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Culpable

OPINIÓN 19/12/2021 Roberto García*
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Culpa de la genética familiar. O víctima de una compadrita leyenda.  Así acaba de proceder Máximo en Diputados, calcando a Néstor, quien exasperado por el conflicto con el campo, invitó en el 2008 a pelear o a votar en el Senado –venía a ser lo mismo– para ser derrotado por apenas un “no positivo” de Julio Cobos. 

Un error de cálculo, mínimo pero desastroso. Terco, entonces, el gallo sureño había repudiado gestiones negociadoras de todo tipo, incluyendo en ese repertorio de ayudas a un guapo de entonces, Moyano, quien le había armado una mesa para congeniar con los jefes agrarios. Y en esa furia prepotente arrastró a su mujer, Cristina, quien se suponía presidenta pero era una copia vicaria del hoy Alberto Fernández, incitando a que ella renuncie aunque hablaba en plural, quemando papelitos comprometedores, hasta que algun  pícaro le explicó que la permanencia en Olivos bien valía una misa. O algo más: era rentable. 

Olvidemos la frase aquella de “no vamos a dejar las convicciones en las escalinatas de la Casa Rosada”. Ni su jefe de Gabinete lo había podido contener en esa teatral amenaza y, abobado, luego abandonó el cargo influido principalmente por Vilma Ibarra, una tenaz crítica de las prácticas del kirchnerismo. Esa deserción jamás la perdonó Néstor a Alberto, su correveidile de aquella época. En su lugar cayó Sergio Massa.  

 

Curiosamente, a quince años de aquella insensata batalla, casi todos continúan como protagonistas.

En problemas. La excitación de Máximo en Diputados, provocando a los opositores y responsabilizándolos de los males argentinos, cuando requería un favor de ellos para aprobar el Presupuesto, resulta poco explicable: el resultado de la votación fue peor que el de su padre en el 2008 (131 a 122). No supo contar el vástago antes de hablar cuando ni siquiera era necesario que pidiera la palabra. 

Mal dormido, con un mensaje tropezado y sin preparación, convocó a la ira rival con desafíos de cancha de fútbol barriales. Es cierto que debió cargarse de bilirrubina durante el discurso: lo lastimaban sus adversarios, a una distancia mas que audible le decían “gordo boludo”. Poco profesional, no supo capear la hostilidad a veces frecuente en esa Cámara. 

Nadie cree que la madre le mandó hacer ese papelón deliberado, justificándose en un enfrentamiento futuro con el FMI, en una radicalización planeada, aunque hace tiempo que hace esfuerzos por demandas insólitas al organismo, como si su único propósito fuera postergar la negociación. Y atiende, en simultáneo, las voces que juran interpretarla, como un director del Banco Nación que sostiene que el FMI no es un cuco y en consecuencia se puede navegar sin riesgos con una declaración de default.

La vieja épica ya transitada en tiempos breves de Adolfo Rodríguez Saá en el Congreso, basada en Aldo Ferrer y su “vivir con lo nuestro”, que ni siquiera tenía vigencia hace 50 años, cuando el mundo económico era más primitivo. Mientras, en el FMI saben que si acuerda, no habrá pagos. Y, si no se acuerda, tampoco (la referencia alude a los grandes vencimientos que comienzan en febrero-marzo).

Inquietudes y consultas. Quizás las dos partes se conformen con la ficción de no concretar nada. Pero, aún así, la falta de claridad informativa sobre la lenta tarea del ministro Guzman (ya 18 meses dilatando decisiones) parece que empezó a inquietar: desde el Gobierno han pedido sugerencias e ideas a varios economistas, una forma de comprar un eventual GPS: entre ellos a Álvarez Agis y Martín Redrado, quien mira números del Presupuesto y de lo que le costará su nuevo casamiento.

Reservas obvias sobre el curso futuro: Massa, si bien se molestó con la actitud de Máximo, en el diálogo previo sobre el Presupuesto con los opositores, alertó: esto es lo que hay, a lo sumo se pueden conceder rectificaciones dentro de unos meses, si el proceso se complica. Nada más. 

 

O sea: ningún estímulo a un sector opuesto que temía interferir en el pacto con el FMI en forma poco responsable. Se quitaron ese sayo culposo antes del discurso de Máximo: la discordia, menos fogosa pero más sustancial empezó cuando se irritaron con la brutalidad impositiva del proyecto oficial, que prometía el fin del ajuste por inflación y prorrogar tributos como el de los bienes extraordinarios en el exterior. 

Entre otras lucubraciones extractivas. 

Y Máximo los eximió de cualquier duda con su mensaje, aprobado o no en la sanguínea belicosidad de la madre. Igual debió luego intervenir la dama: a la noche, le pidió  al Presidente –es una forma de decir– que al día siguiente acompañara a su hijo cuando se hiciera cargo del sello partidario en la quinta de San Vicente. Para exhibir un liderazgo artificial, una composición homogénea, por ahora al menos.

No asistió a la ceremonia Duhalde, el motor Ford T del PJ que logró trasladar los restos de Perón a ese museo reacondicionado por Martín Insaurralde, quien le amargó la presencia a Kicillof y a Larroque: pobló el lugar de carteles y banderas con la inscripción “Insaurralde gobernador”. Hombre decidido, ya desató la porfía interna para el 2023, razón por la cual Kicillof hoy le niega ciertos puestos a su jefe de Gabinete. No quiere cederle más poder. 

La presencia de Alberto confundió a muchos intendentes, ninguno entusiasmado con La Cámpora: imaginaban al mandatario con menos dependencia del cristinismo. Ahora van a tener que buscarse otro representante, siempre han sido engañados con la fantasía del “albertismo”. Olvidando que el personaje central se niega a crecer porque duerme en el lecho de Procusto.

*Para Perfil

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