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Tribulaciones, lamento y ocaso de tontos ciudadanos imaginarios o no

OPINIÓN 16/12/2022 Carina Cabo*
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Los argentinos vivimos insertos en la incertidumbre. Crisis -en plural- mediante, buscamos arraigarnos en aquello que nos de paz y tranquilidad, al menos por un tiempo.

Qué es la felicidad es una pregunta que ha hecho correr ríos de tinta. Entre los primeros griegos, Platón plantea que la felicidad no tiene que ver con el placer, sino con la virtud: “Los felices son felices por la posesión de la justicia y de la temperancia, y los infelices, infelices por la posesión de la maldad”. Y en su obra el Banquete, considera felices a “los que poseen bondad y belleza”.

Al siglo siguiente, Aristóteles también analizó el tema: el fin supremo o último del hombre es la felicidad. Según este filósofo griego, la elegimos siempre, por encima de todo, a diferencia del honor, la riqueza o el placer. En su obra “Ética a Nicómaco (libro II)” señala: “No es, en nuestra opinión, un error completo formarse una idea del bien y de la felicidad en vista de lo que pasa a cada uno en su vida propia. Y así las naturalezas vulgares y groseras creen que la felicidad es el placer, y he aquí por qué sólo aman la vida de los goces materiales (…) Felicidad es a la vez lo mejor (la salud), lo más bello (lo justo) y lo más dulce que existe (obtener lo que se ama) porque no deben separarse ninguna de estas cualidades de las demás. Todas estas ventajas se encuentran reunidas en las buenas acciones y el conjunto de estos actos, o por lo menos, el acto único, que es el mejor y el más perfecto entre todos los demás, es lo que llamarnos felicidad”.

Cuentan que, cuando Alejandro Magno se encontró a Diógenes de Sinope, filósofo de la escuela cínica que rechazaba los bienes materiales, y lo vio desnudo y tumbado a orillas de un río, le dijo: “Pídeme cualquier cosa y te lo concederé “. A lo que Diógenes, sin inmutarse lo más mínimo, le contestó: “Lo único que quiero es que te apartes, me tapas el sol”. Podríamos finalizar el escrito aquí mismo, ante la imagen de la felicidad sencilla y simple, nada más que agregar diría yo. Sin embargo, como nos tiene acostumbrados la filosofía, no hay respuestas universales, sino nuevos planteos de los mismos problemas y eso es lo maravilloso de esta disciplina.

En la edad media la idea de felicidad estaba ligada a Dios, a la vida trascendente y al paraíso prometido y esa recompensa hacía que las personas soportaran todo tipo de sufrimientos terrenales.

En los primeros albores de la modernidad, el inglés Locke plantea que la felicidad es en su grado máximo el más grande placer de que seamos capaces. Por otro lado, el alemán Leibniz señala que la felicidad es un placer duradero, lo que no podría suceder sin un progreso continuo hacia nuevos placeres. Ya en plena Ilustración, Kant señala que la felicidad es la condición de un ser racional en el mundo, al cual todo le resulta conforme con su deseo y voluntad.

A fines del S XIX, para Nietzsche la felicidad es el sentimiento que una resistencia ha sido superada, es una especie de control que tenemos sobre el entorno; es la voluntad de poder, una fuerza que nos da la vida y que nos ata a ella y que al mismo tiempo la convierte en atractiva, ya que es la que nos hace enfrentarnos a todas las adversidades; cuando comprobamos que hemos superado aquello que nos oprimía, según este filósofo, es cuando somos felices.

Recuerdo haber ido a una conferencia del filósofo Julián Marías en el Auditorio Fundación Astengo de Rosario, allá por el año ‘86, donde el pensador español se refería a la felicidad como “el imposible necesario”, una expresión paradójica con la que trata de sintetizar el drama humano consistente en el anhelo de ser feliz y el hecho de no poder serlo nunca plenamente.

Entonces, ¿podemos ser felices?

Si indagamos en los países más felices, encontramos que Finlandia, Dinamarca, Islandia y Suiza son los que han conseguido mejores índices. Hay que tener en cuenta que gozan de un alto poder adquisitivo, estabilidad económica, seguridad social y un buen vínculo ciudadano, más allá de los bellos paisajes. Si miramos a Latinoamérica, el país más feliz es Costa Rica (puesto n°23), el más infeliz Venezuela (puesto N°108) y la Argentina se ubicó este año en el puesto 57 entre los 146 países relevados, aunque cayó 10 posiciones respecto de 2021, según una publicación de la Red de Soluciones de Desarrollo Sostenible de la ONU impulsada por los datos de la Encuesta Mundial de Gallup.

La felicidad mundialista

En estos días, viendo las imágenes en los portales, en redes sociales y escuchando a los ciudadanos, podemos ver que los argentinos esperamos que el Mundial resuelva con un resultado todas nuestras frustraciones personales y sociales.

El día del triunfo de la semifinal, en el festejo de amigos de mi hijo en casa, aproveché para saludar a Manuel, un joven ingeniero, quien había cambiado de trabajo por uno mejor. Ante mi cortesía, me dijo: “Eso no es lo importante, lo trascendental es que Argentina salga campeón”. “Claro”, le respondí incrédula, pero el lunes próximo lo bueno será el puesto nuevo. “No, yo quiero ver Argentina campeón, que la gente tenga eso”, me respondió.

Entonces, me cuestiono qué es la felicidad. ¿Un mundial puede convertirse en una motivación y generar emociones positivas? ¿El resultado de un partido puede hacerme feliz realmente? ¿Esa felicidad es efímera? Todas son preguntas filosóficas cuyas respuestas son individuales o socialmente compartidas que se responderán, en parte, el próximo domingo.

Y si bien lo real nos dice que el Mundial es un evento deportivo, atravesado por lo económico- financiero y por lo comercial- televisivo, lo simbólico nos plantea que es una multiplicidad de signos socio- culturales compartidos. El “qué mirá´ bobo, andá´ pa´ allá” se transformó en la frase que nos aunó, que nos identificó y nos sirvió de escudo para mostrarnos como bloque ante un mundo que nos cuestionaba. Lo demás, por unos días, ya no importa, sólo vale que el Messías nos salve.

 

 

* Para www.infobae.com

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