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Los K preparan el velorio de Alberto

OPINIÓN 03/07/2022 Eduardo van der Kooy
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El mismo día que visitó a la ex piquetera Milagro Sala en un hospital de Jujuy, Alberto Fernández concedió una entrevista a la señal de cable C5N. Sucedieron cosas llamativas. El Presidente quedó en tres ocasiones repentinamente en blanco delante de los periodistas. Colgado. Una vez, cuando debió mencionar al secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken. El resto de la conversación pareció dedicarla a intentar agradar a Cristina Fernández y al kirchnerismo. Fue inútil: desde ese bando partieron los golpes finales que demolieron a Martín Guzmán como ministro de Economía. Dejaron al Presidente de nuevo colgado, como le había sucedido en la TV. 

Allí dijo que Sala permanece detenida de manera indebida. No vale la pena hacer una recopilación de las causas. Apenas detenerse en dos. El fallo que dejó firme la Corte Suprema en 2021 para que cumpla dos años de prisión efectiva por amenazas a policías. Otra, conocida como “Pibes villeros”, por la que fue condenada a trece años con acusaciones de fraude y extorsión. El procurador general, Eduardo Casal, ya se expidió por dejar firme el castigo. Falta el pronunciamiento del máximo Tribunal.

El Presidente defendió además la situación en Venezuela. Sostuvo que, en su momento, avaló el informe de la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, la ex presidente de Chile, Michelle Bachelet. Pero que en la actualidad la situación del régimen de Nicolás Maduro habría mejorado. No estaba al tanto, se ve, del último informe de Bachelet que denunció “el uso de la legislación terrorista y contra la delincuencia organizada” en detrimento de los periodistas.

Hace menos de dos años, entre una parva de atrocidades, la Alta Comisionada denunció la corroboración de 2.000 asesinatos extrajudiciales en Venezuela. ¿Estarían prescriptas para Alberto? ¿No formarían parte, por ende, de las violaciones a los derechos humanos? Aplicando esa lógica no deberían haberse juzgado los crímenes y desapariciones de la dictadura de Jorge Rafael Videla y compañía. Porque el grueso de la tragedia ocurrió hasta 1980. Luego se atenuó. Disparate.

Las argumentaciones del Presidente resultan siempre muy elásticas. Condicionadas de manera rígida a la situación del Gobierno, su traumático vínculo con Cristina y la batalla contra el kirchnerismo. De hecho, en esa aparición televisiva fue interpelado acerca del presente del Frente de Todos. “Está bien”, repitió cortante dos veces. No se atrevió a decir más. Su semblante parecía traslucir la realidad.

Aquella valoración presidencial se estrelló contra varios muros. La guerra de los movimientos sociales oficialistas contra el kirchnerismo escala. Emilio Pérsico, del Movimiento Evita y funcionario del Ministerio de Desarrollo Social, disparó que en el mejor momento de los gobiernos de Cristina “el país era una mierda”. Andrés Larroque, el ministro de Desarrollo Social de Buenos Aires, proclamó que “la fase moderada” de esta administración “está agotada”. Guzmán tomó nota, esperó la ocasión y renunció. Alberto no debería estar distraído. Hebe de Bonafini reapareció sin amortiguación. Dijo que el Presidente “es una vergüenza”. Apeló a una metáfora infeliz: “Si hay un velorio, él quiere ser el muerto”. ¿Equívoco o pronóstico político?

En ese contexto, contorneado por la dramática situación social y económica, Alberto y Cristina decidieron instalar absurdamente la pelea por el 2023. Sin conocer todavía cómo harán para recorrer lo que queda del 2022. El Presidente carece también de inhibiciones cuando habla. “Definitivamente sí”, respondió al ser consultado sobre la posibilidad de su candidatura en una interna de la coalición oficial.

La persistencia del Presidente y su vice por la supuesta permanencia es llamativa. Ambos, según la última medición de la consultora ARESCO, poseen valoraciones muy negativas en la opinión pública. La positiva no supera el 27%. Podría existir, sin embargo, una explicación: hay un kirchnerismo encerrado en una cápsula cada vez más pequeña; hay un peronismo sin volumen real de representación.

El mayor problema, claro está, lo sobrelleva Alberto. Aunque Cristina tampoco pueda despegarse de la responsabilidad de haberle obsequiado la chapa. El derrotero presidencial de la última semana resultó asombroso. Estuvo en Berlín en la Cumbre del G-7 y evitó una condena explícita a Vladimir Putin. Fue insípido al hablar con el mandatario ucraniano, Volodimir Zelensky. Las naciones de aquel grupo resolvieron redoblar las presiones económicas contra Rusia por la invasión a Ucrania.

No bien llegó, se encontró con un descalabro financiero (la trepada del dólar) debido a la restricción de importaciones. Prefirió visitar en Jujuy a Sala y desahució la reunión de Gabinete convocada por Juan Manzur, a la cual se ausentaron siete ministros. Proclamó que la crisis por la falta de gasoil responde “al crecimiento de la economía”. Debió recurrir a súplicas desesperadas –a cargo de Santiago Cafiero y Juan Manuel Olmos- con su amigo Héctor Daer, jefe de Sanidad, para que la Confederación General del Trabajo (CGT) no cancelara un acto de recordación por el fallecimiento de Juan Perón. Resultó frío, anacrónico, con palabras estacionadas a media agua.

¿La central obrera se estaría inclinando por Cristina? Nada de eso. Menos, cuando la vicepresidenta se encarga de privilegiar siempre a la CTA de Hugo Yasky. Ocurre que entre los sindicalistas también existe una diáspora por la crisis social ante la cual aparecen paralizados. Nada de medidas de fuerza. Nada de movilizaciones. La calle ha pasado a ser de los movimientos sociales, con claro predominio de la izquierda.

Dicho panorama tampoco resulta indiferente al kirchnerismo. El diputado Máximo Kirchner es quien más trabaja en ese campo. Se molestó con su madre por aquel fuerte ataque contra los planes sociales. Sobre todo, por la imaginaria invocación al pensamiento de Evita. Hay miles que La Cámpora maneja en Buenos Aires. La inquietud llegó a tal punto que a mediados de semana se descubrió a Cristina caminando por los pasillos del Congreso, con seis custodios, rumbo a la oficina de su hijo.

En su debilidad objetiva respecto de lo que en algún tiempo fue, la vicepresidenta no parece tener tantos contratiempos internos como Alberto. Trabaja en un proceso de cooptación cuya meta es su reposicionamiento. No le hace asco a nada. Amado Boudou estuvo en el Senado y el Instituto Patria. Se acerca Julio De Vido llevado al Instituto Patria por el senador Oscar Parrilli.

El 2023 parece la meta segura. Incierto aún si se tratará de una postulación presidencial o un afincamiento en Buenos Aires. Por lo pronto, se ocupa de hacerles llegar a los alcaldes en el Gobierno encuestas del principal distrito electoral donde aparece mucho mejor que el Presidente. Las recibieron los ministros Jorge Ferraresi, Juan Zabaleta y Gabriel Katopodis, de Avellaneda, Hurlingham y San Martín.

Cristina hizo otro par de movimientos. Activó en dos ocasiones a los gobernadores. Al menos a quince de ellos. Primero logró que recompusieran una Liga donde la voz cantante la llevan Axel Kicillof, de Buenos Aires, y Jorge Capitanich, de Chaco. Es decir, ella misma. Luego consiguió que siete de los mandatarios estuvieran presentes en el Senado cuando el oficialismo dio dictamen de Comisión al proyecto de ampliación a 25 los miembros de la Corte Suprema. Ahora son 4. De nuevo Axel y Capitanich en primera fila. La idea consiste en aprobar esa iniciativa a mediados de este mes, aunque su sanción en Diputados parece una utopía.

La vicepresidenta no debió recurrir a ningún artilugio para diferenciarse de Alberto con otro acto por Perón. Mechó su ropaje por momentos de pastora, con fuertes provocaciones y referencias hirientes contra el Presidente. Expuso un mensaje que no desentonó con aquella advertencia de Larroque sobre el fin de la moderación. El kirchnerismo conjeturaba que pasada la mitad del año podrían sobrevenir los cambios. Fueron antes. Quizás acicateados por un escenario que pinta la consultora Equilibra (Martín Rapetti y Diego Bossio): la consolidación de un proceso estanflacionario para lo que resta del año. Mayor inflación con caída productiva.

Guzmán madrugó aquella especulación kirchnerista. No pareció una casualidad que haya difundido su renuncia mientras Cristina hablaba en su teatro de Ensenada. Apenas minutos después de que la vicepresidenta explicara al auditorio, con sus clásicas deformaciones, el encuentro que tuvo con el economista Carlos Melconián, cercano a Mauricio Macri. Ella se vanaglorió hasta ser capaz de un gesto semejante con alguien que predica otra partitura económica. Nunca, de seguir tolerando al académico de la Universidad de Columbia. Cercado en áreas sensibles por el kirchnerismo. No alcanzó a compensarlo ni siquiera el desembarco de Daniel Scioli en Producción. Lo del ministro renunciado sonó a gesto desafiante. Acorde a lo que piensa que habría que hacer, de ahora en más, un sector del pequeño equipo que acompaña al Presidente.

¿Podrá y querrá Alberto seguir ese derrotero? Nadie en su círculo cercano se anima a un vaticinio. Se ha vuelto una persona que siembra desconcierto. No pasó cuando denunció un supuesto de golpe de mercado. Pertenece a la matriz nacional. Hasta el macrismo lo invocó en su desgracia. Contó que fue cortante con el premier Boris Jhonson cuando hablaron de Malvinas. Londres lo desmintió. Sostuvo que Emanuel Macron le había solicitado ayuda con el petróleo. Francia desconoció la versión. Culpó a la oposición y el periodismo de haber convertido en episodio oscuro el aterrizaje del avión venezolano-iraní. Mario Abdo Benítez, presidente de Paraguay, relató los vínculos de al menos dos de los iraníes con el terrorismo. ¿Confusión o inventiva?

 

 

* Para Clarín

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