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La estrategia desconcertante de la CGT: señales a favor y en contra de Alberto Fernández y una advertencia hacia Cristina Kirchner

POLÍTICA 22/05/2022 Ricardo Carpena*
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El sindicalismo peronista siempre muestra indicios de realineamiento cuando hay cambios en el poder político. El problema se presenta en momentos como el actual, con un Presidente debilitado, una Vicepresidenta que juega a desgastarlo y una oposición que se siente cerca de volver al Gobierno, pero que aún debe esperar más de un año. ¿El resultado de este combo impredecible? Dirigentes gremiales desconcertados que sobreactúan su apoyo al primer mandatario y, a la vez, se preparan para protestar contra sus políticas.

El escenario no es sencillo. La falta de rumbo del Gobierno, que se traduce en una inflación en alza, sacude a una Confederación General del Trabajo (CGT) que a veces parece decidida a inmolarse por Alberto Fernández. No porque avale su gestión (de por sí, es víctima de sus problemas para administrar el Estado y tornar eficaces sus medidas), sino porque el jefe del Estado es el muro que puede contener a Cristina Kichner. El Presidente sigue sin acertar en la economía, entre tantos rubros, pero es un interlocutor posible para los sindicalistas. La Vicepresidenta, en cambio, es la “enemiga” que quiere echarlos de los gremios y quedarse con los fondos de las obras sociales.

Así pueden entenderse algunos movimientos de la CGT que suenan contradictorios. La Unión Obrera de la Construcción (UOCRA) diseñó este viernes un acto en respaldo de Alberto Fernández que contó con muchas ausencias, pero no tantas como todos imaginaban. Gerardo Martínez, el líder del sindicato, integra uno de los sectores que controla la central obrera e imaginó el acto en Esteban Echeverría como la respuesta a la última presentación de Cristina Kirchner en el Chaco, donde volvió a diferenciarse del Presidente y del plan económico.

Si el primer mandatario cayera por una crisis institucional forzada por su Vicepresidenta, los gremialistas serían los primeros en sufrir las consecuencias del cambio de manos en el poder. Cristina Kirchner nunca soportó a dirigentes que se llevan bien con todos los gobiernos y, sobre todo, que no se disciplinan como otros gremialistas con piel de animales salvajes y espíritu de mascotas domesticadas.

¿Qué sospecha el sindicalismo más tradicional? Que el ascenso cristinista implicaría un Ministerio de Trabajo en manos de La Cámpora y, por ende, todos los resortes del Estado orientados a que el kirchnerismo desembarque en forma masiva en los gremios. Por eso el sector dominante de la CGT (“Gordos”, independientes y barrionuevistas) festejó como una goleada la reelección de Julio Piumato al frente de la Unión de Empleados Judiciales de la Nación (UEJN): es la actividad en el que está creciendo Vanesa Siley, la diputada camporista y dirigente de SITRAJU, el sindicato que compite con el de Piumato y ya obtuvo la personería gremial en la Ciudad de Buenos Aires.

Siley es, además, la figura kirchnerista que más se menciona para ocupar el Ministerio de Trabajo en caso de que la Vicepresidenta logre desplazar a Claudio Moroni. Así se entiende que en las últimas semanas haya habido tantos gestos de respaldo hacia el titular de Trabajo por parte de los hermanos Daer, Héctor, cotitular de la CGT y líder de Sanidad, y Rodolfo, jefe del Sindicato de Alimentación.

Como se sabe, quien maneje la cartera laboral puede influir en la vida interna de los sindicatos. Por ejemplo, avalar o frenar listas opositoras en las elecciones gremiales y, sobre todo, darles o no a los dirigentes el poder sin límites que representa la personería, esa llave que otorga el Ministerio de Trabajo al sindicato más representativo por rama de actividad y que lo habilita a una serie de derechos exclusivos como firmar convenios colectivos en nombre de todos los trabajadores del sector y administrar sus propias obras sociales.

Si La Cámpora se queda con el trofeo del Ministerio de Trabajo, muchos dirigentes creen que serán jubilados en forma anticipada. Por algo Héctor Daer, de “los Gordos”, elogió hace poco a Moroni porque “no cede a la presión de los que buscan romper con el modelo sindical argentino”. Hacía alusión a los kirchneristas que pondrán fin a los mandatos perpetuos de los gremialistas que no responden a ellos.

Cristina Kirchner es, además, la más firme impulsora de una reforma del sistema de salud que, como creen los dirigentes sindicales, terminará con una apropiación de los fondos de las obras sociales por parte del Estado. Lo temen desde que ejerció la Presidenta y puso en la Superintendencia de Servicios de Salud a Liliana Korenfeld, una “pingüina” que cerró el grifo de la plata de las obras sociales (la famosa “caja”) y la administró en función del grado de disciplinamiento político de los dirigentes hacia la Casa Rosada. Entre tantas víctimas, puede dar cuenta de esa modalidad Hugo Moyano, quien en aquellos años se oponía al cristinismo y su obra social recibía dinero a cuentagotas.

Hoy, el sistema de obras sociales sufre un déficit financiero galopante y Alberto Fernández sigue prometiéndoles a los sindicalistas soluciones que nunca llegan, pero es preferible alguien que no cumple a una Vicepresidenta que quiere quedarse con todo. Es una de las explicaciones de por qué el sector mayoritario de la CGT abraza al Presidente, aunque, al mismo tiempo, lo cuestiona sin piedad.

El acto que organizó Gerardo Martínez en el camping de la UOCRA fue un mensaje tanto para Alberto Fernández como para Cristina Kirchner. De la misma forma que la movilización contra la inflación que está por anunciar la CGT, revelada a Infobae por el líder del gremio de la construcción, apuntará a dar una señal a los empresarios de que no aceptará más aumentos de precios descontrolados, pero también al Presidente y a la Vicepresidenta de que deberían alinear sus decisiones a las necesidades del poder sindical. De paso, el mensaje debería recibirlo el próximo jefe del Estado: ningún gobierno puede desconocer a la CGT, aunque se mantenga dividida y debilitada.

La movilización cegetista logrará consenso interno: algunos marcharán contentos contra los empresarios e incluso contra Alberto Fernández, como la dirigencia gremial K; otros, con la mente puesta en ponerle un freno al expansionismo político de Cristina Kirchner y La Cámpora.

Nada cambiará sustancialmente tras el regreso de la CGT a la calle, así como tampoco mejorará la posición declinante del Presidente tras el acto de la UOCRA. Sólo se trata de montar una escenificación que sirva de advertencia a la coalición gobernante. Y, de paso, que pueda disimular lo que quedó en evidencia con la caída de Antonio Caló en la Unión Obrera Metalúrgica (UOM): ¿se viene un sindicalismo con más kirchneristas y trotskistas que peronistas tradicionales? Es lo que más inquieta a todos. A esa vieja dirigencia desplazada por cambios que no pueden asimilar y al poder político y económico, que mira cómo se termina una era de sindicalistas negociadores y más dóciles.

 

 

* Para www.infobae.com

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