El otro “método Bukele”: la cárcel sin pandilleros, trabajo por conmutación de pena
INTERNACIONALES Andrés KLIPPHANEl Salvador es un país en construcción. Su presidente, Nayib Bukele inició su primer mandato el 1 de junio de 2019, con una tasa de homicidios de 105 homicidios cada cien mil habitantes y cierra el 2024 con una tasa de 1,8 homicidios cada cien mil habitantes. Para lograrlo impuso, hace mil días, el Estado de Excepción, una herramienta constitucional que le permite suprimir garantías, como las detenciones sin orden judicial. Organismo internacionales de derechos humanos han denunciado este hecho.
“En el marco del régimen de excepción actual, las autoridades salvadoreñas han cometido violaciones masivas de derechos humanos, entre ellas miles de detenciones arbitrarias y violaciones al debido proceso, así como tortura y malos tratos, y al menos 18 personas han muerto bajo tutela del Estado”, dijo Amnistía Internacional. La mayoría los salvadoreños no lo ven así. Todo lo contrario. De forma literal agradecen “a Dios por el Presidente que nos dio”.
El mandatario arrasó en las elecciones presidenciales de febrero pasado. Fue reelecto con el 84,65% de los votos válidos. Su partido, Nuevas Ideas, también obtuvo la mayoría legislativa. Fueron comicios libres y transparentes. Hoy su popularidad es del 92%.
Este cronista, enviado a El Salvador por Canal 26 y que describe sus vivencia en Infobae, pudo corroborar lo que marcan las consultoras internacionales que observan con detenimiento el “fenómeno Bukele” que ha sido, y lo es, tema de análisis.
Los estudios de humor social y político realizados desde hace más de cuatro años por el Centro de Estudios Ciudadanos de la Universidad Francisco Gavidia de España reflejan lo que se vive en El Salvador: la oposición política pasa por un pésimo momento y Nayib Bukele goza de un enorme apoyo.
Calles militarizadas
Por el momento, los salvadoreños, priorizan la seguridad conseguida a una economía que aún no despega. De todos modos, esa conquista abrió inversiones de China, Estados Unidos y de los propios locales que se vieron forzados a migrar y ahora regresan.
Los ciudadanos critican a los diputados de los dos partidos tradicionales, que durante tres décadas controlaron el país más pequeño de Centroamérica: el izquierdista Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y el partido Alianza Republicana Nacionalista (ARENA).
“Los diputados de la oposición critican cómo viven los pandilleros que nos asesinaban, pero ellos fueron cómplices del pandillaje. Ahorita somos libre”, me cuenta Benjamín Montalván, un hombre de 68 años que pasea por el Centro Histórico con su nieta de 7 años que lleva una colorida vincha que enciende y apaga luces de colores.
Bukele, a través de su manera frontal de comunicar e imponer sus políticas contra las maras, como la MS 13 y Barrio 18, lo convirtieron casi, en objeto de culto. Su imagen está impresa en remeras, vasitos de ron, y muñecos.
La mayoría de la población salvadoreña ve con satisfacción los casi tres años del Régimen de Excepción a través del cual, entre otras cosas se militarizaron los barrios, y ha generado un estado de satisfacción en materia de seguridad ciudadana. Aspiran, además, a que los uniformados continúen en las calles.
Resulta evidente que la estrategia de Bukele ha dado sus frutos. Las maras, las pandillas criminales que asolaron a la población del Triángulo Norte centroamericano durante las tres últimas décadas y que convirtieron a El Salvador en la nación con más homicidios per cápita del mundo, han sido desarticuladas en el país. Una transformación cuya importancia para los salvadoreños y para la región resulta imposible de sobreestimar.
En un tiempo record de siete meses construyó el Centro de Confinamiento del Terrorismo, un penal de máxima seguridad para alojar a 40.000 reos.
Una vez que se trasponen esos muros de 11 metros y tres de alambrado electrificado de 12.000 voltios, los condenados ya no pisarán para nada el suelo exterior. Las miradas de los sicarios ya no infunden temor. Están quebrados.
La llegada de Bukele al poder fue tan sorprendente -o no- como la de Javier Milei a la Argentina. Las pandillas habían copado el 85% del territorio, según los datos del ministro de Seguridad Pública, Gustavo Villatoro.
Para los salvadoreños pasear a las nueve de la noche por el centro comercial, o el casco histórico era impensado. Ahora viven como todo un acontecimiento los árboles navideños iluminados, la orquesta sinfónica a cielo abierto. Escuchan música clásica en vez de metrallas. En una de las plazas centrales de San Salvador, frente a la inmensa y enorme biblioteca que se construyó con la colaboración del gobierno de China, instalaron una pista de patinaje sobre hielo. Antes de Bukele, la ciudad también estaba acorralada por la extorsión marera.
“Años atrás era muy peligrosa la situación”, me cuenta Raúl Aguirre un joven de 23 años que pasea por la plaza central. “A esta hora de las noche -las 20.15- daba desconfianza transitar por la plaza, pero desde hace tres años todo cambio”.
“Hoy gracias a Dios y al Presidente que tenemos vivimos en paz”, dice Esteban Corvalán, un plomero de 42 años. Lo testimonios se repiten uno tras otro, no hay una sola persona que opine contra las criticadas políticas de mano dura del jefe de estado.
De esos testimonios el que más conmueve es el de Ofelia, una mujer en sillas de rueda que, entre lágrimas dice: “Antes ni se salía. Andar en la calle era un problema. Te mataban por nada. Ahorita con este Presidente puedo mirar, por primera vez este árbol de navidad. Y eso gracias a Dios, al Presidente que tenemos y a Dios por darnos a Bukele como presidente”.
Dialogar con las fuerzas vivas de El Salvador, entre ellos emprendedores, empresarios, pescadores que en el puerto debían pagar “la cuota” -extorsión- a los jefes pandilleros para trabajar, hace reflexionar sobre la opinión que desde el exterior se tiene sobre el “método Bukele” y el Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT).
Los pandilleros presos solo tienen derecho a un abogado, y al alimento básico para sobrevivir. No comen proteínas y perdieron toda posibilidad de ver a sus familias. Años antes, cuando se lo permitía, enviaban mensajes en clave para ordenar ejecuciones.
Pero, así como en el CECOT impera un régimen estricto en el que los ex jefes pandilleros y sus colaboradores no tienen intimidad ni para ir al baño, en el Centro Penal la Esperanza, ubicado en la localidad de Mariona, ocurre algo bien distinto.
Bukele transformó la cárcel que alberga a 27.800 internos, según cuenta su director Juan José Montano en “un centro industrial”. Allí los presos comunes, no pandilleros, aprenden oficios; y después lo llevan a la práctica. Hay enormes galpones dónde reparan desde aires acondicionados hasta los muebles de las reparticiones públicas.
Los que se especializan en construcción salen a diario junto a los trabajadores del Ministerio de Obras Púbicas para asfaltar carreteras. El tránsito en San Salvador suele ser caótico. Los cinco últimos gobiernos, dos de izquierda y tres de derecha invirtieron muy poco en infraestructura.
Por estas tareas, los presos no reciben una compensación económica, sino un estímulo mayor: por una jornada de ocho horas se les conmuta dos días de condena.
“Los privados de la libertad salen a construir escuelas para los niños, se los mantiene ocupados la mayor parte del día. Cuando no trabajan se capacitan. Cuando un preso está ocupado deja de pensar en delinquir”, explica René Martínez, el Coordinador Educativo del penal La Esperanza.
Con el director de ese centro de detención, Juan José Montano, recorro las instalaciones. Miles de hombres reparan autos de las reparticiones públicas. Pulen mesas y pupitres de escuelas. O reemplazan piezas de aires acondicionados de ministerios y reparticiones.
“Obligados a cometer delitos”
Antes de la llegada de Nayib Bukele a la Casa Presidencial de El Salvador, en el Centro Penitenciario La Esperanza mandaban los pandilleros. De hecho, el director del lugar recuerda una balacera entre los presos, que estaban armados, y la policía. Murieron diez personas. La decisión de trasladar a los mareros al CECOT, e implantar el programa “Cero Ocio”, cambio la geografía del lugar. “El gobierno transformó a los penales en centros industriales”, explica el director y revela que en La Esperanza los presos fabricarán zapatos “para todos los alumnos de las escuelas de El Salvador”.
Kevin Carranza fue condenado a 12 años de prisión por “tráfico ilegal de drogas”. Está encarcelado desde hace tres años. El prontuario lo cuenta él mismo en el centro del módulo en que los detenidos trabajan en la “línea blanca”, casi en su totalidad electrodomésticos.
Carranza es encargado de uno de los turnos de trabajo. “Acá aprendo para dejar la vida delictiva”, dice y señala al resto de los internos que reparan heladeras y aires acondicionados. “El programa Cero Ocio da resultados”, se entusiasma y brinda detalles sobre compañeros a los que se les han conmutado penas y quedaron en libertad.
-¿Hay personas presas en este penal que tengan relación con los pandilleros?, le pregunte al director Montano.
-Para poder llevar adelante este programa, todos los que estaban relacionados con los pandilleros, o que eran gatilleros activos, fueron trasladados al Centro de Confinamiento del Terrorismo. Los que quedaron aquí es gente vinculada a los delitos comunes o gente que por alguna necesidad colaboró con alguna actividad de pandillas. Recordemos que, en nuestros cantones, en nuestros caseríos mucha gente era obligada a cometer delitos por los pandilleros y de no realizarlo corría peligro su vida. Mucha de esa gente se involucraron en delitos y son los que tenemos aquí adentro. A diferencia de los pandilleros, de los asesinos seriales, la gente que nuestra -por los internos de La Esperanza- tienen capacidad para ser reinsertados para la sociedad. En cambio, los otros no.
“Ahora somos libres”
La explosión marera también alejó a los inversores privados. Carlos Olivares es un ejemplo. Migró a Estados Unidos y se instaló en Hawái. Ahora regreso como representante empresario de un conglomerado turístico con sedes en California y Hawái decididos a desarrollar infraestructura hotelera y gastronómica. Observa un gran potencial en las paradisíacas playas casi abandonadas por la inseguridad y el flagelo de las maras. “Pensamos en invertir en El Salvador por la seguridad y los cambios que ha implementado el país”, explica Olivares y recorre con la mirada y las manos las zonas cercanas al restaurante, que está metros del puerto que había sido tomado por la MS 13.
Eny Aguiñada, presidenta del Instituto Salvadoreño de Turismo confirma el atractivo comercial que representan las bellezas naturales del país que fue recuperado del pandillaje y las masacres diarias.
“En estos cinco años ocurrió una bendición. El presidente Bukele tomó el liderazgo para poder vencer a las pandillas y la inseguridad que tanto sufrió nuestro país por años. Muchos salvadoreños se fueron del país, y muchos perdimos familia. Fueron años oscuros y tristes para El Salvador. Era un país sangriento. Pero eso es parte del pasado, de la historia, hoy los salvadoreños estamos disfrutando de la libertad”, me cuenta a cámara Eny Aguiñada. Estamos parados en la estructura que el Ministerio de Turismo, a cargo de Morena Ileana Valdez Vigil, construyó para el prestigioso ISA World Masters Surfing Championship (WMSC) y que se desarrolló entre el 18 y el 24 de octubre y que se desarrolló en el mismo lugar en que nos encontramos para la entrevista de Canal 26, en las playas de El Sunzal.
Libertad, la palabra que utilizó la funcionaria de Nayib Bukele, es también la más pronunciada por los salvadoreños que hasta la irrupción política del empresario de ascendencia árabe palestina vivían amenazados por los pandilleros que llevaban tatuados en sus cuerpos la simbología de la muerte.
Fuente: Infobae