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Golpazo. Así de frente contra la pared. De esos que te van a dejar la marca un tiempo largo. Porque el resultado, de verdad, ya casi es lo de menos. La falta de reacción, la ausencia de juego asociado, la inexistencia de presión, la poca solidez defensiva son todos ejes que no se posaban sobre este equipo. Argentina perdió mucho más que un partido contra Arabia Saudita. Se olvidó en el vestuario sus propios principios futboleros y arrancó el Mundial de la peor manera.

A veces la jerarquía individual te permite reaccionar, acomodar historias que vienen torcidas. Argentina se había encontrado con muchos espacios. En el arranque nomás un rebote que Messi no pudo terminar de acomodar. Y al toque, un penal VAR, esos agarrones entre miles y un penal que le daba a Leo y a la Selección la chance de bajar la ansiedad. Pero ese control de pelota empezó a dar malas señales. Quizás un poco de displicencia en Cuti Romero, De Paul y Paredes hacía que cada salida del fondo se diera sufriendo. Pero en realidad, más que una actitud hacia el juego era una realidad más producto de la ineficacia que de la dejadez.

Mientras en el fondo se sufría en cada ataque (Molina y Tagliafico no tuvieron ayuda de los volantes de sus costados) con dos centrales en bajo nivel, daba la sensación de que en un pelotazo que pudiera romper la línea defensiva de Arabia Saudita, que tiraba el achique constantemente, se resolvería la historia. Tres goles anulados (uno de Lautaro, por una uña) no disimulaban los conflictos de pase que tenía el equipo. Porque ni Messi ni Di María, por nombrar a los más virtuosos, encontraban su lugar en la cancha. Incómodos, sin precisión, Fideo se quedaba casi escondido sobre la línea derecha y perdía. Y perdía. Leo intentaba asumir protagonismo pero, raro en él, no tenía la sintonía fina activada.

Piña a piña
Más allá de esos problemas, el resultado seguía dando cierta tranquilidad. Hasta que tanto error, tanta poca anticipación, sin lectura de juego ni rebeldía les daría a los árabes la llave que jamás pensaban encontrar. Argentina no ganó ni un rebote y en el comienzo del segundo tiempo, de la nada se vio una versión del Cuti Romero lenta, que no llega a un cruce ni para molestar o desacomodar al rival y Al Shehri la cruzó con clase para el empate.
No sirvió para despertar a ninguno. La Selección sintió el impacto y Arabia Saudita fue por más. En el segundo, más allá de cómo la clavó en el ángulo Aldawsari, fue un combo perfecto de cómo todo se puede hacer mal. La Argentina pudo tres veces recuperar la pelota y en todas llegó tarde. Tarde llegaste, perdiste.
Más allá de juego áspero, la simulación constante, el sacaventaja en cada pelota que hicieron los árabes para demorar, habían preparado el partido de un modo y no se apartaron de eso incluso cuando iban perdiendo. Con la última línea adelantada invitando a que la Selección abusara del pelotazo y que cayera en la trampa.
El ingreso de Enzo Fernández fue prometedor pero no es el que tiene que ganar los partidos. Julián Alvarez tuvo también su chance y se la sacaron sobre la línea pero ya se trataban de acciones que tenían más gusto a un heroica que no iba a llegar. Con un equipo que extrañó demasiado a Lo Celso, que no supo encontrar pase en ningún momento, que tuvo a Messi en un bajo nivel, que jugó de una forma diferente durante todo el camino que lo llevó al Mundial y se quedó colgado en la posibilidad de un pelotazo en lugar de hacer lo que mejor le sienta. La eficacia es un mérito, no es una casualidad. El golpazo tiene que servir como un despertador, una suerte de alarma para que vuelvan a las fuentes que lo hizo ganar la Copa América y ganarse la pilcha de candidato.
Ahora, Argentina no tiene margen de error para buscar los octavos de final y jugará ante México (el 26) y contra Polonia (el 30). Necesita mejorar luego de caer ante el supuestamente más débil del grupo.

Fuente: Olé

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