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Gordos despreciables los dirigentes gramiales

Tengo que aclarar que mis mejores amigos han sido los “gorditos” de mi niñez y los gordos de mi vida adulta, personajes que quiero y me llenan de gozo, y son un canto al optimismo

POLÍTICA - LA COLUMNA DE JOSÉ ADEMAN RODRÍGUEZ 24/01/2021 José Ademan RODRÍGUEZ
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JOSE ADEMAN Por José Ademan RODRÍGUEZ

Tengo que aclarar que mis mejores amigos han sido los “gorditos” de mi niñez y los gordos de mi vida adulta, personajes que quiero y me llenan de gozo, y son un canto al optimismo (divertidos, tiernos, artistas…).


En argentina decir “gordo” es como llamar “negro”, ambos se aceptan como cosa cariñosa, en cambio, en España suena a mofa, a áspera ofensa o degradación social…


A mi nunca me llamaron “gordo”, pero si “fatiga”… Pues era igual a mi patria: tierra joven, pero fatigada. Es que... como buen criollo, hacía honor a los que dicen injusta y ligeramente (a veces) que la Argentina es el único país del mundo donde los vagos pesan más de 80 kilos; a estos tipos si Dios en lugar de árboles, plantas y flores les hubiera puesto fábricas tampoco hubieran laburado (porque ni para tocar el violín ponen el hombro). Pero hay que darles la razón, si echamos una semblanteada a sus dirigentes obreros, donde nadie guía ni señala nada: todos acompañan. Si viera a alguno en la cola del ómnibus un día de lluvia o que mueven un dedo por algún mendigo, creo podrían alcanzar la dignidad de “compañeros”. De momento, son como enormes bolas de sebo, irredentos gordos con alma de choripán y pretensiones de caviar, con un 80% de materia grasa, un 20% de inutilidad y sólo dos neuronas: una para comer y otra para cagar. Hasta son capaces de confundir el cubismo de Picasso con la revolución cubana, o creer que un bogavante es un náufrago de moda, o que el poeta Lorca es la ballena asesina. Ni sabían para qué podía servir el Tribunal de “La Haiga” (La Haya).


Puede que todo haya sido debido a la gran inflación de la época del Proceso y otros demócratas de pacotilla, que cambiaron el nuevo modelo corporativo y corporal del proletario. Los bebés de inusuales dimensiones nacían con quince kilos por término medio; las cesáreas se practicaban desde la tiroides hasta el bajo vientre. Algunos pensaron que gestaciones tan atípicas se debían a un exagerado consumo de farinaceas en vista de lo inalcanzable que era la carne en el país de la carne. No obstante, Eva Perón les llamaba cariñosamente “Mis grasitas”. Otro hubiera sido el destino del país y del peronismo si hubieran reducido esa grasa sobrante de “los grasas”, de la cual surgieron cabecillas como Lorenzo Miguel y el Gordo Triacca, sindicalistas que fueron verdaderas armas de destrucción masiva para la educación gremial del pueblo, para ser más claro, Perón quiso hacer realidad la tercera posición, pero con negros de cuarta.


Una vez me tocó viajar con el Gordo Triacca en aerolíneas. Viajaba toda su prole también, con un loro y una gallina clueca. Era tan “grande”, que él solo ocupaba dos asientos del avión.


La “gordura” es, precisamente, el mejor síntoma de flaqueza argumental ante la patronal; les invalida su traza de sobrealimentados ante los explotadores. Parecen la antítesis del hambre, la crisis y el derecho al pataleo. Son el estigma de un sindicalismo ineducado por la benevolencia de una tierra tan fértil que les hurtó la posibilidad del amor al trabajo… Seguro no quedarán en la historia, pero, eso sí, tal vez al escultor Botero (maximalista y animalista) se le ocurra un día inmortalizar sus pantagruélicas formas en un monumento al trabajador desconocido. Según mi opinión (no “opinión personal” como se dice, pues se entiende que es de uno la opinión y no del vecino), todo movimiento sindical obrero necesita en determinados momentos históricos un mártir como revulsivo de consciencias, y difícilmente surge uno en medio de individuos que viajan en primera clase en los aviones y juegan al golf. Se dice que siguen divididos… ¡menos mal que no se multiplican!

Creo que Agustín Tosco, el líder sindical por antonomasia, jamás tuvo un coche de su propiedad. En su modestia laburante nunca se enteró de que fue como el creador de una incorrupta estirpe sindicalista. A la sola enunciación de su nombre, se creaba una afinidad espiritual con sus seguidores, obreros y estudiantes. Ejercía un sacerdocio liberador de mameluco[1] desde la dialéctica marxista. No importa si se equivocó o no: fue un ejemplo.
  


Me refería a los gordos... No se sabe bien si son reflejo del país, o el país es el reflejo de ellos, creando una contradicción entre la carne y el espejo. Muchos de ellos son iguales a los bebés: comen bien, se hartan, para luego lloriquear (sobre todo si tienen que cambiar el auto), que el que no llora, no mama... Gigantescos bebés que, antes que reparar el viejo andador del hermano mayor, pretenden el cochecito. Total, los del gobierno les han dicho: "Andamos mal, pero vamos bien." (???????).


Crecer no es ir aplicando al sujeto una lente de aumento cada vez más poderosa. Si hacemos este experimento con un bebé, nunca tendremos un hombre... sino un bebé gigantesco, pues el crecimiento es transformación. Regálale a esa gente toda la riqueza del narcotráfico, del Vaticano y los bancos suizos juntos para que se la repartan y seguro dura lo que un helado de chocolate en la puerta de un colegio; tirarían la casa y la vergüenza por la ventana (mejor que un tornado) y terminarían de fisiócratas sin tierra. Sus cagadas y despropósitos no servirían de abono para el agro, pues el “mierdaje” social no vale como sucedáneo del estiércol. En el mundo sindical y político, el que acumuló mucho dinero seguro a alguien cagó, y el que lo heredó tiene hedores de cosa mal habida.


A un chico argentino futbolista le preguntaron si no consideraba que Messi gana mucho en relación con un obrero: “No, no es que Messi gane mucho, es que todos los obreros tendrían que ganar como Messi”. Y un ministro, ante la pregunta de que si no temía que la corrupción se generalizara, respondió: “Al contrario, justamente lo que enfada a la gente es que ahora la corrupción beneficia a unos pocos”. Fino humor político de Fontanarrosa, que expresándose en broma decía más verdades que aquellos que hablando en serio provocan risa, como casi todos los ministros. Ya lo dijo una vez un intelectual (y luego lo repitió otro, que se adueñó del concepto cambiándole las palabras, como es de rigor en esta gente): la grandeza de un país no está en el volumen de sus cosechas, ni en la opulencia de su tierra, sino en la calidad de sus habitantes. Y la Argentina es tan preciosa, robusta y rica que ha conseguido soportar la ineptitud de sus propios hijos.


Lo que está claro es que nunca hay que darle nada a un pobre que no se lo gane a pulmón, pues le puede pasar como a Don Quijote: después de liberar a los condenados que iban a galeras de mano de sus guardianes, se volvieron contra él, le apalearon y le quitaron lo poco que poseía. “Siempre he oído decir, Sancho, que hacer bien a villanos es arrojar agua al mar”. Todo en la vida es cuestión de sensibilidad, tanto para la opulencia como para el hambre. Así vemos pobres que mendigan con pistolas en mano y ricos que mendigan con obsequios a sus superiores. Pongan todos los pobres de las gradas de un estadio de fútbol en el palco y actuarán con paquetería[2] y almidón. Manda los directivos a las gradas, sumergidos en la multitud, y serán salvajes.


Para finalizar, quiero añadir: creo que hay mucha gente que no es que sea “gorda” sino son tan generosos que son “grandes” porque necesitan un buen espacio para albergar un inmenso corazón. A diferencia de los gordos despreciables de los dirigentes greminales.

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