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Cupido: Ese gordito timador, fraudulento y comilón

PARA LEER EN PANTUFLAS 13/02/2022 José Ademan RODRÍGUEZ
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Mañana, lunes 14 de febrero, es el día de los enamorados y también el aniversario del parto de mi mamá (hace ya 82 años) y que ridículo suena que un octogenario piense en el amor, salvo el día de la madre que simboliza el único y auténtico amor. El resto solo tiene motivaciones comerciales.

Así se establecen DÍAS como el DÍA de la secretaria que se inventaron seguro, los joyeros, para que el patrón de la empresa le regale joyas a su secretaria-amante. Si las sociedades fueran elementalmente benévolas y solidarias, hubiesen decretado el DÍA DEL POBRE, solo con los residuos del mundo del bienestar material se solucionaría lo del hambre.

O el día del amigo que me bastan los refranes como que los amigos se cuentan siempre dos veces, en las buenas para ver cuántos son... y en las malas, para ver cuántos quedan... Por eso considero que hablarme a mi edad del día de los enamorados es faltarme el respeto! O tomarme en joda, con chistes corrosivos y surrealistas, irónicos, crueles, mordaces, sarcásticos, para dársela de intelectuales y ¡ya es hora en que hay que cuidarse! Máxime considerando que mi ángel de la guarda hace rato desistió de acompañarme.

"¡Ojo Negrito!" -me advertía-, "ya es hora de aprender a arreglarse solo la lucecita interior". Y además tampoco me seducen mucho las minas con edad de juanete y olor a pis. Ésas a quienes se les diluye la concavidad entre la cintura y las nalgas (nalgas sin concavidad en la espalda), que tenían que inventarse la cintura con cinturones de cuero con una gran hebilla que las dejaba sin respiro, como a las escribanas veteranas de Córdoba que iban a las peñas de tango o al boliche de Santiago en los años 1980.

 

Ya se sabe: a gato viejo, rata tierna. Y la verdad es que cuando empieza el segundo tiempo (alrededor de los ‘45) las mujeres dicen de los hombres que son "maduros e interesantes" pero no a los que están jugando los últimos minutos como es mi caso... Todo reside en mantener con la edad una relajada relación de indiferencia.

Casi siempre nadé contra corriente, pues creo que la vida lo hace de esta manera, y es a las cosas muertas a las que arrastra la misma.

Cuando era joven, bracear en contra de lo preestablecido era una gozada y me provocaba estrés con gustillo sensual (pero sólo estres, no escinco ni esseis), que es la tensión favorable al trabajo, o ponerte en guardia encendiendo tus motores orgánicos.

Sólo es en la vejez que el estrés te puede infartar. En la vida joven es imprescindible, por más que los cardiólogos lo califiquen como “factor de riesgo cardiopático”. Con el devenir de los acontecimientos, la corriente del tiempo arrastra los episodios triviales; queda en la orilla el limo de las cosas intranscendentes. Es entonces que hay que dejarse llevar. Por eso el desengaño no me espera a la vuelta de la esperanza.

Pero dentro de lo que cabe, no lo he pasado tan mal... y no tengo miedo a morir, sino a no vivir lo poco que me queda. Y no se rían de esto que voy a contarles, aunque algunos dentistas colegas míos vivían a cuerpo de rey, yo me la rebusque modestamente...

Pero tengo algo en común con Juan Carlos I: soy español nacido en el extranjero (él nació en Roma y yo en Río Cuarto) y trato de desayunar como un príncipe, comer como un rey y cenar como un mendigo, por indicación de un gran amigo, el Dr. Gregorio Marañón.

La segunda cosa en común: Yo tenía 9 años cuando vino River a Río Cuarto, que en esa época todos los equipos de Buenos Aires, por un decreto, tenían que visitar el interior del país los 9 de julio, cuando al terminar el primer tiempo estaba parado junto a la 'Saeta Rubia' y me decepcionó por una ''mala palabra'', profirió un 'boludo' entre dientes, no sé contra quien.

 

Pasaron los años, Di Stefano ya ídolo en España fue a jugar en Suiza con el Real Madrid. En el descanso (el partido iba 0 a 0) Di Stefano estaba malhumorado. Apareció en el vestuario Raimundo Saporta acompañado por un joven alto y rubio, quien comentó al jugador: “Saeta, están ustedes haciendo un gran esfuerzo, pero todo es poco para los emigrantes que están aquí. ¡Hay que ganar!”. Di Stefano levantó la cabeza y le espetó. “Ché pibe, ¡andate a cagar!”. Ese pibe llegó a rey...

Y otra coincidencia. El Rey Juan Carlos tuvo una amante llamada Corina que se convirtió con el tiempo en un sonado caso judicial y en cierta medida cambió la historia del Rey. Yo tuve en mis manos, siendo niño de 6 o 7 años, una historieta de una nave llamada Corina que era comandada por Langostino el marinero, personaje creado por el humorista Ferro en la revista Patoruzú en homenaje a Vito Dumas el navegante solitario. La

Corina del Rey, bellísima mujer, como en una instancia onírica, le arruinó la vida a mitad de camino entre la pesadilla y el ensueño.

 

Fui un tipo con suerte... ¡mucha suerte!

Por mi abuela y la madre que tuve...

Las dos parejas estables que tuve, extraordinarias mujeres...

Mis hijos de una moral y sacrificio a toda prueba...

Y en general la gente que me rodeó...

Mi infancia feliz. Hasta tuve lujos que tal vez no merecía, como los compañeros y amigos que tuve en la radio, Ruben Torri, Tito Paz, Salomón Melnick (el tábano) quien me puso al lado de Ruben para hacer el Luna Park; el ordenanza Pascual Miraca; los poetas Néstor Cesar Miguenz y Pancho Guerra; el talento del Gonio Ferrari; la mejor voz de los informativos en todo el país, Daniel Gentile; la bohemia de Ruben Pérez Gaudio y nuestros vinos amigos que eran como un sello de cariño; Ricardo Sandoval y su conocimiento del folclore argentino; la cultura y la sabiduría tanguera del mejor comentarista argentino de esa especialidad, Ramón Cordeiro; el apoyo de Carlos Hairabedian cuando Talleres y Belgrano me declararon persona no grata... La ternura de Eliseo Mamertino; la educación de Ismael Toledo; el carácter y la sonrisa de Carlos Abel Castro Torres (que lindo nombre y apellido tenía ese negro)... Y como no, mi jefe de deportes, Don Oscar Jorge Sosa, el mejor prosista del periodismo deportivo de Córdoba y un pozo de sabiduría y elegancia. También Arturito Luccheta, el discípulo favorito de Ruben Torri y su proyección internacional en radio y televisión... Quiero recordar a Héctor Acosta por elegirme para ser eje de las polémicas en su programa ''Polideportivo'' por Canal 10 y comentar en exclusiva el boxeo de viernes y sábado y el clásico de fútbol Cordobés de los domingos... los otros compañeros me decían ''sopa de letras'', los muy giles, claro, comentaban los deportes que no interesaban tanto como el golf, el tenis o el rugby... Claro que otro de los platos fuertes, por supuesto, era la Fórmula Uno, que tan magníficamente lo desarrollaba el director del programa, el mismo Héctor Acosta, viajando a Europa para cada carrera. En ese ''Polideportivo'', quiero destacar que hacía sus primeros balbuceos periodísticos quien más tarde iba a convertirse en uno de los mejores relatores en el orden nacional, Osvaldo Webe.

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La vida también me dio la posibilidad de relacionarme con verdaderos "maestros" como Gustavo Marcelo Farías, una verdadera enciclopedia del deporte, seguramente el mejor periodista que hoy tenemos y es nuestro, es de Córdoba.

Fui un verdadero bendecido, seguramente me olvido de muchas personas que tanta felicidad me dieron, pido las disculpas del caso.

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Retrocediendo unos años, allá por el '64 o ‘65, el profesor Erbin me convocó para trabajar en Canal 12 para la función crítica de un programa deportivo con polémica, del cual me echaron antes de comenzar la grabación junto a Norberto Sucal. Justo cuando la azafata nos iba a servir el whisky, vino la orden de arriba, ¡el programa se suspende! ''Por qué motivo?'' preguntó Erbin. ''Sucal porqué tiene problemas con el Canal, y Rodríguez porque es un LOCO PELIGROSO!''. Total, me fui del canal llorando como un chico en aquella noche de invierno, a tomar el ómnibus.

Y pensé, ¡qué hijos de mil puta! Pero pensándolo bien, fue una distinción la forma en que me echaron... no sabían que eso es lo que hace más fuerte a las personas que son objetos de una injusticia.

 

Más tarde, viviendo en Barcelona, José Luis Marchini se acordó de mi para darme la oportunidad de transmitir desde Grenoble el campeonato del mundo de peso mosca entre Laciar y Montero. Recuerdo bien la frase que impactó en Córdoba por decir ''Santos Falucho Laciar, ¡viva la madre que te parió!'', que me hizo gracia porque en Argentina pensaron que le insulté la madre, ignorando que en España es un homenaje a la madre de los toreros.

 

¡Como no voy a estar contento con mi vida! Si he conocido verdaderos genios, como mi yerno Diego Molina que fabricó junto a su padre un avión que recibió un premio de la famosa constructora McDonnell Douglas por la originalidad del modelo y construido en su taller de motos. Ninguno de los dos fue ingeniero aeronáutico ni experto en aeronavegación, simplemente autodidactas, cosa frecuente en muchos genios. Diego "solo" es egresado de la escuela industrial de Córdoba.

Por eso digo, la suerte de haber estado rodeado de genios, de locos y gente rara, frikis que les llaman, por algo me apoderaron Fellini... Siempre tuve afinidad con quien uno se ríe, la carcajada limpia el alma, es un abrazo moral que jamás se olvida, la memoria palpita con el recuerdo de la risa, en medio del caraculismo de la sociedad actual. Por supuesto que también amo los silencios... El silencio de los besos demorados, de esos que ponen mariposas en los vientres, cual mensaje sellado...

Los silencios de nuestras madres cuando se esmeran en la cocina... el de la tribuna cuando Willington se agachaba para un tiro libre, el Polaco que cantaba los silencios con el fraseo...

Otro también de la escuela industrial, Jorge Morello (cara de prócer) trotamundos con escala en mi casa de Barcelona, que diseño una de mis clínicas, me ayudó a hacer una revista artesanal a tijera y engrudo, hizo las veces de chófer, pues fue conductor de coches de carreras.

No creo que haya ningún jefe de estado ni potentado, ni de líder de las mafias con semejante valet, mayordomo o secretario.

 

Un compañero de facultad, Carlos Nazareno, instalado en Barcelona, me abrió las puertas del Hospital San Rafael. Qué suerte dirán algunos, no será que me cambio el biorritmo al pasar del gélido invierno cordobés al tórrido verano de Barcelona, modificando mi frecuencia caracterológica con mutaciones en los cálculos del algoritmo y claro, la ayuda del Pi 3,1416 y su constante misteriosa, pues nunca me enteré para qué carajo sirve el famoso Pi. Menos mal que en el desfile cósmico parece ser que se me alinearon los planetas.

Ahí, en ese hospital, conocí a la asistente dental más capacitada de todas las que he conocido, María Jesús Pesado Collazos, quien, sin ser odontóloga, hacía las endodoncias mejor que estos. Actualmente, vive en pareja con el chileno más noble que he conocido, el doctor Robinson Castillo, que desde que me operaron se cruzó toda la ciudad de Barcelona en medio del frío del invierno para traerme a mi casa su ''banquete navideño'' con el calor de su corazón, en forma de cestita con dulces, comida calentita, turrones y la infaltable botella de tinto, come dice el refrán: ''Era él mismo en la piel del otro'' como si toda su grandeza de sentimientos se desbordaran a través de la Cordillera de los Andes, por él, creo aún en la amistad verdadera.

¡Y la colorada Maricruz! siempre alerta, controlando mis puntos débiles; y la doctora Poca que me salvó la vida; Soy un verdadero privilegiado, un elegido. Pero siempre nos faltara algo antes de morir, cual sinfonía inconclusa, siempre nos faltara algo... pues todos nos morimos antes de tiempo... son como versos escritos en la arena, una mirada desviada, una respuesta que no llega o una fruta sin sazón...

Y ya hace más de dos años tuve esa respuesta que no llega, pero esta vez sí, me llegaba desde Rafaela. No sé cómo surgió la ayuda que cambió radicalmente mi vida en este breve espacio que me queda. Me sacó del anonimato. Me puso otra vez en el escenario, como desempolvando un muñeco roto, animándolo cual si fuera chirolita muerto en un desván... y el que hizo de Míster Chapman, el ventrílocuo, se llama Carlos Zimerman. Sin ponerme en sus rodillas, me rescató, me resucitó, hizo de exégeta, de motor impulsor, me puso de nuevo en el escenario igual que a chirolita...Faltaría que para la posteridad me llamaran chirolita...

Ya no guardo rencor, no es de persona de bien. Nada de juegos maniqueos a esta altura, clasificar burdamente a la gente en malos y buenos. Y conste que todas las sociedades albergan en su seno a malísimos e hijos de puta. Algunos moderados, sí, que la van de buenos por aquello de la simulación, porque los buenos y buenísimos sólo se ganan la soledad.

Hasta creo visualizar mi propia aura: igual de blanca que la palangana donde me bañaba mi madre, así paradito, ella arrodillada, restregándome las rodillas lastimadas por los picados de fútbol al no contar con ducha de agua caliente... aunque también la veo rosada o celeste, como si me hubiera impregnado de todo el cielo mientras ella me frotaba.

Me sigue la súplica mansa de sus ojos que me llaman desde un retrato, y ella refulge con un canto de eterna comprensión en medio de otras fotos, de poses y risas. “A ver, por favor, Luis, Luis, whisky, whisky... Sonrían que parecen momias”, “¿Caben todos?”, “¡Eh, Nonocha, arrimate un poquito más! ¡Y tu ponte abajo, Kiko, si no, no sales hombre...Te tapan!”. Me gustaría que ella me escuchara: “Mamá, ¿te casaste enamorada? Te pregunto porque en una foto sonríes tan contenta, tan feliz, y en otra tu mirada es una negativa”. Escombros de un instante... Está su mirada en la fotografía. Pero no hay quien me pase la mano por el lomo. Es inevitable mirar las imágenes, todo debe estar en su lugar: la montaña de Estartit, el Rockefeller Center, la Casita de Disney de Bariloche, los verdes de Iguazú con su garganta del diablo, los cactus de Humauaca, el Kiko con sus papás, los gomeros de la Recoleta en Buenos Aires y todos, todos los días en largos ejercicios de meditación me dispongo a acordarme que tengo que olvidar. Portarretratos que dejan de estar bien escuadrados; nadie los acomoda y se caen, como uno. Y el Kiko, siempre el Kiko, inolvidable monguito hermoso. Me gustaría probar de nuevo, estar ahí otra vez. Todo huyó de mí... La vida no da segundas oportunidades. “Luis, Luis. Pónganse más juntos”. Sólo en las fotos estamos juntos... Cinturas enlazadas, cabezas reclinadas... “Whisky, whisky”... En las manos, tiernas caricias que se posan en el hombro de todos, como si fueran a morir de esa forma, cobijados, aunque sólo sea un momento, un “click”... más parece una promesa inalterable de permanecer así para siempre. Las fotos... como si fueran las únicas sensaciones de guardar un mundo ya desaparecido.

 

Cuando me vaya, por si alguno quisiera acordarse de mi... les invito a escuchar este bello adagio de Albinoni que siempre me encantó... les hará bien, solo basta cerrar los ojos... con el me iré envuelto en el túnel de las regresiones como en un ritornello donde me llevará junto a mi madre hasta Holmberg... donde se encuentra la siembra más bonita, la de las estrellas sobre el campo solitario, que parece extender sus brazos para abarcarlos a todos.

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