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La minimización del Presidente delegado

Hasta hace pocas horas, Alberto Fernández podía ufanarse de ser un Presidente Pequeño, Pequeño, pero Presidente al fin.

OPINIÓN 13/03/2021 Luis Tonelli*
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Hasta hace pocas horas, Alberto Fernández podía ufanarse de ser un Presidente Pequeño, Pequeño, pero Presidente al fin. El discurso de apertura de las elecciones legislativas había sido una aburrida elegía a las posiciones políticas de su vicepresidenta, pero sabemos que el lema del Presidente es “a las palabras se las lleva el viento” (aunque no la cloud de internet). El discurso contenía asimismo la confesión explicita de que, más que quejarse airadamente, no iba a ser mucho más para cumplir con la tarea para lo cual Cristina Fernández lo designó en el primer lugar de la fórmula presidencial: el resolver su situación judicial, la de sus seres queridos y la de sus seres no tan queridos.

El Presidente sabía que el poco margen de maniobra para seguir siendo un Presidente Pequeño pero Real, consistía precisamente en que esa pesada Espada de Damocles que cuelga sobre la cabeza vice presidencial, lo siguiera haciendo. Como buen abogado, sabía qué una vez restituido el poder de su cliente, al leguleyo no se lo necesita más.

Por otra parte, que Cristina Fernández no solo avanzara poco y nada en la resolución de sus causas, sino que la Justicia pusiera en cafúa a ese experto en mercados regulares australes llamado Lázaro Báez, era una demostración palmaria ante gobernadores, intendentes y afines que la vicepresidenta no era lo que fue. Con esto tanto Alberto y peronistas no kirchneristas se sabían aliados naturales contra los intentos de hegemonía del kirchnerismo puro y duro (CFK, La Cámpora, Barrios de Pie y asociados).

La oferta era, a juicio del Presidente, tentadora para la vicepresidenta: tensionar oralmente contra la Justicia, para mantener la mística de la Grieta, pero no mucho más, en la fe que la sangre nunca llegara al rio porque fiscales y jueces, abogados también, saben que una vez que los juicios se resuelven de ellos no se acuerdan nadie, ni siquiera para agradecerles los servicios prestados.

Pero Alberto Fernández, ni otros que manifestaban una fe sorprendente en las habilidades de su pupilo, no comprendieron el indomitable ADN de CFK, o sea su voluntad de poder única, fogoneada por el futuro político de Máximo como judicial de ambos dos. NI tampoco, que abogada exitosa al fin no se contentaría con las palabras al viento de su Presidente Delegado. Tampoco que el Presidente podía tener la “lapicera”, pero que tanto la tinta como quien le mueve la mano es de quien tiene el poder real, no el poder formal.

Alberto, un político entusiasta del área solo superado quizás por Daniel Scioli, pensó que la glotonería K había quedado pipona con el engullimiento del literal peso pesado Ginés García, pero se equivocó fiero. CFK fue por la cabeza de su mano derecha, socia y amiga, Losardo sospechada de encajonamiento y del “siga, siga” a fiscales y jueces en las causas calientes contra la vice. Y también, que las denuncias contra el ex presidente Macri y los suyos siguieran aletargadas.

Así que Cristina decidió terminar con esta situación que la esmerila día a día (y le da una tirria galáctica) y lo emplazó al presidente para cesar a Marcela Losardo en sus funciones, la destinataria de sus diatribas contra los funcionarios que no funcionaban de su primera epístola a los conurbanensis.

Jugada que contiene una triple señal: 1) contra Alberto Fernández y sus sponsors, diciéndoles que no hay peor pecado que un Presidente Delegado “quiera ser”, y menos en situación de penuria económica. 2) a la Justicia, para que pusieran las barbas en remojo y entendieran que es ella la que maneja la batuta y 3) a los gobernadores e intendentes, acompañada de la contención a Gildo Insfrán, para indicarles quien manda realmente, y demostrándoles que, si son leales, no importa cuán impresentables sean para el apoyo de la Rosada.

Claro que lealtad significa que gobernadores e intendentes abran sus listas a los acólitos de La Cámpora, lo cual para muchos es solo una promesa de beneficiarse con una muerte rápida, en vez de una lenta y sufriente. Lo cual para muchos intendentes bonaerenses puede ser toda una tentación para que, como hicieron cuando Kirchner impuso a las listas testimoniales, apuesten también sus fichas en las listas de cualquier candidatura peronista alternativa que se presente (Florencio Randazzo, con sus manifestaciones recientes, pareció estar calentando motores con ese fin).

Prueba de la endeblez de la situación del Presidente es haber aceptado la renuncia de Losardo y no tener reemplazante (para asegurar que la determinación de la renuncia era solo de él y nadie más, el Presidente casi dijo que ella nunca había querido asumir y que él había querido echarla antes siquiera de nombrarla. Hizo recordar así esa anécdota del Generalísimo Paco Franco, cuando uno de sus colaboradores le dijo que su situación era insostenible ya que toda la prensa ya lo descontaba como futuro ministro, emplazando al dictador para que hiciera realidad esos rumores. Franco le dijo entonces “haga esto entonces: dígale a la prensa que le ofrecí el cargo y usted lo rechazó”.

 

 

* Para 7 Miradas

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