Trump y la estela de Reagan para que el mundo entienda quién manda aquí

Donald Trump ha tomado posesión de la presidencia de Estados Unidos ¿Ahora qué? ¿Qué se puede esperar? Una nueva Administración sin duda más poderosa que en su anterior legislatura, más fuerte porque tiene más respaldo y porque ha llegado a la elección con circunstancias muy adversas y una muy dura oposición de los poderes globalistas. Habló de «libertad» de «recuperar el sentido común», de iniciar una «edad dorada para Estados Unidos». Se espera un cambio de ciclo, y en política exterior una búsqueda de pacificación de los conflictos abiertos en el planeta. Al mismo tiempo, se abren muchas incertidumbres.

 
Trump vive para negociar: «Hay momentos en los que tienes que ser agresivo», escribía acerca de su experiencia inmobiliaria, «pero también hay momentos en los que tu mejor estrategia es echarte atrás». Trump cree firmemente que, en una negociación con un adversario fuerte, hay que abrir agresivamente, pero luego buscar el momento crucial para llegar a un acuerdo. Eso mostró en su pasado. Hoy, Estados Unidos se encuentra en al menos el sexto año en lo que para muchos es una «Guerra Fría 2.0», esta vez con China. Norteamérica se halla en una confrontación que se ha vuelto más y más peligrosa, bajo la Administración de Joe Biden.

 
En su primer mandato, Trump reconoció la necesidad estadounidense de contener el ascenso de China y convenció a las élites políticas de Washington, a pesar de su escepticismo inicial, de que esto requería tanto una guerra comercial como una guerra tecnológica. En su segundo mandato, podría empezar de nuevo por aumentar la presión con una nueva demostración de fuerza estadounidense. Pero esto no debería ser un fin en sí mismo. Su objetivo final debería ser como el que caracterizó el mandato de Ronald Reagan: llegar a un acuerdo con el principal adversario de Washington que reduzca el riesgo de pesadilla de la Tercera Guerra Mundial, un riesgo inherente siempre es una Guerra Fría ascendente entre dos superpotencias con armas nucleares.

 
Hay, por supuesto, grandes diferencias entre Trump y Reagan. Trump es proteccionista; Reagan era librecambista. Trump es tan hostil a la inmigración ilegal como Reagan era relajado al respecto. Trump es comprensivo con los hombres fuertes y autoritarios como Reagan era partidario de promover la democracia. La personalidad pública de Trump es tan abrasiva como la de Reagan era genial, tan vengativa como la de Reagan era magnánima.

No obstante, los parecidos entre Trump y Reagan –y su época– son numerosos y significativos. Es fácil olvidar, por ejemplo, lo mucho que temían entonces a Reagan los liberales progresistas dentro y fuera del país, así como los adversarios de Washington. A Reagan en el momento de su primera victoria electoral se le consideraba «un amable zopenco», era habitual que los caricaturistas representaran a un Reagan enloquecido a horcajadas sobre una bomba atómica. Hoy se representa a Trump de manera semejante. Reagan fue objeto de burlas, menosprecio y condescendencia más que cualquier otro político importante de su época, Trump, en la actualidad, lo ha superado.

 
Al igual que Reagan, quien fue tiroteado apenas dos meses después de su toma de posesión, Trump ha sobrevivido a otro intento de asesinato. En ambos casos, el salir indemnes lo han atribuido a un designio providencial. Así lo expresó en su discurso.

Los historiadores tienden a juzgar a los presidentes modernos más por sus éxitos y fracasos en política exterior que por sus logros internos. Al igual que Reagan, Trump hereda varias crisis de política exterior de su predecesor. En 1980, Irán e Irak estaban en guerra y los soviéticos habían invadido Afganistán. Hoy, Irán está en guerra con Israel, más que con Irak, y es Ucrania, no Afganistán, la que está en el punto de mira del Kremlin. En aquel entonces, Nicaragua acababa de sucumbir a la revolución comunista sandinista.

Hoy, Venezuela es un Estado fallido tras 25 años de chavismo. En conjunto, el mundo parece hoy más peligroso que en cualquier otro momento desde el final de la Guerra Fría. China ha suplantado a la Unión Soviética como principal rival de Estados Unidos. China, Rusia, Irán y Corea del Norte cooperan ahora abiertamente tanto económica como militarmente. No es una hipérbole referirse a ellos como un eje similar al que Washington y sus aliados se enfrentaron durante la Segunda Guerra Mundial.

En su mandato anterior, Trump fue un pacificador en política exterior, ahora ha dado a entender que lo será de nuevo: «La paz a través de la fuerza» ha sido siempre su lema (como lo fue de Reagan), en cambio, es poco probable que las noticias procedentes de Ucrania sean buenas. Trump ha prometido que pondrá fin a la guerra allí, pero sin especificar cómo, y las guerras son notoriamente difíciles de terminar.

 
Al principio de su primer mandato, la prioridad más importante de Trump en política exterior fue competir con China. Pero la competencia evolucionó rápidamente hacia la contención y, en última instancia, a la confrontación. Trump no pretendía iniciar una segunda Guerra Fría. Pero su estrategia reveló que ya había comenzado, debido en gran parte a la lógica de Xi Jinping de alcanzar la paridad con Estados Unidos.

En la actualidad, la nueva Guerra Fría se libra sin tregua en múltiples ámbitos, desde Ucrania hasta Oriente Próximo, desde el espacio hasta el ciberespacio. Pero el mayor riesgo para la paz mundial está sin duda en Asia Oriental, donde las maniobras militares chinas sugieren que Pekín se está preparando para un bloqueo de Taiwán en algún momento de los próximos años.

Mientras, en la Europa donde Ursula von der Leyen ha revalidado mandato todo esto no les hace ni pizca de gracia. El éxito de Trump en política exterior va a ser su gran desafío.

*Para El Debate