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Del muchacho salvador y la dragona

OPINIÓN 03/08/2022 Javier Gentilini*
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Lo que empezó hace tres años como una gran avivada de Cristina Kirchner para sortear una eventual derrota electoral, terminó convirtiéndose en una tragicomedia de enredos, trampas y traiciones, con cero eficiencias de gestión y un desastre económico generalizado, que ahora suma estelarmente a Sergio Massa, para ponerle el pulmotor a un gobierno que no daba para más.

No hay economista que no reconociera que la crisis es primero política, por lo que la maraña de problemas debía empezar a desenredarse en ese plano, que no es ni más ni menos que el de la gobernabilidad. La misma quedó muy maltrecha porque la autoridad presidencial se derrumbó por completo, al compás de los errores propios de Alberto Fernández y su resignada sumisión a las idas y vueltas de la vicepresidenta.

Semejante desenlace pareciera no corresponderse con el plan inicial de Cristina, pero es sólo una cuestión de grado y no de concepción. El error parte de suponer que ella pretendía un Alberto obediente y eficiente, que llevara bien el Gobierno y que le despejara el terreno judicial. Lo segundo es una obviedad, pero lo primero no tanto.

Lo cierto es que en el fondo Cristina designó a Alberto siguiendo el mismo patrón por el cual eligió a Scioli antes. Se trata de delegados sin la más mínima altura de estadistas y con una probada inconsistencia ideológica y programática, lo que le garantizaba dos cosas: primero, que no iban a ganar centralidad, para conservarla ella sin ser Presidenta, y segundo, que el control de la “delegación” lo iba a poder hacer de esa presunta “izquierda”, que tanto le gusta, para mantenerse con la capacidad de interpelación. Lo del ex motonauta no sabemos cómo hubiera evolucionado, más allá de que el plan podía incluir que perdiera (que es lo que efectivamente pasó), reteniendo la Provincia de Buenos Aires (que es lo que falló), pero lo de Alberto quedó patéticamente a la vista, y la desproporción de las consecuencias de su manifiesta inhabilidad no sólo se lo estaban llevando puesto a él, sino también a ella, al pankirchnerismo y al país entero.

Por eso es que entra Massa. Aunque los recelos entre los socios de la tríada original no han desaparecido. Por el contrario, están más alertas que nunca y más para Cristina, aunque en el caso de Alberto lo sean desde una situación de postración y resignación. A esta altura y si tuviera un mínimo de dignidad personal, ya tendría que haber renunciado y haberle devuelto la gentileza a la vicepresidenta, que es la que lo puso ahí para zamarrearlo y la que debiera hacerse enteramente cargo de la delicadísima situación a la que hemos llegado.

Aunque esto crispe a la oposición expectante, a determinados grupos corporativos y a buena parte de la sociedad argentina, la verdadera raíz del principal problema que tenemos es quién conduce. Ya sabemos que no lo es el Presidente y ahora se especulará con que lo será Massa. Pero la Vicepresidenta seguirá estando, aunque ella prefiera moverse como si tuviera poco que ver con este (des)gobierno.

La novela continuará, quizá con un país con menos convulsiones si es que los malabares de Massa resultan bien, pero con los mismos problemas estructurales y las mismas tensiones intersectoriales. Con el Presidente mirando desde el lecho de moribundo y una Cristina sobándose las manos, por haber escapado una vez más del cataclismo y esperando para poder volver a señalar con el dedo y aplicar los “correctivos”.

Un probable final de esta temporada, que se develará el año que viene, es que Cristina como reserva política e ideológica de la versión kirchnerista del peronismo procese a su amenaza directa, el nuevo “superministro”, en la trituradora de la interna del Frente de Todos o como se vaya a llamar. Y para Massa la única vía posible será transitar por ese estrecho desfiladero, donde la dragona lo estará esperando. ¡Éxitos en la gestión, Sergio!

 

 

* Para www.infobae.com

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