una relación privilegiada. Optó por refugiarse en Córdoba para dedicarse a gestionar, que es lo que más le gusta, según afirma, y de paso construir la leyenda del dirigente que no quiso salir de su distrito para ir por más.

Fallecido José Manuel de la Sota, líder natural del peronismo cordobés, en un accidente de tránsito el 15 de septiembre de 2018, Schiaretti empezó a ser más valorado por los resultados de su gestión que por sus acciones políticas. Ajustado a números que ahora muestra como una oferta electoral al resto del país y que vigila con el rigor de un economista ortodoxo, gasta lo que ahorra en un plan de obras viales y de cañerías de gas natural.

Sin decir que le gustaría ser presidente luego de pasar los 70 años (cumplirá 73 el 19 de junio), encontró en una frase del canciller alemán Willy Brandt un resumen de su propuesta política: “Todo el mercado que sea posible, todo el Estado que sea necesario”. Ni tanto ni tan poco.

En sus primeros pasos para explorar si tiene posibilidades de salir de su territorio, Schiaretti habla más de lo que hizo y elude las promesas. Dice que Córdoba es la provincia con menos empleados públicos per cápita del país, muestra los planes para subsidiar empleados privados como mejor ayuda social, reivindica gastar menos de lo que le ingresa y poner ese saldo favorable en obras públicas.

También habla de intangibles que sus opositores ponen en duda. La independencia de la Justicia provincial, por ejemplo. Schiaretti parece tener una provincia históricamente díscola bajo una silenciosa normalidad. Él mismo calla más de lo que dice y evita cualquier discusión con los adversarios.

Ahora, obligado, empieza a filtrar reuniones políticas en las que se habla del futuro electoral, como para disipar el misterio sobre sus ideas, que mantuvo durante varios años en los que prefirió no aparecer.

En un país cargado de presidenciables nacidos y criados en Buenos Aires, Schiaretti arrastra su tonada para hablar de federalismo y reivindicarlo como una carta de presentación. Propone romper la lógica de las decisiones centralizadas de la Argentina casi como un reflejo condicionado de tantos años de cogobernar una fuerza provincial que excede a su peronismo de origen, el partido cordobés.

Es la misma lógica desde la que, sin suerte, intentaron proyectarse en los últimos casi 40 años el radical Eduardo Angeloz y el peronista De la Sota, otros dos de los escasos cuatro gobernadores que tuvo Córdoba desde 1983. Imbatibles en su provincia, sin influencia nacional, tal el destino común de esos dirigentes. De todos ellos, Schiaretti fue el más reacio a salir de esa zona de confort mediterránea.

Como otros, ahora sondea una geografía alterada por la crisis general y por las divisiones que separan a los dirigentes de las coaliciones centrales. Espera que una parte del peronismo vuelva a romper con el kirchnerismo y adhiera a su propuesta de plantear “cosas normales como las que hacemos en Córdoba”. También habla con dirigentes de Juntos por el Cambio; en los últimos tiempos, con más radicales que de Pro, aunque tanto Mauricio Macri como Horacio Rodríguez Larreta lo cuenten para armar una coalición opositora.

Schiaretti siente como una obligación, tan importante como su proyección nacional, ordenar su sucesión y cerrar su ciclo de gobernador prolongando la vida de su partido en el poder.

Por eso, al mismo tiempo que se asoma al país se reúne con dirigentes radicales como Facundo Manes y Gerardo Morales. Con ellos habla de la Argentina, pero también del reparto de poder en Córdoba, donde Luis Juez se propone encabezar una lista con la UCR local que pueda derrotar al intendente capitalino Martín Llaryora, el candidato a gobernador del peronismo cordobés.

Schiaretti abandona el misterio y se expone por primera vez. No se sabe si alguien lo seguirá, no se sabe si terminará como parte de una estructura nacional, no se sabe si se irá a su casa. En un país orientado a las soluciones exóticas y disparatadas, el único dato nuevo es que hay un dirigente que se postula como candidato a la normalidad.

*Para La Nación

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