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No son los alimentos que suben, son los salarios que se caen por la emisión monetaria

El enfoque de la inflación tiene dos miradas, según el lugar del que se lo analice

ECONOMÍA 27/01/2021 Roberto Chachanosky*
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Durante la campaña electoral el presidente Alberto Fernández decía que la gente iba a llenar una plaza, pero luego volvía a su casa y veía la heladera vacía; sin embargo, a poco tiempo creó la Mesa Contra el Hambre, convocando a figuras de diferentes sectores. Y a fines de 2019, previo a asumir, el Senado sancionó la Ley de Emergencia Alimentaria, con legisladores llorando por la gente que pasaba hambre, pero costando fortunas sus cargos en el Congreso.

También el Presidente habló de bajar la tasa de interés de las Leliq del Banco Central para que con ese ahorro pagar los remedios a los jubilados, porque sentenció: “Entre los jubilados y los bancos, me quedó con los jubilados”.

Lo cierto es que el gobierno de Cambiemos dejó un stock de deuda entre Leliq y Pases $1 billón y en diciembre 2020 ese stock llegaba a $2,7 billones. Y pese a que criticaba a la gestión anterior porque consideraba que alimentaba “la timba financiera y del endeudamiento”, lo cual fue cierto, terminó aumentando 170% la deuda del BCRA con los bancos. Se puede decir que que multiplicó por 3 la timba financiera, al tiempo que licuó los ingresos a los jubilados con la suspensión de la fórmula de ajuste y aumentos discrecionales por decreto.

Ahora, comienzos de 2021, el Gobierno se muestra preocupado por el aumento de los precios de los alimentos, en particular en el caso de la carne vacuna. Pero la realidad es que los alimentos no están caros, son los salarios reales que fueron pulverizados por la política monetaria expansiva del Banco Central para financiar el enorme déficit fiscal.

De todas maneras, no fue Alimentos y Bebidas el rubro que más aumentó en 2020, sino que a la suba del índice general contribuyeron varios rubros.

Según los datos del Indec, los rubros que más aumentaron durante 2020 fueron, en primero lugar Prendas de Vestir y Calzado, luego, Recreación y Cultura y recién en tercer lugar aparece alimentos y bebidas con un incremento del 42% respecto del cierre del año previo.

De todas maneras, el Gobierno parece estar apuntando los cañones hacia la carne vacuna. El argumento que siempre usa es que hay que desacoplar los precios internos de los internacionales, para eso se está buscando la forma de llegar a un acuerdo con los productores de carne vacuna. Incluso, el Presidente llegó a afirmar que no entendía por qué un bife de chorizo costaba más en la Argentina que en Alemania.

Buscar responsables en el exterior siempre es más fácil que reconocer las culpas propias. En primer lugar, del total de carne vacuna que se faena se exporta aproximadamente el 27%. En 2020 se sacrificaron 3.233.492 de toneladas de res con hueso.

Por otro lado, no todos los frigoríficos están habilitados para exportar, y no todos los cortes se destinan al mercado internacional. En otras palabras, no necesariamente restringiendo las exportaciones o separando el mercado interno de carne vacuna del mercado internacional los precios al público van a bajar.

El problema que tiene el Gobierno es que está depreciando la moneda nacional a paso acelerado. Si se considera que el déficit fiscal financiero en 2020 fue de $2,3 billones, incluyendo el invento contable de las rentas de la propiedad, como se define a las supuestas ganancias del Banco Central, surge que 91% del rojo de las finanzas públicas se financió con emisión monetaria.

De ahí la pregunta: ¿El Gobierno podrá dominar el desborde fiscal que tuvo en 2020? Si se quitan las rentas de la propiedad, el déficit fiscal representó 9,5% del PBI. Los llamados gastos sociales representaron el 64,3% del incremento de los gastos corrientes, es decir $1,7 billones de los cuales IFE y ATP representaron $460.000 millones. Suponiendo que este 2021 no se otorgan esos subsidios, el déficit fiscal bajaría 1,8% del PBI.

Y aunque la economía se reactive solo por una cuestión estadística, la recaudación de impuestos no se espera que mejore tanto como para poder reducir notablemente el déficit fiscal. Pero además, hay que sumar el gasto cuasifiscal, cerca de 3% del PBI, y los déficit de las provincias y del conjunto de los municipios.

De lo anterior se desprende que si se quiere bajar el déficit fiscal se deberían reducir las transferencias a las provincias que no corresponden por Coparticipación Federal que representaron el 8% del aumento del gasto corriente en 2020 y los subsidios económicos que explicaron el 14%. O sea, tendrían que endurecerse con los pedidos de los gobernadores y subir las tarifas de los servicios públicos en un año electoral.

En definitiva, no es que están subiendo los alimentos, sino que se está depreciando rápidamente el ya deteriorado peso argentino como consecuencia de la emisión monetaria que licúa los salarios, producto de un enorme déficit fiscal que es consecuencia del populismo que aumentó el gasto público.

Obviamente, el Gobierno culpará a la pandemia por el déficit fiscal, pero la realidad es que lo números fríos muestran que los IFE y los ATP no explican semejante desborde de las finanzas públicas en el primer año de gestión. El Gobierno tiene que entender que lo que se hizo durante las presidencias de Cristina Fernández de Kirchner no es repetible. Es más, heredó su propio problema que fue aumentar el gasto público consolidado en un 50% y ahora lo tiene que afrontar sin financiamiento externo, sin moneda y sin crédito interno.

El kirchnerismo se encuentra frente al monstruo de gasto público que creó en la época del “viento de cola” de la economía mundial, con el problema que ahora no hay ni una brisa que los ayude a dominar semejante gasto. Y decirle a la gente que no hay más plata para repartir no está en el ADN del kirchnerismo, y menos en un año electoral.

Enorme desafío para un Gobierno que no genera confianza para poder crecer y no sabe hacer otra cosa que gastar lo que no tiene. En conclusión, ya no es que la heladera estará vacía. Directamente no habrá heladera si no ocurre un giro de 180 grados en la política económica y en el discurso político también, si es que la gente creyera ese cambio de discurso.

 

 

* Para www.infobae.com

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