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La muerte de Nisman: ¿Lagomarsino es o se hace?

OPINIÓN 18/01/2022 Héctor Gambini*
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Diego Lagomarsino tiene manos pequeñas y un lunar diminuto justo en la punta de una nariz que no podría ser la de un boxeador pluma, aunque él entrena como si lo fuera. Mucho crossfit.

Lagomarsino es persistente. Tiene los ojos movedizos y el habla inquieta. Es vehemente. Derriba puentes buscando empatía desde el primer contacto.

“¿Me entendés, Romi?”, le dice a una periodista que lo frena en radio por el exceso de confianza. Si lo dejan, en dos minutos es un argentino clásico en una mesa de amigos. “Dejate de joder, che”.

No importa cómo: Lagomarsino -el menor de cuatro hermanos criados en Banfield- necesita que le crean. Hace siete años que está en esa misión.

Hace siete años dijo que él le llevó a Nisman la pistola que mató al fiscal.

Su gesto fue la mayor consumación fáctica para instalar de inmediato la hipótesis del suicidio que desde entonces defiende el kirchnerismo en masa.

Problemas: que Nisman le pidió el arma para defenderse porque temía por sus hijas, aunque ellas estaban en Europa.

Que Nisman lo llamó para decirle que fuera a su casa, aunque los cruces de llamadas determinaron que fue Lagomarsino quien llamó primero.

Que por qué Nisman le pediría un arma a su empleado informático.

Que por qué Nisman siquiera le pediría un arma a alguien, si tenía una propia en casa de su madre.

Que Lagomarsino recuerda la charla con Nisman palabra por palabra pero no recuerda cómo estaba vestido el fiscal.

Lagomarsino anda a veces con los cordones de las zapatillas sin atar, como hacía Maradona. Habla y habla y habla, pero odia que le digan espía.

Problemas: en la causa hay al menos tres testigos que dicen que Lagomarsino se movía como un espía antes de la muerte de Nisman.

A Nisman se lo presentó un espía, el mismo con el que fue a practicar tiro usando el arma que luego mataría a Nisman.

Cuando Nisman apareció muerto, un espía de la SIDE estuvo activo adentro de su barrio de Martínez, donde dijo que vivía. ¿Será así? A Lagomarsino lo persiguen las casualidades. Por las dudas, ahora se mudó a San Fernando.

En su casa anterior -en el barrio donde estaba el espía de la SIDE- hallaron discos con información de la denuncia de Nisman a Cristina, accesos remotos de su equipo a los equipos de Nisman el día en que el fiscal denunció a la ex presidenta y fotos en su celular de pizarras de la fiscalía AMIA con datos del caso.

¿Lagomarsino era un empleado curioso o un minucioso informante?

Ahora ha dicho que “todos los que estaban alrededor de Alberto eran servicios”. ¿O sea? ¿Y él cómo lo sabía?

Ya no tiene la tobillera electrónica que le puso la justicia cuando lo procesó como partícipe necesario del asesinato de Nisman, y desde entonces bromeó en radio diciendo que nunca hay que prestarle un arma al jefe y negó un romance con Silvia Süller.

¿Qué son esos pasos de comedia? Parece un sospechoso buscando banalizar su imagen y el crimen atroz al que quedó pegado.

Cuando empezó a trabajar para Nisman, Lagomarsino se compró el libro Cortinas de Humo, de Jorge Lanata, porque quería saber más sobre la AMIA.

Ahora escribe su propio libro: “El día que Nisman mató a Lagomarsino”.

Otro problema: perciba como lo perciba, el muerto es Nisman, no él.

El mismo día en que Nisman denunció a Cristina, Lagomarsino había ido a sacar un pasaporte diciendo que tenía pensado viajar a Disney con su familia. Cuatro días después, llevó el arma asesina a la escena del crimen.

Desde entonces memoriza fojas para empujar a Nisman una y otra vez hacia un final autoprovocado, porque su única salida está en el escenario de un suicidio que la justicia ya descartó.

En el escenario de un crimen, Lagomarsino está atrapado: llevó el arma para que la usaran los asesinos.

“Mirá el expediente..., el expediente”, repite como un autómata, buscando agujeros argumentales.

El expediente dice que a Nisman lo mataron.

 

 

* Para Clarín

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