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No aprendemos más...

No aprendemos más... La humildad es una virtud que va con la persona y la educación que la misma recibe.

POLÍTICA - LA COLUMNA DE JOSÉ ADEMAN RODRÍGUEZ 25/04/2021 José Ademan RODRÍGUEZ
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hqdefault Por José Ademan RODRÍGUEZ

No aprendemos más... La humildad es una virtud que va con la persona y la educación que la misma recibe...


A nuestros paisanos les viene muy bien el aforismo aquel: “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”. No se han dado cuenta aún de que la riqueza se forja en el yunque de la humildad que les convierte en eruditos de supervivencia; puesto que siempre estamos en la cornisa de la miseria como país...


De nada nos sirven ejemplos variados como:
-      Albert Einstein, que en  febrero de 1923, fue a Barcelona para impartir conferencias sobre la relatividad y el ayuntamiento condal le reservó una suite en el Ritz; sin embargo, prefirió hospedarse en el modesto hotel “Les Quatre Nacions”, y regañó al concejal de Cultura de entonces: “Soy un ciudadano humilde y he tomado la habitación que corresponde a mi categoría. Ya era primera figura entre los hombres de ciencia.

 -      La fastuosa clínica Mayo de Estados Unidos comenzó siendo un consultorio de médico rural y médico rural también fue René Favaloro antes de montar su institución cardiológica en Buenos Aires (El disparo con el que terminó su vida, aún resuena en la conciencia de los argentinos).
-      La empresa de la industria automotriz Henry Ford que se inició como un modesto garaje (a su hermano Roque le fue mejor con los quesos).
-      Aristóteles Onassis vendía ballenitas[1] (es un decir) en el puerto de Buenos Aires antes de convertirse en magnate naviero.
-      Bernie Ecclestone vendía pan caliente y motos usadas; con el tiempo pasó a ser el dueño absoluto de la F-1 automovilística y fue una de las mayores fortunas de Gran Bretaña.
-      Racing, que nació de la fusión de los clubes Colorados del Sur y Barracas del Sur, debe su nombre porque descubrieron en un diario francés que existía un equipo parisino con ese nombre, y lo adoptaron porque sonaba bien, era bello.


Andando en la historia, Juan José Pizzuti, entrenador de este famoso equipo del Racing de Avellaneda (el recordado equipo de José), campeón del mundo intercontinental de clubes en el 67, metió en la cabeza de sus jugadores un año antes de lograr la copa: “Muchachos, ¡no hay un mango! ¡O nos salvamos, o nos vamos todos a la mierda!”. El amor propio, el pundonor herido es lo que te carga de sabiduría. A Demóstenes, que es el orador clásico por excelencia, se le reían porque era tartamudo. Muchos vascos que hicieron fortunas como terratenientes en la Pampa argentina empezaron vendiendo leche con una vaca por la calle… Cierta vez me dijo un amigo: “Si quieres jugar en Boca, empezá en Chacarita, pues si te inicias en Boca, es probable que termines jugando en Chacarita” (salvo las excepciones de los cracks). Los grandes estadios de la República argentina (Boca, River, Independiente, Vélez, etc.) se construyeron en la época de los modestos dirigentes de barrio, pequeños comerciantes, gente de centros vecinales, verduleros, dueños de bares.


Luego del Mundial-58, cuando arribaron los pomposos dirigentes empresarios (como Armando, Zaccol, etc.), saquearon las finanzas de esos clubes o los fundieron. Dos factores confluyeron en el ánimo de Georges Baxter, hijo de un impresor inglés, para crear las célebres tarjetas de Navidad (Christmas): el hecho de poder independizarse de su familia y aportar un mensaje renovado y cálido de líricas ansias a la fría sociedad victoriana. Un estudio sobre 85 millonarios efectuado en los años setenta reveló que ninguno de ellos había aspirado a hacerse rico; todos estaban motivados por sueños, por encima del afán de lucro. Y el que no tiene sueños se caga.


Maradona quería estudiar para sacar a su familia del marasmo económico. Jugaba sólo para divertirse, sin pensar en el dinero. Fue uno de los jugadores del S.XX que más cobró por hacer publicidad en televisión, al margen de lo que ganaba en los campos. Todo, todo viene del juego: la riqueza de la inmensa vocación, hasta el jugarse del que “está jugado”[2].


 Es que nosotros, los argentinos, a parte de la soberbia y la vanidad, SOMOS AGRANDADOS. Somos místicos, míticos y eternos. Gardel es eterno; dicen de él que cada día canta mejor. Los cafés más renombrados se llaman Los Inmortales y Café de los Angelitos. “Y sean eternos los laureles que supimos conseguir”, reza un fragmento del himno. Casi todos los presidentes han hablado de la Argentina que “merecemos” (una patada en el culo merecemos).


Los milicos hablan de la “gloria”, de nuestro “futuro de gloria” (que nunca llega, porque al llegar ya deja de ser futuro: es presente); “Nuestro pasado glorioso”, se recita cuando asumen como presidentes; “¡Oh, juremos con gloria a morir!”, es el colofón de nuestro himno nacional; “¡La música de nuestro himno es la más bonita del mundo!”, se vanaglorian a menudo los paisanos, pero lo curioso es que el autor era catalán, Blas Parera... ¡Siempre la fachada…! Siendo presidente Sarmiento, ya escuchábamos óperas italianas en el Colón, teníamos el lujoso café de París… y había pozos en algunas calles que podían sepultar un dinosaurio. La gloria no existe, es un término bíblico. La verdad es la de los que viven de las rentas del pasado, que serán su futuro y el de sus nietos.


En 1930, el diario Crítica llegó a ser con sus 350.000 ejemplares el periódico de más tirada en lengua española. Según estudiosos, en Argentina por primera vez se utilizó publicidad en transmisiones deportivas. Pero no nos dimos cuenta que se nos atrasó el reloj… Vamos para atrás como el cangrejo. Miren si no: en 1958, cuando fui a estudiar a Córdoba, había en esa ciudad tres periódicos, La Voz del Interior, Los Principios y el Córdoba; ahora quedó sólo el primero de los nombrados. Y encima el vino Toro viene en cartón. ¡Ojalá tuviéramos el futuro del pasado! El humorista Rep (Miguel Repiso) dice que el mayor desafío para los argentinos del siglo próximo es darnos cuenta de que nos pasamos por alto éste que se fue.


El año 58 marcó la defunción del fútbol argentino, que fue hasta esa fecha el más bonito del orbe. Y nunca nos resignamos a tal evidencia. Así, escuchamos a argentinos que dicen: “Brasil será cinco veces campeón del mundo, como visitante y todo lo que quieran, pero fue el argentino Antonio Sastre quien les enseñó a jugar al fútbol”. ¡¡SIEMPRE AGRANDADOS!!


Cuando la “Belle Epoque”, los aristócratas argentinos que tiraban manteca al techo en París viajaban con una vaca en el barco. Y Gardel era francés, ¿viste?


Borges no ganó un Nobel. “No sólo que lo merece: es mejor que un Nobel”.


El centro de Córdoba ostenta una telaraña de unas cincuenta paquetas galerías comerciales, con ofertas de lujo, que en línea recta suman aproximadamente unas 70 cuadras de extensión. Como no se vende nada, sus vidrieras sólo sirven para que se miren las mujeres y comprueben si están bien arregladas, indicio de que se las prepara para vivir de cara a la galería y no a la realidad. Los espejos de estas covachuelas de lujo con luces atenuadas, igual que las ventanillas de los ómnibus, devuelven una imagen más joven que los colocados en ambientes de luces blancas en baños y oficinas, que ésos no se apiadan de los estragos de la edad. Los días que están a tope de gente son los de lluvia. ¡No hace falta el efecto de El Niño!, pues en Córdoba caen tres gotas y se inunda a rebosar todo el centro, produciéndose verdaderas riadas donde nadan hasta soretes padres. Éstas no se producen siempre por las crecidas fluviales, sino porque el país se hunde.


Ningún país tuvo un Chueco Fangio, cinco veces campeón del mundo de automovilismo. Pero resulta que estadísticamente por cada millón de vehículos que transitan, la Argentina va al frente con un millón y pico de muertos, seguida por Italia con trescientos mil y tantos, y luego Estados Unidos, España, Holanda, etc.


A los británicos les daremos un “paseo” (guerra de las Malvinas). Los especialistas locales afirmaban que los ingleses necesitarían cinco hombres contra cada argentino. Y nuestros soldados no tenían ni indumentaria bélica y se morían de frío y hambre, pues sus compatriotas que administraban las ayudas del pueblo les robaron hasta los chocolates. No se rían, ¡hasta dientes se han choreado! ¡Y nada menos que los dientes del general Belgrano!, que fue el más generoso y altruista de nuestros prohombres. Murió en la más absoluta soledad. Un solo periódico mencionó con mezquindad su desaparición. Pasados muchos años, los ministros Joaquín V. González y el coronel Ricchieri robaron los dientes del cadáver del creador de nuestra bandera, aprovechando la exhumación de sus restos. Debido al escándalo,  tuvieron que devolverlos.


“No se puede caminar por los pasillos del Banco Central porque están cubiertos de cajas de oro”, dijo Perón en el inicio de su primer gobierno. A finales de los años ochenta, la falsificación de dinero desde dentro mismo de la Casa de la Moneda no tuvo precedentes en el mundo.


Perón también comentó antes de ser derrocado, unos meses antes, cuando el ataque a la plaza de Mayo: “A la marina la corremos con los bomberos. Por cada uno de los nuestros caerán cinco de ellos”. A la violencia hemos de contestarla con una violencia mayor”. Y qué contradicción: al ser depuesto, según su propia expresión “se fue para evitar un derramamiento de sangre entre hermanos”.


Cuando la guerra de la Triple Alianza, el general Mitre dijo: “En tres días, en los cuarteles; en tres semanas, en el campo de batalla; y en tres meses, en Asunción”. ¡Cinco años les costó la guerra! Y nadie veía con buenos ojos que tres potencias (Brasil, Uruguay y nosotros, que sumaban un total de 12.000.000 de habitantes) aplastaran sin piedad a un pueblo heroico y chiquito. Y no hablemos si en vez de yerba mate los paraguayos hubiesen sido ricos en petróleo, o en oro como California. Es broma lo de la yerba: en 1859 Paraguay contaba con un ferrocarril que era el primero en Sudamérica. En su escaso territorio tenía importantes fábricas de jabón y papel, astilleros, marina mercante propia con once vapores, y semialtos hornos procedentes de Prusia, y a diferencia de Buenos Aires no importaba productos alimenticios ni tenía deuda externa. Este “milagro” latinoamericano no cayó bien a sus vecinos. Menos mal que Perón, más tarde andando en la historia, en un acto que le honró históricamente, le devolvió al presidente paraguayo Alfredo Stroesner los trofeos obtenidos por Argentina. La desgracia es que Perón no supo más tarde poner freno a otra tenebrosa Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), creada por su secretario faldero-ladero-consejero López Rega. La Triple A sembró nuestro suelo con cadáveres de compatriotas. Lo que hicimos con los paraguayos, más tarde lo pagamos con los ingleses en la guerra de las Malvinas. Y alguna que otra escaramuza limítrofe con Chile. La acción de combate más eficaz no la realizaron en nuestro país las Fuerzas Armadas, sino los lanzallamas del Ministerio de Agricultura y Ganadería para neutralizar las devastadoras plagas de langostas, que en forma de siniestras invasiones a la manera de Los Pájaros de Hitchcok arrasaron los campos de Río Cuarto cuando éramos niños.


 
Poseemos la avenida más ancha del mundo, la 9 de Julio, y la más larga, la Rivadavia. Nuestros bancos tienen arquitectura de estilo anglosajón. La avenida de Mayo tiene aires de Oxford Street; el parque de Palermo algo del bois de Boulogne.

En una pocas palabras, nos creemos los mejores del mundo, pero desde hace muchos años penamos por tener realmente el país que seguramente nos merecemos, pero que solo en nuestra imaginación tenemos....

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