





Luego de varios meses de negociación todo indica que estamos en las postrimerías del anuncio del staff técnico del FMI que sellaría el acuerdo con las autoridades argentinas a la espera de la aprobación del directorio del organismo.
Las primeras estimaciones indican que dicho acuerdo incluiría una refinanciación de los pagos con el propio Fondo por los vencimientos de los próximos cuatro años, calculados en $14B a recibir en el momento de cada ocasión de exigibilidad y dólares frescos (nuevo endeudamiento con este acreedor) por $12B que se aplicarían a cancelar letras intransferibles del BCRA (deuda del Tesoro) que dada su cotización de mercado estimada en un 30% del valor nominal, podrían alcanzar para pagar $40B ó más de la mitad del monto total de estas letras que desvalorizan significativamente los activos del BCRA.
Huelga decir que esa desvalorización genera expectativas inflacionarias futuras, lo que se refuerza cotidianamente cuando escuchamos a la oposición repetir el mantra de que no quieren deberle al FMI porque les obliga a pagar mientras que deberle pesos a nuestro pueblo es más fácil de licuar o defaultear: al mercado no le pasa por alto esto.
La pregunta más importante es qué va a hacer el BCRA con esa liquidez a posteriori. Se trata de un stock de liquidez muy importante al que se le pueden sumar otros $8B que llegarían del Banco Mundial y el BID.
Una montaña de dólares cash, similar a esta, tuvimos en el 3Q del 2024 con el exitoso blanqueo que nos permitió mantener la brecha muy baja y lidiar con la locura de pesos proveniente de la fiesta de emisión y deuda local al que el gobierno anterior sometió a las arcas públicas y que finalizó con una inflación de 210% en 2023, al límite de una hiper inflación.
El mundo nos está dando otra oportunidad con este acuerdo fenomenal; y el camino para resolver el dilema de qué hacer con esta oportunidad no está exento de tentaciones.
Considerando que éste es un año electoral, tomar una decisión de salir rápido del cepo supone un riesgo no menor en un momento donde el gobierno necesita imperiosamente aumentar su representación parlamentaria que le permita acelerar las reformas de segunda generación que sustentarán su plan de crecimiento y estabilidad a largo plazo, muchas de las cuales apuntan a corregir los problemas de competitividad de una economía vetusta que hace décadas dejó de disponer de la depreciación de su moneda como una chance de ir por el camino fácil a partir de la destrucción sistemática del peso con años y años de déficit fiscal y financiero sostenidos no financiables.
En ese dilema ir por el camino de la seguridad, mantener el cepo y evitar la volatilidad normal que supone acomodarse a un esquema cambiario nuevo despierta inquietud probablemente más que nada en el equipo económico que se siente responsable de darle al presidente una macro economía ordenada en un año tan sensitivo como éste.
Como suele suceder en la vida, evitar un riesgo no implica no incurrir en otro ó incluso, dejar de lado oportunidades que podrían tener un rédito mucho mayor al tamaño del riesgo que queremos acotar en el camino conservador.
Un excesivo gradualismo en desarmar las restricciones cambiarias:
- Evitaría algún posible rebrote inflacionario ya que se mantendría intacta la política del 1% mensual del crawling peg.
- Ralentizaría la baja del riesgo país al deseable nivel de 400 puntos básicos que le permitiría al gobierno rollear los pagos de deuda del segundo semestre sin necesidad de utilizar reservas del BCRA.
A contrario "sensus", ir por un esquema de salida del cepo más parecido a un shock habilitaría grandes oportunidades, claro está, no sin algunos riesgos:
- Le devolvería al BCRA $16-18B de reservas del famoso dólar blend que hoy se drenan por el mercado del CCL.
- Incentivaría al sector agroindustrial a acelerar la liquidación de la cosecha gruesa que está apena arrancando de una muy buena campaña estimada en aproximadamente $30B.
- Le daría incentivos a los inversores del RIGI a iniciar rápidamente las obras y traer los dólares para la construcción de obras que aceleren la producción del gas, petróleo, litio y minería (otros $20B?) y con esto darle un ritmo al crecimiento económico que apalanque la incipiente recuperación que vimos en el segundo semestre del 2024.
- La unificación cambiaria con un esquema de flotación (libre ó intervenida por bandas) podría implicar algunas semanas de volatilidad cambiaria (para usar la misma palabra que pronunció el presidente Javier Milei en su discurso reciente frente al Congreso) respecto de lo cual los argentinos ya tenemos alguna experiencia de lo que significa eso en términos de precios, salarios y tranquilidad social.
Si yo estuviera en los zapatos del ministro de economía Luis Caputo, me inclinaría por la opción del gradualismo para poder dormir mejor y tener mis niveles de cortisol más bajos y estables.
Pero si en cambio me imagino con el bastón presidencial en mi mano, probablemente pondría en la balanza que los beneficios que puedo obtener de tomar más riesgos son enormes y que la percepción local e internacional de la solidez de mi plan económica es indiscutida luego de someterla al estrés de un cambio tan radical en uno de los ítems más sensibles para la sociedad argentina como es la política cambiaria.
Terminaríamos con el eterno deambular por los canales de televisión de quienes mendigan una devaluación para perpetuar sus privilegios e iniciaríamos un camino de crecimiento y estabilidad como nunca antes tuvimos. Sí, digo como nunca antes porque todo este círculo virtuoso se daría en un contexto inédito de superávit fiscal y financiero tan sostenidos como firmes.
Y la pregunta que seguramente se haga el presidente Javier Milei por estas horas probablemente sea: “Si no lo hago ahora con este enorme influjo financiero fruto de una política internacional muy acertada y un orden fiscal inamovible, entonces cuándo?
(*) Economista y ex CEO de Syngenta
Fuente: Ámbito



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