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Cartas marcadas

OPINIÓN 16/03/2022 HERNÁN VACA NARVAJA*
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La de ayer no era una jornada más en los tribunales de Río Cuarto. Había expectativa por la declaración –anunciada por él mismo el lunes- de Marcelo Macarrón. Y también por la presentación del caso que harían tanto la defensa como la fiscalía a los jurados populares. La primera audiencia se había consumido entre la toma de juramento a los jurados, la imposición de inusuales restricciones al periodismo y la tediosa lectura de la acusación. Ayer, en cambio, las partes empezaron a mostrar sus cartas. Y hubo sorpresas.
  
 
La mañana comenzó con la puesta en escena de un Marcelo Macarrón desconocido, que esta vez prefirió eludir a los periodistas –ingresó por la cochera vallada-, aunque se mostró dentro de la sala un buen rato junto a su hija Valentina mientras los fotógrafos registraban sus movimientos. El viudo no paró de llorar en toda la mañana. Incluso se tomaba el rostro con ambas manos cada vez que su locuaz abogado hacía una pausa para buscar su mirada cómplice. Cuando le tocó hablar, pese a la enorme expectativa generada –era la primera vez que declararía como imputado-, criticó al fiscal Luis Pizarro, se declaró inocente, dijo que era “un hombre de bien” y desplazó a su esposa del lugar de víctima para ubicarse allí junto a sus hijos. “Hace 15 años que tomo antidepresivos, estoy con psicólogo y psiquiatra permanentes, igual que mis dos hijos”, dijo consternado. “Había entrado en crisis depresiva, en un estado de shock. No me podía levantar a la mañana. Pensé varias veces en suicidarme, pero tenía dos hijos, Valentina y Facundo, que tenían 19 y 15 años”, insistió.

“Estoy destruido. No puedo más”, fue el epílogo elegido para su breve y sentido relato, que contrasta con lo que percibieron los vecinos de Río Cuarto estos últimos 15 años y que siempre llamó la atención: la aparente normalidad con la que el viudo y su prole continuaron sus vidas después del atroz asesinato de Nora Dalmasso. Tal vez el jurado popular ignore las fotos de Macarrón bailando con Pía Cardoso en un boliche de Punta del Este –Brito hizo especial énfasis a que debían remitirse a lo que suceda en la hermética sala de audiencias-, pero es difícil congeniar la imagen de un depresivo que toma pastillas y piensa en el suicidio con las fotografías de las publicaciones de la farándula todos estos años.

Más allá de la autenticidad o no de las lágrimas de Macarrón –que en definitiva interpretará el jurado popular-, sorprendió la exposición de los principales actores del debate oral y (no tan) público que se viene: el fiscal de Cámara Julio Rivero y los abogados defensores Marcelo Brito y Cristian Ayán. Mientras el primero se aferró a la (in)comprobable acusación del fiscal Luis Pizarro –ampliando la perspectiva de género, apenas esbozada en el decreto de elevación a juicio-, Marcelo Brito atacó sin miramientos la prueba genética, que ubica al viudo en la escena del crimen (y que era la base de la acusación del fiscal anterior, Daniel Miralles).

Contraataque

¿Por qué Brito introdujo nuevamente una prueba clave en el proceso (el ADN recogido de la escena del crimen, el cuerpo de la víctima y el lazo con que fue estrangulada) que el fiscal Rivero ni siquiera mencionó en su presentación del caso ante los jurados populares? ¿Acaso teme Brito que Rivero pida el cambio de carátula en medio del proceso? Ayer el fiscal ni siquiera esbozó esa posibilidad. Al contrario, aseguró que nunca se sabrá quién mató a Nora Dalmasso. Y diferenció los términos asesinato de homicidio, abonando de esa manera la hipótesis que hoy orienta el debate: la autoría intelectual de Macarrón y la autoría material de dos o más sicarios contratados para asesinar a Nora. Cuándo, dónde, cómo, etc. fueron las preguntas recurrentes con las que Brito interpeló al jurado popular para demostrar la inconsistencia de la acusación que pesa sobre el viudo y, sobre todo, pedirles que hagan oídos sordos al tañer de las campanas mediáticas. “No tienen que considerar nada de lo que conocen a través del juicio mediático. Resolverán conforme a lo que suceda en esta sala, conforme a la prueba”, les advirtió el histriónico abogado.

La defensa de Brito pareció más dedicada a defender a su cliente de la penúltima acusación, que lo tenía como autor material, que a desarmar la imputación actual de instigador. Su exposición apuntó a la endeblez probatoria de la acusación –amén de adelantar que atacará el tenebroso testimonio de la amante del viudo por sus problemas psiquiátricos- , pero abrió una inesperada rendija a la posibilidad cierta de que se reflote el debate sobre la prueba genética, único elemento científico incontrastable que tuvo y tiene en el expediente.

Brito también anticipó que reflotará la exposición que hicieron los célebres forenses Raúl Torre y Osvaldo Raffo en el hotel Howard Johnson intentando desacreditar la acusación que por entonces pesaba sobre Facundo Macarrón. Esa teoría sostiene que a Nora la sorprendieron despierta en algún lugar de la casa, la atontaron con un golpe en la cabeza, abusaron de ella, la ahorcaron y luego dejaron su cadáver recostado sobre la cama de su hija.

Aunque no lo dijo, pareciera que Brito apuntará contra el otrora amigo íntimo de la familia Macarrón, Miguel Rohrer (a) El Francés, un acaudalado empresario agropecuario que zafó de la imputación pese a haber integrado la lista inoficiosa de los sospechosos de siempre. También lo mencionaron los hijos del viudo durante la escuálida manifestación de apoyo a su padre que realizaron frente al Palacio de Justicia. Una manifestación tan genuina como extemporánea, igual que su declamada intención de inculpar a otros por un crimen que ya prescribió.

*Para El Puntal de Río Cuarto

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