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Una reinstalación en defensa propia

OPINIÓN 18/11/2022 Claudio Jacquelin*
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Cristina Kirchner volvió para renovar el romance con sus militantes. Y bastante más. Vestida de blanco, como una novia (de antes), no solo ellos fueron los destinatarios directos de su mensaje, sino el resto del peronismo al que intenta recuperar y con el que busca arroparse, después de tantos años de desvestirse de sus símbolos y significados. Síntomas de admisión de una debilidad que busca revertir con urgencia. 

También tuvo sus contradestinatarios bien definidos para denostarlos, como corresponde a las características de su liderazgo. Aunque los señaló con el tono más moderado que puede interpretar para luego lanzar una convocatoria difusa pero insistente a un diálogo político, “un acuerdo democrático”, como se había anticipado aquí hace una semana. Mensajes para consolidar el “Cristina vuelve”, que el cristicamporismo enarboló en su convocatoria.

Pero la vicepresidenta no altera su eje discursivo ni se aleja de su raíz, al margen de citas pacificadoras y de abordajes temáticos inusuales, como la preocupación por la seguridad que expresó en un intento de revincularse con las preocupaciones reales de la ciudadanía. Aunque para eso deba remarcar su distancia, ya extrema, con el gobierno nacional e incomodar hasta al único gobernador cristinista y delfín político, como es Axel Kicillof.

La muy estudiada escenificación que la vicepresidenta realizó en el masivo acto de La Plata está directamente vinculada con las amenazas que percibe y emergen por estos días de dos esferas: la judicial y la económica. Los fallos judiciales por venir y la crisis abierta (de la que siempre culpa a los demás) son factores indisociables de riesgo extremo para el presente y el futuro de ella y su espacio. Un capital político amenazado que la encuentra enfrentada como nunca con la Justicia. Hasta llegar a un conflicto de poderes.

Cristina Kirchner identifica (solo) dos enemigos dignos de su preocupación, capaces de alterar sus planes y de modificar su rumbo: la Justicia y el poder económico-mediático. Detrás de ellos, en su concepción, se agazapan enemigos y adversarios de menor estatura. Brazos políticos e instrumentos, como el macrismo, que desde su visión usufructúan y se sirven (mutuamente) de esos poderes. El resto nunca está a la altura de su Olimpo. Desde allí llama al diálogo y deja afuera a esos “enemigos del pueblo” y la democracia.

La inminencia de una condena en su contra en la causa Vialidad y algunos traspiés más en otras causas por corrupción, que casi todos descuentan, operan como un gran disparador para el relanzamiento de su centralidad y liderazgo, que sugiere, aunque no explicite, una candidatura presidencial. “Todo a su tiempo”, dijo ante el operativo clamor actuado por sus dirigentes y militantes, sin negar ni confirmar nada.

Su presentación fue, ante ese contexto adverso que atraviesa un contragolpe de efecto, una búsqueda de reunificación de fuerzas para hacer frente a las adversidades y, sobre todo, una advertencia. Una reinstalación en defensa propia. Aunque nunca se haya ido del centro de la escena en una década y media. Una demostración de toma de conciencia. Necesita imperiosamente recuperar no solo centralidad sino recobrar y ampliar su capital político. Lo que tiene la expone demasiado.

El subtexto de su presentación es demasiado claro: “Se están metiendo con una líder popular y (eventualmente) candidata presidencial, que está dispuesta a pacificar. Si me condenan es para proscribirme. Aténganse a las consecuencias”. No parece haber margen para muchas otras interpretaciones de su mensaje hacia afuera del oficialismo. Otras son las señales que dirige hacia el resto del peronismo y hacia otros votantes de centro-izquierda con su reaparición en un acto masivo.

El estado de la cuestión judicial es lo que justifica lo que a ojos de muchos analistas podría ser una aparición a destiempo en términos electorales, cuando faltan 9 meses para las PASO y 11 para las elecciones generales. En ese plano sería más una reivindicación del Día del Prematuro que una celebración del Día de la Militancia, que por esas casualidades coinciden en el almanaque también con el Día del empleado judicial. Sin dudas, todo tiene que ver con todo, como le gusta decir a la propia Cristina. Pero las urgencias son muchas y, en este instante, no son solo electorales.

La génesis del acto se encuentra no casualmente en los días inmediatamente posteriores al intento de asesinato de la vicepresidenta y se fue consolidando su preparación a medida que fueron pasando los días y decantando el impacto de ese episodio gravísimo, capaz de haber cambiado brutalmente el curso de la historia política argentina contemporánea.

El transcurso del tiempo le mostró al cristicamporismo cinco hechos más que inquietantes. En primer lugar, cuando todavía la espeluznante imagen de Fernando Sabag Montiel gatillando su arma en la cabeza de Cristina Kirchner estaba demasiado fresca, se advirtió que la consternación y el repudio no se traducían en una pueblada en apoyo de la vicepresidenta. Aun cuando hubo una movilización masiva un día después, que había sido declarado feriado.

En segundo término, las encuestas reflejaron las dudas y sospechas que, aun sin fundamente ni evidencia, tenía y tiene la opinión pública sobre la naturaleza, las intenciones y los autores materiales e intelectuales del ataque. La hipótesis de una gran conspiración urdida o impulsada por los adversarios políticos del kirchnerismo que la propia víctima y el kirchnerismo extremo sostienen y cultiva no pregnó en la mayoría de la sociedad ni las investigaciones posterior corroboraron. Por eso, Cristina Kirchner libra una batalla encarnizada para desacreditar a la jueza a cargo de la causa, a la que volvió en su discurso. Ella es víctima, no culpable de nada les dice a todos.

Al mismo tiempo, todos los sondeos mostraron y cristalizaron apenas una leve caída en la elevada imagen negativa de la vicepresidenta, que supera largamente el 50 por ciento, y ninguna mejora relevante en su imagen positiva, como presuponían sus seguidores y exégetas.

“La mejora que llega a unos cuatro puntos en imagen y de cinco en intención votos es generada por los votantes peronistas y no sucede los mismo con la mayoría de la población, cuyo rechazo no ha modificado”, aclara el consultor Federico Aurelio, director de Aresco. Similares, aunque menos relevantes son las mejoras que registran otras encuestadoras como Poliarquía e Isonomia. Mientras que el director de Escenarios, Federico Zapata, observa que en su última medición se volvió a registrar una caída en la imagen positiva de Cristina Kirchner tras un pequeño repunte en el mes de atentado.

Como atenuante y factor esperanzador para el kirchnerismo puro opera la recuperación de la centralidad en la vereda opositora de su adversario preferido, Mauricio Macri, junto con la consolidación de los halcones macristas, con los que Cristina Kirchner comparte índices de imagen negativa similares. A ellos también procuró reinstalar en el centro del ring desde el estadio platense.

A la casi invariabilidad de la imagen negativa se agrega la percepción de que Cristina Kirchner es culpable de los hechos de corrupción que se le imputan en la causa Vialidad y en, al menos, otros dos casos en curso en la Justicia, sigue siendo mayoritaria. Para más del 60 por ciento de los consultados no es inocente.

Por último, la economía no le devuelve al cristicamporismo los dividendos que esperaba de lo que considera una inevitable y, tal vez, costosa inversión en Sergio Massa, cuando lo avalaron (o lo impusieron) como ministro de Economía.

La inflación sigue su ascenso indomable con el consecuente in crescendo del malestar social y las concesiones para mejorar las escuálidas reservas del Banco Central muestran signos de agotamiento. Casi todo lo que ingresó por haber puesto “al país de rodillas” ante el campo (Máximo dixit) ya casi se evanesció y obligaría a una nueva genuflexión, virtualmente anticipada por el locuaz viceministro Gabriel Rubinstein, que siempre revela lo que el superyo de Massa trata de maquillar y lo que el ala dura del oficialismo no comparte ni quiere escuchar. Por algo, el propio funcionario y la eficaz división de prensa y propaganda del ministro debió salir a desmentir rumores de renuncia del solitario macroeconomista del equipo.

No es el escenario que se imaginaron los cristicamporistas ni el que Massa les prometió. Axel Kicillof y su equipo, que en materia económica son el oráculo de Cristina Kirchner, avalaron el sometimiento a una terapia como tratamiento extremo que no era de su agrado ni de su escuela, a la espera de que lograra la estabilidad, recompusiera las reservas y permitiera redistribuir ingresos que mejoraran la situación de los sectores más rezagados, o sea su base electoral. El puente hacia esos objetivos se ve con demasiadas fisuras y se les está haciendo demasiado largo.

En simultáneo, Alberto Fernández posterga también su rendición final. Nada (o casi nada) de lo que el cristicamporismo le demanda para mejorar su situación política actual y sus perspectivas electorales para 2023 tiene respuesta favorable. Tampoco el profesor de Derecho parece haber sido el lobista judicial que imaginaban. No hubo resultados favorables. Ni en tiempo ni en forma. Como casi siempre-. Salvo algunas destacadas excepciones que confirman la regla de la procrastinación defensiva. Las presiones para que adopte algunas medidas en lo económico y en lo político siguen haciéndose esperar. Aun a costa de su sangrante aparato digestivo que paga las consecuencias. No es fácil resistirse ni tampoco someterse a Cristina Kirchner.

En ese poder de supervivencia y centralidad únicos, que la líder conserva desde hace 15 años, confían sus seguidores. Y ella también. De ella depende todo, creen sin que les flaquee la fe. Por convicción y ausencia de alternativas. Cristina es para ellos “la fuerza de la esperanza”, como reza el eslogan bajo el que se realizó la convocatoria al acto de La Plata y con el que pretenden recomponer el vínculo con muchos votantes que alguna vez los apoyaron y que se alejaron.

El eslogan subraya la distancia que cierta dirigencia política tiene de lo que siente, piensa y padece la sociedad por la realidad en la que vive. El cristicamporismo necesitó recurrir a focus groups para constatar que la falta de expectativas, la desesperanza, el desánimo son las emociones dominantes entre los argentinos, incluidos sus seguidores. Solo después de eso construyeron el lema convocante. Pero la esperanza es una utopía retrospectiva. Aunque Máximo Kirchner se desgañite gritando que el cambio lo representa el kirchnerismo, en el acto de La Plata no asomaron novedades destinadas a construir (o reconstruir) grandes mayorías de cara al futuro.

Por eso, también, se considera que la reaparición de Cristina Kirchner encarna un mensaje para el resto del oficialismo y hacia una nueva y difusa transversalidad. No solo hacia la Justicia o los poderes económico-mediáticos a los que ella identifica como sus enemigos.

“Intenta también reconstruir una centralidad anticipada para la negociación hacia adentro del peronismo, aunque todo está contaminado por el AMBA, que es su bastión, mientras que en el interior hay un fuerte desacople. Los gobernadores hacen la suya y evalúan cómo impactará su presencia en la elección de los legisladores nacionales”, explica Federico Zapata.

Bajo esas premisas, “Cristina vuelve” un 17 de noviembre. Igual que Perón, que volvió y fue aclamado en forma masiva el mismo día de hace 50 años. Siete meses antes de que su regreso definitivo abriera otra etapa aciaga, que se inició con una lucha fratricida dentro del peronismo. Afortunadamente, ya se sabe que la historia no se repite. Por las dudas (y tal vez por su pasión historiográfica) Cristina Kirchner llamó a un nuevo acuerdo democrático. Pero sin deponer enemistades será un camino por construir demasiado complicado. En el que pocos confiarán.

 

 

* Para La Nación

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