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Un gobierno que reparte pobreza

OPINIÓN 31/03/2022 Cristina Pérez*
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A alguien que no sabe si podrá tener la próxima comida del día no le cambia el drama que otro también esté mal. Lo ayudaría tener certeza de llevarle a sus hijos ese plato a la mesa. Esa es la lógica gastada que ya tampoco le alcanza al gobierno. Cuando el Presidente vuelve a apelar al ardid de señalar la opulencia de alguien más, no sólo fracasa en su búsqueda de dividir, también admite dos cosas igual de escandalosas: que no tiene solución para quienes atraviesan un sufrimiento inadmisible en un país productor de alimentos y que su modelo es perverso. Ese modelo ya ni consiste en repartir pan, ni circo, se trata de que todos sean pobres para que nadie note la diferencia. Se reparte pobreza.

“Aún con esta inflación, no veo problemas de salario”, tuvo el desparpajo de decir el Ministro de Trabajo. Dio en el corazón de un drama que marca otra frontera en la crisis de empobrecimiento de la Argentina. No alcanza con trabajar para no ser pobre. El despeñadero de la clase media, es el despeñadero de los trabajadores en general. Han repartido también el declive. Cuando el dirigente piquetero y funcionario oficial Emilio Pérsico se jacta de que “hay pleno empleo”, la afirmación es en realidad una omisión. Tener empleo no es dejar de necesitar al Estado. A un Estado cada vez más incapaz de sustentar ayuda, por profundizar lo insustentable.

La economista Virginia Porcella afirma que la mejora tímida del índice de pobreza se produjo en el segundo semestre del año pasado, al calor de la escandalosa emisión de dinero para la campaña electoral. También repartieron lo que no había. Y ese fue el caldo de la anemia acelerada de valor en la moneda. O lo que queda de ella. Plan platita para hoy, hambre para mañana. Ahora las previsiones de inflación vuelan por el aire. En susurros de miedo se cuenta hasta más del 70% en algunos casos. Sinvergüenzas.

Entender que el largo plazo para millones de argentinos es lo que se aguanta en el estómago con la última ración de alimento, es un nivel inmoral de la urgencia. Hay héroes de los que poco se habla en Argentina, donde cada mañana, de cada día, en algún lugar anónimo, alguien tiene que intentar cocinar para cientos de personas que no pueden asegurar alimento para sí mismos ni para los suyos. También son desterrados de su propia mesa, tienen que hacer fila en comedores. Ese desarraigo, el de la propia mesa, es desconocido como tal, pero es otra de las formas de la expulsión. Muchos de los que llegaron a la Avenida 9 de Julio con una carpa, a dormir con criaturas en medio del frío, ya no piden planes. Piden que al menos llegue comida en tiempo y forma a los comedores, donde comer no es necesariamente símbolo de nutrición. Si para una familia cualquiera se ha reducido el consumo de carnes, la mayoría de las mesas de los comedores populares directamente la considera un lujo inalcanzable.

Lo sabe la gente de Caritas, que en un año multiplicó cinco veces la asistencia pasando de atender a 127.913 personas a 688.000 almas. Más de 40 mil voluntarios ayudaron a que se preparen y distribuyan casi dos millones de raciones de comida. Explican que su logro, fue mejorar la calidad de los alimentos. Y es una cuestión capital en la emergencia. En la mayoría de los comedores, esto es una batalla perdida porque las cajas de asistencia gubernamental están superpobladas de harinas, de fideos y polenta. Qué chico puede crecer sano así. La Argentina de las mesas del hambre interpela aquella farsa de “la mesa del hambre”. La heladera con asado de Alberto Fernández, es una promesa olvidada. El Presidente intenta echar culpas a la Ciudad de Buenos Aires para manotear más dinero usando a quienes no verán mejorar su situación por las rapiñas de la coparticipación. Las miserias también son políticas.

Y hay de fondo otra gran hipocresía. Porque es con los impuestos, más la ayuda voluntaria de miles de personas que simplemente se conmueven por el padecimiento de los otros, como en 2001, que el propio Estado puede asistir a los más necesitados. Los argentinos hacen mucho por los argentinos, pero al gobierno no le conviene recordar que se sustenta con los que todavía trabajan o todavía consumen. Prefieren tildarlos de enemigos, porque de otra forma, no tendrían a quien culpar y deberían mirarse al espejo. La Argentina sin moneda, es el Estado que se lo ha consumido todo, sin generar las condiciones ni por asomo para producir lo que necesitamos para la subsistencia. Ni hablar de crecer. Utopía se ha vuelto el progreso en la Argentina pobrista del modelo K.

Pero entender, entender es otra cosa. Para entender hay que volver a esa olla donde se hierve agua cuidando la garrafa, la leña o el carbón para que no languidezca también el fuego, sin saber qué podrá agregarse al guiso que, para muchas familias, será quizás la única comida del día.

 

 

* Para www.infobae.com

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