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Los evangélicos exhiben su músculo en el Congreso de Brasil

INTERNACIONALES 07/08/2022 Naiara GALARRAGA GORTÁZAR
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Al diputado brasileño Sóstenes Cavalcante, de 47 años, le incomoda que le cuelguen la etiqueta de poderoso. Prefiere términos más acordes con la humildad que predica el evangelio. Él y los suyos “tienen mucha influencia, eso es innegable”, dice en una entrevista en su despacho, en Brasilia. Este teólogo, que durante ocho años ejerció de misionero en Argentina, es ahora el líder del frente parlamentario evangélico de Brasil, un bloque que suma más legisladores que cualquier partido en el hemiciclo. En los 513 escaños de la Cámara de los Diputados se sientan más evangélicos (116) que mujeres (75). Ellos son las caras más visibles del creciente poder político de una comunidad de fieles que no deja de crecer y a la que ya pertenece uno de cada tres brasileños.

Nunca tuvieron tanto poder ni un presidente tan conservador y afín como el católico Jair Bolsonaro. La alianza que mantienen es importante porque el voto de los millones cristianos conservadores será crucial para decidir si es reelegido o si Lula da Silva regresa para un tercer mandato.

Cavalcante asegura que, “respetando a los parlamentarios del frente (evangélico) que apoyan a la oposición, el 90% o 95% de nosotros apoyamos la reelección del presidente Bolsonaro”. Habla un excelente español que aprendió durante los ocho años como misionero de la Asamblea de Dios en Santa Fe.

El presidente brasileño, descendiente de italianos, fue bautizado por un pastor en el río Jordán, en el norte de Israel. Su esposa, Michelle, es evangélica, como sus hijos. Y su lema electoral de 2018 Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos casa perfectamente con una agenda ultraconservadora que resulta muy atractiva para los cristianos de las iglesias protestantes. Los próximos comicios, en octubre, serán un duelo entre el bien y el mal, según el militar retirado.

Existe un partido, Republicanos, que viene a ser el brazo político de una iglesia, la Universal. Pero todas las formaciones, salvo la más a la izquierda, el PSOL, tienen evangélicos entre sus señorías. Y estas pertenecen a un amplio abanico entre los cientos de denominaciones protestantes, pero, en materia moral, la coincidencia es casi absoluta. “Lo que nos une son temas de valores y costumbres, como la lucha contra el aborto, contra la legalización de las drogas y a favor de la familia tradicional. Estos tres temas, y los juegos de azar, son los más fuertes”, dice el legislador Cavalcante. Casinos y armas son dos temas de discrepancia con el presidente.

Se coordinan en un grupo de WhatsApp. Ahí dan las instrucciones. “Los días que el tema es importante, ponemos ahí la orientación (del voto). Los diputados dejan de seguir a sus partidos y siguen al frente. Cuando el tema es ideológico, el partido no les sanciona, excepto el PT. Incluso echó a un diputado que votó a favor de la vida y contra el aborto”, afirma.

Brasil es un país laico de mayoría católica sumido en una profunda transformación social impulsada por la pujanza de las iglesias evangélicas, que poseen medios de comunicación y mueven enormes cantidades de dinero. La ciudadanía es profundamente creyente, un crucifijo preside el hemiciclo y cada miércoles a primera hora la sede del Congreso acoge en una sala un culto evangélico con cánticos, manos alzadas, invitados y retransmisión por Facebook. Allí les prometió el presidente Bolsonaro un juez “terriblemente evangélico” para el Tribunal Supremo. Cumplió.

En la anterior elección, siete de cada diez evangélicos votaron a Bolsonaro. Y las encuestas señalan que el apoyo al presidente menguará, pero aún será mayoritario. Existe también una minoría que se identifica con Lula por motivos terrenales, explica el politólogo Vinicius do Valle, del Observatorio Evangélico. “Le votan no por ser evangélicos, sino porque son pobres. En Brasil son el segmento religioso con la mayor proporción de negros, de personas que viven en la periferia, en otras palabras, de baja renta”, dice el investigador Do Valle en una entrevista por vídeollamada.

La diputada Benedita da Silva, negra, carioca de 80 años, es el emblema de los protestantes en el partido de Lula. No suele votar con sus correligionarios. La veterana política es una excepción porque, en el Congreso brasileño, mucho más relevante que las siglas partidarias son las bancadas, los lobbys parlamentarios. A los tres más potentes se los conoce popularmente como BBB (boi, biblia, bala). Es decir, los defensores de los intereses del sector agropecuario, los evangélicos y las fuerzas de seguridad.

Una de las novedades que ha traído el bolsonarismo es que se ha ampliado el espectro de asuntos en los que los legisladores cristianos conservadores actúan al unísono. El politólogo afirma que, “con este Gobierno, no solo actúan juntos en la agenda moral, sino también en la defensa de las políticas estratégicas de Bolsonaro”. Es creciente su interés por la educación como campo de batalla para combatir la educación sexual, los derechos LGTB o la homofobia. En ese flanco, han vivido el escarnio de que el ministro de educación, evangélico, y dos pastores fueran detenidos por tráfico de influencias. Cavalcante echa balones fuera y se limita a decir que “fue un suceso lamentable”, que ellos no lo propusieron para el cargo y critica la demora en destituirlo.

Ni los evangélicos participaron siempre en política, ni estuvieron siempre tan a la derecha. Los convulsos años de la crisis política que incluyó el impeachment contra Dilma Rousseff y culminó con la elección de Bolsonaro también trajo cambios a su universo político. Cada vez se reconocen más abiertamente de derechas— “principalmente tras el fenómeno del bolsonarismo”, apunta el politólogo— y además caló el discurso contra el PT de Lula. “En algunos sectores, la izquierda no es vista como el oponente político, como una posición legítima en el juego político, sino como el mal. Un enemigo que hay que combatir en una guerra santa”, según el Do Valle.

Aunque los evangélicos son a menudo definidos como un bloque monolítico, los fieles son mucho más plurales y diversos que los jerarcas, como insisten todos los que estudian el fenómeno en Brasil y su espectacular empuje en las últimas dos décadas.

Los líderes cristianos conservadores tuvieron en su día sintonía política con el PT —más con Lula que con Rousseff—, pero contribuyeron a la caída de la presidenta y luego se sumaron con entusiasmo a la ola bolsonarista.

En aquellos años, cuenta el legislador, operaban en secreto. Trabajaban de manera coordinada contra la mayoría del PT. “Fue la manera que encontramos de ofrecer algún tipo de resistencia ideológica ante un Gobierno de izquierdas”, explica el diputado, que pertenece a la Asamblea de Dios, la más nutrida denominación evangélica, con un siglo de presencia en Brasil.

Reprocha al PT las prácticas corruptas mientras gobernaron y su agenda progresista. O, como dice el jefe del frente evangélico, “Gobiernos que atacaban valores cristianos”. Se queja de que, “cuando no lograban aprobar aquí las leyes, lo hacían vía el poder judicial”, como ocurrió, subraya, con el matrimonio entre personas del mismo sexo o la ampliación del derecho al aborto en el caso de fetos sin cerebro.

Pese a ser consciente de que la pandemia y la guerra de Ucrania han desgastado al presidente y de que la crisis económica es uno de sus flancos débiles, confía en una victoria de Bolsonaro. Y está convencido de que la elección se decidirá por un margen mucho menor que los diez puntos de 2018. “Ahora serán 3%, como máximo, 5%”, pronostica. Espera que entonces el mandatario de extrema derecha pueda dedicarse a fondo a la agenda ultraconservadora. Entre los temas prioritarios, restringir el derecho al aborto.

La prioridad del frente parlamentario evangélico no es, de todos modos, elegir presidente sino ampliar sus filas. Ahora mismo ostentan el 20% de los escaños cuando se estima que suponen el 30% de los 210 millones de brasileños.

El próximo presidente, sea Lula (favorito en las encuestas y que también los corteja) o Bolsonaro, tendrá sin duda muy presentes a esos millones de compatriotas, como los tienen los presidentes del Congreso. “Ya no funcionamos en secreto, todos lo saben. La presidencia de la Cámara, cuando van a votar temas polémicos, quiere saber qué piensan esos tres frentes (BBB). Antes solo preguntaban a los líderes de los partidos y a la bancada femenina. Ahora, para evitar sorpresas, también nos preguntan. Tenemos capacidad de derrotar o ganar proyectos, así que, empezaron a escucharnos”.

Fuente: El País

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