Dentro del oficialismo, y entre los que de vez en cuando hacen el ejercicio de salir del vértigo diario para mirar las cosas en perspectiva, empieza a aflorar la idea de que, lejos de ser una estrategia de expansión, el ‘Partido Cordobés’ bien puede ser visto como una táctica defensiva. Casi como una coartada.
Nadie, ni adentro ni afuera del peronismo, duda de que el partido está golpeado. Hay un conceso bastante extendido de que la crisis que atraviesa durará, y nadie advierte cuál es el camino hacia una reconfiguración que alumbre un liderazgo capaz de aunarlo y devolverle competitividad.
Tras una gestión tan mala que abrió el juego para que Javier Milei pasara de ser un habitué en los canales de televisión a ocupar la primera magistratura, y esmerilado por las peripecias de Alberto Fernández, hoy cuesta creer que el peronismo sea la maquinaria electoral que supo ser en otros tiempos. Por el contrario, la liturgia, la doctrina y la épica peronistas empiezan a ser vistas, por muchos, como un pasivo. Sobre todo en Córdoba.
Ya Juan Schiaretti había abjurado, en enorme medida, de la simbología peronista. Y para algunos, el ‘Partido Cordobés’ de Martín Llaryora consiste en no mucho más que avanzar en esa iconoclasia. La adición de extrapartidarios a los equipos de Gobierno está cargada de la intención de diluir la identidad PJ de Hacemos Unidos y atraer a socios, en lo posible, con probadas condiciones para la gestión. El ruido que esos movimientos meten en la oposición es un bonus.
La reformulación del oficialismo provincial parece avanzar hacia una constelación de tecnócratas en la que ninguna identidad partidaria destaque demasiado por sobre las demás, y donde la construcción política esté justificada en la gestión. Sin abandonar, desde luego, el hándicap que ocasionalmente pueda ofrecer la contención social.
En las últimas campañas el peronismo ha desplegado un esquema de coordinadores por seccional y por sub-circuito en la capital, perfeccionando el sistema de premios y castigos y devaluando el peso relativo de las autoridades partidarias más inmediatas al territorio. Este sistema se ha perfeccionado al punto de que algunos sub-circuitos fueron coordinados (o intervenidos) por dirigentes territoriales de la UCR. Pragmatismo sin fronteras partidarias. Ni mucho menos ideológicas.
La híper-segmentación de las campañas también tendrá, necesariamente, algún efecto en las estructuras políticas. Apalancarse sobre una doctrina o sobre un conjunto limitado de valores empieza a ser percibido como ponerse un techo, encajonarse. Construir un relato a partir del cual cosechar filiaciones no se figura como un método eficiente. Y, a la vez, ofrece un flanco más amplio para recibir ataques e impugnaciones de la oposición.
En esa inteligencia, el ‘Partido Cordobés’ puede surgir como un conjunto de espacios cuyo único común denominador sea la comunidad de esfuerzos para alcanzar el poder y sostenerse en él. Para dominar las estructuras del Estado y, a partir de allí, desplegar una plataforma de Gobierno diseñada ad-hoc para cada campaña electoral.
Desde luego, de ser tal, la estrategia encerraría un riesgo, quizá marginal: debilitar el nexo del oficialismo provincial con ese tercio de los cordobeses que históricamente votó peronismo. Aunque hoy, ese riesgo no parece mayor. No se advierte un rival que, desde adentro del PJ, sea capaz de desafiar a la conducción oficial del partido. Ni mucho menos un espacio que, alzando las banderas de la doctrina justicialista, pueda disputar ese espectro del electorado desde afuera.
CON INFORMACION DE DIAIRO ALFIL, SOBRE UNA NOTA DE FELIPE OSMAN.