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“¡Ustedes, todos ustedes, y el mundo, me importan un carajo!”

Siempre estuve en el eje del despecho colectivo, en el ojo del huracán. Que cosas que tiene la vida, siempre una de cal y otra de arena. Sólo sé que me agreden como lobos rabiosos, porque les tiro a la cara lo que son: unos mediocres que morirán víctimas de sus propios miedos...

POLÍTICA - LA COLUMNA DE JOSÉ ADEMAN RODRÍGUEZ 22/03/2021 José Ademan RODRÍGUEZ
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ademan Por José Ademan RODRÍGUEZ

Siempre estuve en el eje del despecho colectivo, en el ojo del huracán. Que cosas que tiene la vida, siempre una de cal y otra de arena.

Ya les conté en otra nota que me declararon persona no grata los clubes de Talleres y Belgrano. Andando el tiempo, me eliminaron de dos emisoras cordobesas (LV3 y Radio Universidad). Una por promover una elección por radio, estando prohibido hacerlo por el régimen militar de Lanusse. Y en la otra, por el título de mi artículo ‘’La Cagada’’ (que también fue publicado por este mismo medio).

Yo siempre quería tener “enemigos” que me odiaran (pero dignos), ser el eje del despecho colectivo, la leyenda que nunca se escribió, el falso culpable de Hitchcock o el bueno de la película; que “me aparten del caso” como a los héroes de las brigadas de homicidios, que al final tienen la verdad, entregar la voz y el carnet de periodista (pistola y placa), y morir jugándome el puesto en acto de servicio. Pero que te echen por una alcahuetería de un compañero de “asuntos internos” es decepcionante... Me rajaron, me auto eliminé, me borré en decenas de rocambolescas situaciones. Me iba antes de pisar el umbral del despido sin jamás escribir una renuncia para no darle el gusto a nadie de decir “lo eché”. Apelaban al maniobrerismo injusto y cobarde, parece ser que adherirse a la verdad no es provechoso para nadie, no solo en la radio.

Hubo momentos ingratos en mi periplo radiofónico. Cuando alguien me atacaba (casi todos), tenía ganas de decirles a todos, indiscriminadamente, dirigentes, colegas, oyentes, etc.:

“¡Ustedes, todos ustedes, y el mundo, me importan un carajo!”. Esa es la verdad.

Por eso podría decir: “Me arrepiento”, o disculparme… Pero era más fuerte que yo. “¿Y quién mierda son ustedes para suavizar mi expresión? ¿Son carmelitas descalzas, acaso? ¿O angelitos? Sólo sé que me agreden como lobos rabiosos, porque les tiro a la cara lo que son: unos mediocres que morirán víctimas de sus propios miedos. Son conscientes de ello, lo saben, y no tienen ideas ni para protestar. Son sólo un cilindro, un ente que come, bebe, fuma y tiene adentro un hueco, un tubo con recovecos asquerosos de glándulas y mucosidades que tienen que llenar con mujeres putas y palabras de Dios, dinero y poder para sentirse satisfechos. Luego, dormir. El resto de ustedes es “lo que dura”. Me he dirigido a grandiosas minorías en las cuales no les incluyo. Pero, de cada rincón siempre hay algo que pugna por salir: la bestia.

“Son muertos, están podridos por dentro, y me putean, pero a la vez tienen necesidad de escucharme. Y muchos no se animan a ello, pues les pongo el dedo en la llaga y en el culo… Pero claro, ustedes dirán que la culpa no la tiene la llaga sino el dedo que la toca. Yo no puedo cambiar de oyente, usted puede cambiar el dial para eludirme; pero tenga en cuenta que en tanto usted se embola o se divierte, o aprende escuchándome, comiéndose un buen asado, yo me las banco encerrado en una cabina hablando pelotudeces para estúpidos como usted”

Años después, ya en Barcelona, me echaron del escenario de una noche tanguera, por atreverme a recitar unos versos que el famoso poeta Héctor Gagliardi dedicó a su barrita de amigos. Con toda crudeza narra un encuentro amoroso que solo los mentecatos podían escandalizarse, cosa que lamentablemente ocurrió.

Para que entienda mejor, a continuación, les dejaré con la transcripción de esta poesía titulada ‘’El Picaflor’’ y luego, la rúbrica periodística publicada en un semanario español. La gracia radica en que el autor contó todo lo sucedido con semántica taurina (lo digo para los lectores cordobeses que quizás no estén familiarizados con algunos términos que son proverbiales en el mundo de los toros).

‘’Linda tarde de calor, cuando el sol ya se ponía, a una rubia vi ese día / Tenía el rostro bello y encantador, ojos al cielo copiados, labios rojos resaltados / imitación al coral, cuerpo y silueta sensual / senos como pidiendo chupazos / Como loco la seguí y una tarde la encontré, me acerqué y la besé para ver si me quería / Después de unos cuantos días, a mi cuarto la llevé / Y entré a tocarla para hacerla calentar / Las bragas le hice bajar y ya pelé mi cueruda / ya viéndola semi desnuda cualquier pija se conmueve / Y esos

cantos madurados los toqué por todas partes y entré a practicar el arte de hacer la sesenta y nueve / La rubia ya se meaba / Mirándome tiernamente me dijo llena de gozo: ‘’Negrito, partime en dos el carozo que me muero de caliente’’ / Tranquilo, la hice abrir y se la di por el orto. Tengo el tarugo un poco corto, pero se la hice sentir / Después le entré a servir desnuda, piernas abiertas, y en un empuje a lo ciego, solo quedaron dos huevos de centinela en la puerta’’.

Y ahora, el resumen de lo sucedido aquella extraña noche en el local cultural llamado "La Ventana", otro sitio más de los que me echan a la calle por hablar sin tapujos...

[“Noche inolvidable!”, “Fuerza y fiereza”, “Hay que prohibir el tango” o “¡Viva el papo!” fueron unos de los títulos de la prensa después de la fantástica actuación que nos ofrecieron los maestros Fernando Rios Palacio y Gustavo Battaglia en un coso del distrito de Ciudad Vella, y en la que el Negro Rodríguez, con una intervención inesperada, dio el toque mágico en un final apoteósico. Todos salieron ovacionados y a hombros por la puerta grande.

El recital arrancaba con un coso llenado en sus tres cuartas partes. Rápidamente Battaglia y Rios Palacio entraron en simbiosis y dieron una clase magistral de toreo tanguero. El público conocedor, respondía y aplaudía con fervor.

Don Rios Palacio entregó verdad tanguera para esos aficionados aquellos que les gusta saborear exquisiteces. El maestro logró encontrar la distancia y dominó el diminuto ruedo, con su presencia. Su postura firme daba más emoción al encuentro y dio una relación más íntima y cercana entre el maestro y la gente.

La culminación llegó con el arranque de la “Contramarca”. Ambos diestros desplegaron una energía, una bravura y un señorío muy echados en faltas en estos tiempos de crisis y cobardía. El público colaboró. Pañolada.

Pero el espectáculo continuó hasta límites inalcanzables para la nueva escuela de cantores y entertainers. En un empuje a lo bravo, el maestro, se lanzó al desconocido, como sabiendo que el duende tan esperado por los flamencos, ya estaba en el aire. Y así se alargó esta noche mágica. Entonó las primeras palabras de un verso inédito mientras Battaglia le acompañaba con unas notas satinadas; como afilando la hoja que diera esas impecables y nítidas 34 puñaladas amablemente dadas. La carga emocional estaba en su máxima. Se veía una estela de brillantes pupilas en la oscuridad de la sala. Lágrimas llenas de respeto ante semejante lección. Nueva pañolada.

Una pareja de aficionados nórdicos instalados en primera fila, quedó petrificada de emoción. Quedaron mudos ante tal demostración de poderío y hombría. Ni les salían aquellos sonidos guturales tan característicos en esa gente. Retornarán a su tierra y podrán contar que vieron al macho verdadero.

Porque el coso ya se había transformado en un templo donde los fieles en trance eran guiados por el bastón varonil del sanjuanino. Éste, sabedor de que la noche aún tenía más, separó sus manos y abrió el espacio como Moisés el mar. Y apareció el Doctor Rodríguez. En efecto, unos espectadores se habían percatado de la presencia del famoso doctor en la asistencia y pidieron a gritos que éste recite “El picaflor”. Battaglia seguía dando el ritmo hechicero a la velada, mientras el oscuro rostro del doctor cuajaba bajo los focos. Aplausos y silencio.

Con su pinta de gentleman del potrero, empezó con una sobria introducción y entró a dar con la faena. Se arremangó y se metió de lleno en una exhibición de leyenda. Lo que sorprendió fue lo centrado que se veía al nativo de Río Cuarto, sabido es que tiene tendencia a distraerse, defecto común entre los genios. Pero la noche se prestaba a los adornos. Se salió de los marcajes y dio una demostración de elegancia y pureza. Deletreó la palabra A.R.T.E como pocos se atreven hoy en día. Y triunfó. El entusiasmo del público desbordó. El Negro culminó la faena con una estocada a lo ciego: “sólo quedaron dos huevos de centinela en la puerta”!!

*Notas del autor: La dueña del local, cuyo nombre no desvelaremos, mostró su enfado por la imprevista y, según ella, “grosera” actuación del doctor Rodríguez. Las 34 puñaladas hacen referencia al tango ‘’Amablemente’’ de Edmundo Rivero

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