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La definitiva advertencia de Macri a Milei

OPINIÓN Joaquín Morales Solá*
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Les habló serenamente. Sin escándalo y sin broncas reales o fingidas. Primero le avisó a Santiago Caputo, el asesor que integra el trípode de hierro del poder, y después se lo dijo al propio Presidente. El diálogo de Mauricio Macri con Milei sucedió luego de la votación en la Cámara de Diputados que confirmó el veto presidencial al proyecto de ley de financiamiento universitario. Milei lo llamó al expresidente para agradecerle los votos de Pro a favor del veto. Era la última vez, le señaló Macri, que él y su partido colaboraban con el Gobierno en una iniciativa de la que no habían participado y de la que no pudieron ni siquiera opinar sobre su contenido ni sobre su oportunidad.

Antes, sucedió la reunión con Caputo, que duró dos horas y en la que Macri se explayó largamente sobre los errores de implementación y de comunicación que comete el Gobierno y que terminan, según él, por desvirtuar las buenas políticas. ¿Qué le contestó el Caputo asesor? Responden cerca del expresidente: “Caputo siempre le dice a Macri que tiene razón, pero después hace lo que quiere”.

Son deslealtades que los políticos serios no cometen, fundamentalmente porque no saben cuándo pedirán el próximo favor. Sin los 35 votos que aportó el macrismo, el rechazo al veto de Milei hubiera sido la más seria derrota presidencial en los diez meses de administración libertaria. Milei logró confirmar su veto por apenas siete votos. Los otros aportes que recibió el Presidente fueron muy pequeños, tan necesarios como insignificantes. Los cuatro radicales disidentes –el quinto se ausentó– fueron el bloque más numeroso después del macrismo. Dicen que Macri se lo explicó de esta manera a Caputo: “Ustedes no quieren funcionarios de Pro. Están en su derecho. Pero nosotros no queremos ser el eterno furgón de cola de ustedes. Ese es nuestro derecho”. Punto.

Con Milei fue más escueto: “Es la última vez en las actuales circunstancias”, lo sorprendió. Las circunstancias deben cambiar, entonces. ¿Cómo? Los eventuales nuevos apoyos ocurrirían si el macrismo participara, antes de que se precipiten los hechos, en una negociación profesional sobre lo que se firma y se decide, y en qué momento se firma y se decide.

El problema de Macri es que también su margen político y partidario se encogió. Solo una gestión insistente, larga y difícil de su parte pudo reunir los 35 votos de Pro, aunque perdió dos en el camino. Son 38 en total los diputados de ese partido; uno estaba enfermo. Pero varios de los que votaron a favor del veto hasta habían anunciado públicamente que votarían en el sentido contrario. El domingo último, Macri se explayó en un tuit sobre el conflicto que plantea una universidad que desvía sus recursos a la acción política de ciertos partidos. “Lo que se discute ahora, subrayó, es la parte del presupuesto que se deriva a la política”, y precisó: “Desde 2015, la UBA no presentó ni una sola factura”.

La universidad libre y gratuita tiene un enorme valor simbólico en la política argentina, pero también es –cómo negarlo– un recurso político y financiero de dos facciones: el radicalismo y el kirchnerismo. Los radicales acamparon en las universidades (sobre todo en la UBA) desde la época de Oscar Shuberoff, quien fue rector de la UBA durante 16 años. Desde Raúl Alfonsín hasta Eduardo Duhalde. Shuberoff alentó política y financieramente a la organización universitaria Franja Morada, claramente identificada con el radicalismo, hasta el extremo de que ningún docente podía aspirar a ingresar a la Universidad de Buenos Aires sin el respaldo de esa agrupación presuntamente de estudiantes. Shuberoff perdió la reelección como rector luego de que se revelara que había comprado varios departamentos en los Estados Unidos que no fueron declarados en la Oficina Nacional de Ética Pública ni en la Oficina Anticorrupción.

Sería injusto hablar solo de Shuberoff. Hace menos tiempo, el entonces rector de la Universidad del Chaco Omar Judis debió renunciar luego de ser procesado por la Justicia por hechos de corrupción en esa casa de estudios. Su sucesor, Germán Oestmann, la distinguió a Cristina Kirchner con el título de doctora honoris causa de la Universidad del Chaco.

El segundo problema es, precisamente, el sectarismo ideológico que el kirchnerismo le impuso a la universidad. Hay universidades en el Gran Buenos Aires que se crearon en la época de Cristina Kirchner solo para nombrar claustros de profesores kirchneristas; fue una manera de contar con una militancia rentada.

Algunos eran –y son– directamente kirchneristas y otros tienen un específico sesgo ideológico. De hecho, el vicerrector de la UBA, el exdiputado radical Emiliano Yacobitti, quien relevó a Enrique “Coti” Nosiglia en el liderazgo de la UCR de la Capital, dijo públicamente en las últimas horas que la universidad pública enseña mal si allí se graduaron dos ministros de Milei: Federico Sturzenegger y Luis Caputo. Esto es: para la segunda autoridad de la universidad más poblada del país los profesores deberían enseñar a pensar en clave progresista, jamás ortodoxa.

En efecto, Sturzenegger se graduó en la Universidad de La Plata, pero se doctoró en universidades de los Estados Unidos. Actualmente es docente en la prestigiosa Universidad de Harvard. El Caputo ministro se recibió en la Universidad de Buenos Aires y luego trabajó en los bancos más importantes del mundo. Yacobitti nació y se formó en Franja Morada, y ahí debió aprender que la universidad no solo sirve para formatear el pensamiento de los jóvenes, sino también para financiar la vida política. El dogmatismo y la intolerancia en la universidad tienen raíces más profundas y amplias que las que aparecen a simple vista.

Sin embargo, nadie puede desconocer –por qué negarlo– el atraso salarial que sufren los verdaderos docentes universitarios. Los malos antecedentes de las conducciones universitarias borronean los problemas reales de las casas de estudios. La universidad debe tener los recursos que necesita, pero sus gastos deben ser transparentes; una periódica auditoría no significaría un atropello a la autonomía universitaria. La única universidad posible, por lo demás, es abierta, plural y respetuosa de todas las ideas.

Regresemos a Milei. Consiguió 85 votos en una cámara de 257 diputados. Es poco, aunque parezca mucho porque esos módicos votos evitaron que le rechazaran el veto al proyecto de financiamiento universitario. El Presidente está a un puñado de votos de perder el tercio de la Cámara de Diputados y, por lo tanto, a un puñado de votos de tener los dos tercios en contra. Cuidado: los dos tercios de las dos cámaras del Congreso es el requisito constitucional para iniciarle un juicio político al jefe del Estado. No hay razones a la vista para asestarle a Milei un juicio político, pero nadie sabe de qué está hecho el futuro, sobre todo cuando la ofensa personal se convirtió en una manera de decir y de gobernar. Cabe señalar que la ofensa personal no es revolucionaria ni significa un cambio ni expresa una renovación; es, simplemente, un síntoma de la mala educación de quien la dice. Una ofensa expresada por un presidente de la Nación es, además, una doble ofensa por la vasta repercusión que tiene.

Milei tiene un estilo –es cierto–, pero su principal asesor, Caputo el joven, le recomendó que intensifique la polarización porque de esa manera se consiguen las victorias políticas. Un Ernesto Laclau sin los pergaminos académicos de Ernesto Laclau; las ideas rupturistas y posmarxistas de este filósofo argentino radicado en Gran Bretaña, ya fallecido, penetraron intensamente en los gobiernos de Cristina Kirchner y le hicieron mucho daño a la política argentina. También de la cantera de ideas del asesor Caputo saldrían las permanentes agresiones de Milei a los periodistas y medios periodísticos.

Ese proyecto supone que siempre hay un rédito para el gobernante que se enfrenta con el periodismo y que, también, tales agravios, por más injustos que sean, van deslegitimando y sacándole autoridad moral a la crítica de la prensa a los gobernantes. Ni Milei ni Caputo inventaron nada nuevo. Donald Trump ensayó –y ensaya– esa estrategia política contra el periodismo, como bien lo contó el viernes en LA NACION la periodista Gail Scriven. El término “ensobrado” es altamente ofensivo para el periodismo porque alude a un acto corrupto, pero un juez, Sebastián Ramos, acaba de rechazar in limine una denuncia contra Milei del periodista Jorge Fontevecchia por haberlo llamado así.

La misma denuncia –y por la misma razón– la hizo Jorge Lanata, pero su presentación cayó en manos del juez Ariel Lijo, que hace lo que siempre hizo Lijo: demorar, anestesiar, cajonear. Nada se sabe de la suerte de la presentación del periodista ahora enfermo. Pero la resolución del juez Ramos constituye un precedente nefasto para la libertad de expresión y para la relación necesariamente respetuosa que debe existir entre el poder y el periodismo. Una cosa es lo que el juez resuelve al final de una investigación; otra cosa es un rechazo in limine (en el umbral mismo) de una denuncia de periodistas ofendidos por el jefe del Estado. La libertad de prensa no es una cuestión exclusiva de periodistas; los empresarios, por ejemplo, deberían velar con más convicción por ella. Recuerden: el kirchnerismo no ha muerto.

Aunque nadie lo dice, esas cosas de Milei y de su asesor Caputo también lo alejan de Macri. Macri tiene seguramente otros defectos, pero no dice malas palabras ni frecuenta el agravio. En los últimos tiempos se lo escuchó hablar a Macri de la necesidad de preservar el “respeto” a las personas y a las instituciones. Sea como fuere, la reciente advertencia de Macri a Milei y Caputo (“este es el último aporte de Pro”) es una noticia política que el Presidente no debería desdeñar. Patricia Bullrich no es una alternativa de Pro. Ella cumple el papel de los conversos: tiene más fe que los viejos creyentes. Aunque la inflación bajó otro poco –conquista que debe reconocerse–, es fácilmente perceptible que los márgenes políticos del Presidente ya no son los que eran.

 

 

* Para La Nación

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