El tiempo - Tutiempo.net

Alberto y Cristina, rehenes entre sí

OPINIÓN 20/03/2022 Eduardo van der Kooy*
02-af-al8

No pasa ningún día sin que desde el mundo presidencial o el kirchnerismo se emitan señales de que el Gobierno ha dejado atrás su fase de crisis para ingresar en la desintegración. Cada novedad encadenada evidencia que el oficialismo se convirtió en un peligro para sí mismo y también para la gobernabilidad de la Argentina. Alberto Fernández, en las condiciones descriptas, debe administrar una economía que está desbocada, cumplir el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), estar alerta a las secuelas de la guerra de Rusia contra Ucrania que, por riñas internas, encuentra a nuestro país en un no lugar del contexto internacional. 

El Presidente tiene el diálogo roto con Cristina Fernández. Fue insólito que la portavoz, Gabriela Cerruti, haya blanqueado dos veces en tres días que, en efecto, la dama no responde los mensajes del mandatario. ¿La envió Alberto para desnudar la voluntad rupturista de su vice? ¿O fue ella para dejar claro que están en un punto sin retorno?

Esa ruptura baja en la pirámide institucional. La semana anterior se manifestó la división del bloque oficial en Diputados al votar el acuerdo con el FMI. La fotografía se replicó el jueves en el Senado. De los tres poderes del Estado queda sólo uno, plagado de fisuras e ineficiencias, que conserva las formas: la Justicia.

Aquella fractura en Diputados estaría incubando una sorpresa. El kirchnerismo y varios de los que evitaron avalar el acuerdo con el FMI (28 votos en contra y 13 abstenciones) estarían debatiendo formar un sub-bloque. Esa tarea la urde Máximo Kirchner. “No se pueden ocultar más las diferencias. Alberto ya fue”, se le escucha murmurar al hijo de la vicepresidenta.

De nuevo, como cuando renunció a la jefatura del bloque, dicen que su madre no estaría de acuerdo. El doble juego comienza a perder credibilidad. ¿Ocurrirá lo mismo en el Senado? Pase o no, pareciera que el Congreso, en este año pre-electoral, ocuparía un lugar decorativo.

¿Cómo esperar, con ese paisaje, que la “guerra contra la inflación” que lanzó Alberto pueda anclar en buen puerto? Ese objetivo parece la última carta presidencial disponible con el fin de hacer olvidar los fracasos de los dos años de gestión. La falta de soporte político atenta contra tal ambición. La lucha por el alza de precios representa un tema convocante. Las medidas conocidas hasta ahora revelan una mixtura obligada entre las posturas del mandatario y otras necesariamente afines al pensamiento kirchnerista. Las recetas de precios máximos o cuidados del secretario de Comercio, Roberto Feletti, están siendo un fiasco. El 52,3% de inflación interanual lo demuestra. El encarecimiento de un 9% de la canasta básica alimenticia sería la expresión máxima.

El propio FMI reiteró que el acuerdo requiere de amplio apoyo político. Ahora más que nunca por las descompensaciones que produce la guerra en Ucrania. Pero en el Gobierno es imposible que reine la paz. Un viejo pleito volvió a cercar a Martín Guzmán. Darío Martínez, secretario K de Energía, alertó que la Argentina podría quedarse sin luz ni gas las semanas venideras por los recortes presupuestario del ministro de Economía para cumplir con el acuerdo. El incordio se terminó solucionando con una llamada de Alberto y el giro de fondos. La clave sería otra: Martínez prefirió ventilar el problema antes de intentar solucionarlo de otra manera.

El funcionario dijo cosas parceladas. Es cierto que las previsiones han cambiado desde la invasión de Rusia a Ucrania por el alza de los precios del petróleo y el gas. Pero la insuficiencia energética a la que alude Martínez (la Argentina importa el 30% del gas que consume) deriva de una falta de previsión no tan ostensible en países vecinos. Es cierto que la convulsión mundial complicó todo. Chile, por ejemplo, posee convenios a cinco años para la importación de gas que Sebastián Piñera le legó a su reciente sucesor, Gabriel Boric. Aunque su secretario de Energía, Claudio Huepe, tampoco descarta trastornos por la guerra. Aquí, según Martínez, los embarques contratados se agotarían a fin de mes.

Otra controversia rodeó los anuncios vinculados con el campo. En el último año vendió por US$ 35 mil millones. Retornó la discusión sobre las retenciones. Acicateadas por Feletti, La Cámpora y Axel Kicillof. El ministro de Agricultura, Julián Domínguez, se ocupó de explicar que el sector es el gran motor productivo de la Argentina. Cuyos costos en lo inmediato se incrementarán en US$ 1.500 millones solo por encarecimiento de los fertilizantes que provienen de Rusia. A eso habría que añadir las subas en los combustibles y logística de transporte.

Finalmente se acordó la modificación de alícuotas para la harina y el aceite de soja que representarán US$ 420 millones. La plata que necesita el Gobierno para el subsidio de la harina en el mercado interno. Al margen de los números, alguien activó la reflexión del Presidente con un interrogante: “¿Meternos ahora en un conflicto con el campo cuando tenemos la coalición dinamitada?” El calificativo utilizado por el interlocutor de Alberto parece atinado. Cristina no tuvo en el Senado la coartada que halló en Diputados –los incidentes callejeros que derivaron en la pedrea a su oficina en el Congreso—para manifestar su discrepancia con acuerdo con el FMI. Estuvo casi todo el tiempo ausente en la sesión que dio luz verde al trato.

Si los números pudieran tener traducción política exacta, se arriesgaría que la batalla dada por la vicepresidenta en el Congreso ha tenido quizás un costo final superior al de la invasión de Vladimir Putin a Ucrania. De los 118 diputados le respondieron 28. Puede añadirse alguno de los 13 que se abstuvieron. En el Senado logró conservar la fidelidad de 15. Menos de la mitad del total oficialista.

Tampoco esa lectura significa una victoria neta de Alberto. En ambas Cámaras recolectó más votos de la oposición que del Frente de Todos. Los que tuvo en la coalición respondieron en su mayoría a los gobernadores. Temerosos del default. También, escépticos por el modo en que gestiona el Presidente.

Esa suerte de paridad hegemónica, según la definición que alguna vez brindó el sociólogo Juan Carlos Portantiero, abre enorme incertidumbre sobre el futuro del Gobierno. Alberto parece dispuesto a apostar al acuerdo con el FMI y la “guerra contra la inflación”. Intenta mantener la supervivencia del Frente de Todos. Un divorcio podría resultar fatal, por dos razones. Su imagen en la sociedad está hoy por debajo de la de Mauricio Macri. El kirchnerismo dejó de creerle. La franja de los moderados que arrimó para convertirse en mandatario se decepcionó.

La vicepresidenta y su tropa de La Cámpora tampoco afrontan una situación sencilla. En la escena política su postura ante el acuerdo con el FMI los colocó, objetivamente, como socios de la izquierda. Incluso la más radicalizada que produjo los desmanes durante la sesión en Diputados. Hay un alejamiento con el PJ tradicional, cuya expresión más potente sucede en Buenos Aires.

Cristina, igual que Alberto, tampoco tiene en mente una ruptura explícita. Porque, de verdad, en esta instancia no tendría donde ir. Desmenuzando la conducta de la confrontación se descubre la intención de no retroceder. Máximo Kirchner renunció como jefe del bloque oficial en Diputados. Los rebeldes en ambas Cámaras firmaron un pronunciamiento en disconformidad con el acuerdo con el FMI. Oscar Parrilli, doble de la vicepresidenta, no habló en el Senado, pero dejó constancia escrita de su pensamiento: tildó de inexperto, ingenuo, mentiroso o cómplice a Guzmán por el acuerdo con el FMI. Sólo el ministro de Desarrollo Social de Buenos Aires, Andrés Larroque, se trabó en una polémica con Alberto y alguno de sus ministros por aquellas piedras que rompieron los vidrios de la oficina de Cristina en el Senado.

Como nexo entre un bando y otro quedó Eduardo de Pedro. El ministro del Interior que, con su renuncia nunca cumplida, forzó la remodelación del Gabinete que Alberto hizo después de la derrota en las PASO. El funcionario fue el único del equipo de Cristina que respaldó la firma del acuerdo con el FMI. Extraño. Para no enredarse en la falsa antinomia entre los “buenos y malos” del campo kirchnerista convendría reparar en una foto: ningún dirigente de La Cámpora, pese a lo ocurrido con el FMI, desertó de los cargos que ejercen en el Estado, donde manipulan cajas multimillonarias.

Las heridas abiertas en el FdT fueron relatadas por el propio Presidente. Remarcó que en el mundo le habían advertido sobre la necesidad de un acuerdo con el FMI. Como punto de partida para ordenar la economía. Agradeció expresamente a todos los que lo votaron y apoyaron. Cristina y el kirchnerismo quedaron afuera de ese marco.

Los funcionarios que estuvieron en el diseño del nuevo ensayo anti inflacionario confirmarían la misma tendencia. Guzmán, Matías Kulfas, Cecilia Todesca y hasta Santiago Cafiero circularon por Olivos. Todos resistidos por Cristina y La Cámpora. También Domínguez, que pareciera estar al margen de esas disputas.

Alberto se defendió con el tiempo difícil que le ha tocado gobernar. No olvidó la herencia de Macri. Mencionó la pandemia que, solo a juicio suyo, fue un éxito de gestión. Ahora la guerra en Ucrania, como justificativo del desborde de las variables económicas. Asumió con un 42,2% de inflación. Bajó sólo a 36,1% en el 2020. El año de la cuarentena y el derrumbe productivo. Ni bien aflojó el encierro, el alza del 2021 fue del 50,9%.

Ningún diagnóstico errado puede conducir a una solución. Daría la impresión de que el Presidente llamó a una “guerra contra la inflación” antes de tener en orden sus pertrechos.

 

 

* Para Clarín

Últimas noticias
Te puede interesar
Lo más visto