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¿Cómo que todos los hombres somos violadores?

OPINIÓN 03/03/2022 Javier Boher*
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El martes las redes sociales y los medios de comunicación se vieron revolucionados por una violación “en manada”, un acto de violencia injustificable por parte de seis jóvenes hacia una chica. Pasados de drogas, los agresores avasallaron todos los derechos y libertades de la joven, pero fundamentalmente el de la integridad física y psicológica, incluso generando potenciales secuelas que pongan en riesgo la vida de la mujer abusada.

Como siempre, miles de argentinos salieron a sentar posición sobre el hecho -absolutamente condenable- y trataron de buscar explicaciones para semejante acto de barbarie. Al conocerse la filiación política de ellos, rápidamente la discusión giró rápidamente, como cada vez que al gobierno “le tocan el culo” con alguna de sus banderas.

La ministra de Género, diversidad y demás formas políticamente correctas de aumentar el gasto público en cosas intrascendentes, se expresó como todos esperábamos que lo hiciera. Fiel al estilo del gobierno cuando no puede demonizar al grupo del otro lado de la grieta con el que siempre intentan rivalizar, la culpa pasa a ser de “la sociedad”, así, de manera genérica.

 
De ese modo, todos los hombres, por nuestra simple condición biológica, pasamos a ser violadores en potencia. Es más, casi hasta se puede decir que se invierte la carga de la prueba: ya somos violadores, salvo que demostremos lo contrario, por haber nacido hombres.

No hay dudas de que la sociedad ha ido moldeando esas masculinidades. Se aprende a ser hombre en la misma sociedad en la que se aprende a ser mujer o en la misma en la que se aprende a respetar al otro, algo que parece no estar tan claro desde hace bastante tiempo. Los permanentes ataques a las libertades individuales -a las que se considera “de derecha”, “neoliberales” y demás calificativos propios de gente poco formada intelectualmente- se terminan contagiando a todos los derechos que nos corresponden como personas.

Argumentar que la sociedad es la culpable de las desviaciones releva a los responsables de la debida autocrítica: si es culpa de todos, nadie tiene la culpa específicamente. Lo mismo sucede cada vez que aparece un nuevo hecho de violencia rugbier: si los clubes y las uniones no reconocen que hay un problema específico e insisten en decir que la culpa es de todos, los hechos no se van a terminar.

Esta vez los agresores no jugaban al rugby, sino que pertenecían a organizaciones cercanas al kirchnerismo, iban a marchas feministas, hablaban en inclusivo e incluso antes del episodio habían ido a bailar a un boliche “queer-transfeminista”, bien a tono con el discurso de época. ¿Esto significa que todos los kirchneristas son violadores? En absoluto. Pero sí marca un patrón que se elude, siempre para defender al macho alfa de turno, el que hace con sus militantes mujeres lo que quiere.

Como dijo alguna usuaria de twitter: “ser hombre no te convierte automáticamente en violador de la misma manera que hablar en inclusivo no te convierte automáticamente en aliado”. Ningún hombre nace violador, pero pensar así y ubicar en ese lugar a todos los hombres aumenta las chances de que ese comportamiento se repita.

En Zootopia, una película infantil, los animales han aprendido a convivir más allá de sus instintos. Se han socializado ignorando sus impulsos biológicos. Pese a ello, la tendencia a creer que algunos animales son de tal o cual manera se sostiene, llegando al punto máximo cuando se monta una conspiración para excluir a los depredadores de la sociedad bajo el pretexto de que siempre van a querer comerse al resto de los animales. Casi como ahora.

Ciertamente la sociedad tiene sus vicios, que desde las estructuras culturales nos asignan roles y expectativas de acuerdo a nuestras características personales, lo que va más allá de ser varón o mujer. Lo que el kirchnerismo no puede desconocer es que lleva 14 años gobernando -y moldeando- esta sociedad con sus teorías contraculturales críticas, sus argumentos de nicho de facultad de ciencias sociales y su discurso políticamente correcto de un deber ser que no se condice con las acciones. Esta sociedad es la que ellos ayudaron a construir.

Los violadores (estos o cualquiera) así como los asesinos -sean rugbiers, feministas o lo que fuere- deben ser castigados por sus acciones. No pueden eludir una condena por supuestas condiciones sociales que los habrían impulsado a actuar de tal o cual manera. La fuerza de las leyes radica en que son reglas generales sobre las que no hay más excepciones que las contempladas en la ley. Eso es lo que les permite regular la convivencia, no la miríada de excepciones que pretenden imponer cada vez que aparece como “víctima de la sociedad” quien en realidad es un victimario.

Definitivamente hay que seguir tratando de entender la realidad en la que se forman las personas, pero convertir a estas últimas en un eslabón débil, que debe ser protegido por el Estado, no parece ser la mejor forma. Tal vez si probaran no encubrir ni justificar a cada violador, golpeador o asesino del palo, todo el discurso inclusivo podría empezar a calar un poco más hondo en esa sociedad que dicen querer transformar.

*Para Diario Alfil

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