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Los vaivenes de la compleja relación política que mantiene Alberto Fernández con Cristina Kirchner

El Presidente cuestiona a los medios y recomienda consultas psiquiátricas, mientras desanda las contradicciones personales e ideológicas que supo mantener con su vice

POLÍTICA 06/01/2021 Nicolás Lucca*
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Nuevamente el Presidente ha hecho todo lo que tenía a su alcance para ratificar por la negativa lo que todos ven: las diferencias dentro de la coalición de gobierno. Por más que quiera ocultar esas diferentes formas de ver a la economía, a la industria, a la búsqueda de inversiones y al mundo en general, tiene un serio problema y es que a Cristina Fernández no le molesta en lo más mínimo decir lo que piensa, aunque eso implique pedir la cabeza de ministros o cuestionar las políticas del Ejecutivo.

Ante estas disyuntivas Alberto Fernández fue interrogado en más de una ocasión y siempre buscó la tangente, la visión de que Cristina no tiene una visión distinta de las cosas, sino que él también cree en lo mismo. Obviamente, de vez en cuando finaliza con “está bien tener diferencias”, lo cual choca de frente con las coincidencias. Coincido -alega el jefe de Estado- y está perfecto que no coincidamos, y el resto es culpa de los medios que quieren dividirnos.

Pero en la relación entre Alberto Fernández y Cristina Fernández hay algo más que casi nadie ha tenido en cuenta: no se conocen. Es decir: Alberto Fernández conoce a Cristina y Cristina conoce a Alberto Fernández, pero Cristina nunca había visto a Alberto Fernández como Presidente y Alberto apenas convivió nueve meses como jefe de Gabinete de una Cristina poderosa con un Néstor Kirchner vivo.

De hecho, durante la totalidad del resto de los dos mandatos de Cristina Fernández, Alberto Fernández se convirtió en una suerte de guardián de la memoria de Kirchner repitiendo, ante cada medida de gobierno, la misma frase: “Esto con Néstor no pasaba”. Bueno, puede ser que en muchos casos sí pasara, pero la frase se decía y la distancia que buscaba mantener Alberto Fernández con Cristina era notoria.

Hoy Alberto Fernández padece lo que vivieron todos los que estuvieron en el entorno de Néstor Kirchner y, con Cristina en el poder –y más aún tras la muerte del ex presidente– no tuvieron alternativas: o con Cristina o contra Cristina. Ejemplos sobran y, de hecho, estuvieron agrupados casi todos en un mismo espacio: el Frente Renovador. Por allí pasaron Felipe Solá, Sergio Massa, Facundo Moyano, Daniel Arroyo, Gabriel Katopodis y el propio Alberto Fernández.

Las internas, aunque le pesen a Alberto Fernández, existen y no solo porque lo dicen los propios integrantes del gobierno cada vez que se cruzan con un periodista, sino porque se ven y se escuchan. O lo que es peor: a veces no se escuchan cuando se espera una palabra de apoyo. ¿Alguien conoce alguna declaración de Cristina Fernández desde que se instaló el proyecto de despenalización del aborto de la mano de Vilma Ibarra? Dejó la sesión de la madrugada en manos de la senadora Abdala y volvió para los discursos de cierre, con el rostro carente de gestualidad alguna, y se limitó a decir “aprobado” antes de retirarse.

Alberto Fernández puede tratar de minimizar este tipo de actitudes y es entendible. Tan cierto como que es un imposible gobernar cuando cada medida de gobierno tiene que ser consultada como si a la burocracia del gigante aparato estatal le hiciera falta la burocracia de la toma de decisiones. O como bien dijera un gobernador del propio peronismo hace unos meses “si todo lo que tengo que charlar me dicen que primero hay que consultarlo con Cristina, ahorro tiempo y hablo con Cristina”.

Ese poder de dos cabezas existe. Nos guste o no nos guste, le guste o no le guste, a la división de poderes de la República ahora tenemos que sumarle la división del poder político gobernante. En cierta medida, Alberto Fernández ha cedido mucho de lo que pretendía porque esas pretensiones comenzaron a aparecer con su candidatura a presidente. Poco antes de que Cristina anunciara la fórmula que competiría en las nacionales de 2019, Alberto Fernández tenía en sus planes la embajada argentina en Madrid. No pedía mucho. Al igual que él, sus amistades políticas de toda la vida tampoco se imaginaban estar donde están ahora.

Pero al Presidente pareciera no molestarle esta realidad, sino que se note. O, dicho de mejor modo, pareciera que le irrita que le pregunten por las divisiones obvias y evidentes en un gobierno en el que Alberto Fernández dice una cosa, el kirchnerismo otra y Serrgio Massa, cuando quiere, una tercera distinta. Pasa en materia de políticas de seguridad, pasa en materia de presos por corrupción, pasa en materia de política internacional.

La culpa es del mensajero. Alberto Fernández ha demostrado tener una visión anticuada del mundo y de la sociedad, propia de quienes abrazaron al progresismo a principios del siglo XXI con parámetros de la Guerra Fría, cuando solo existían dos visiones de la humanidad. Aún no logra entender las nuevas tecnologías de comunicación y supone que del otro lado del planeta no se enterarán si dice cualquier cosa sobre el sistema de salud de Finlandia. Como se enteran al instante, insiste con otros países sin darse cuenta que no hay espías que filtran información, sino que existe una herramienta llamada Internet y que desde hace al menos unos quince años que aparecieron las redes sociales.

Sobre el estribo del año ya finalizado, el Presidente brindó una nota radial en la que afirmó creer en la existencia de “un periodismo alocado” que “necesita terapeutas para sacarse el odio que tienen encima”. Luego estimó que “existe un periodismo que responde a intereses” y que “la gente poco a poco va descubriendo ese periodismo”.

Obviamente, no se quedó allí no más y, para que ningún periodista se sienta tocado, pegó a todos: “Existe un periodismo que debería repensarse seriamente; lo único que hace es provocar el desaliento con los argentinos por el odio que le tienen a Cristina, al peronismo y a mí, y dicen cosas que no tienen sentido”.

La culpa de los fracasos de la Argentina, claro está, ahora también es de exclusividad periodística: “Esa vocación de hacer naufragar a la Argentina, necesita que a esos periodistas los atienda un psiquiatra para que entiendan que viven en una sociedad que necesitan que dejen de dividirnos”, opinó el jefe de Estado.

Cuando todavía no se habían jugado siquiera las internas, en julio de 2019 Alberto Fernández mantuvo una entrevista en la que explicó la relación que tendría, en caso de ganar, a pesar de los antecedentes del resto del kirchnerismo. “Me puse siempre del lado de ustedes, ustedes saben cómo me comporto”, dijo Alberto Fernández.

Los antecedentes del kirchnerismo, vale recordar, iban desde una competencia de escupitajos a carteles de periodistas hasta un tribunal de buenas costumbres de comunicación oficialista en la Televisión Pública en la que fustigaban sin ningún miramiento a los periodistas, opositores y cualquier clase de ciudadano que osara decir algo por fuera del libreto oficial, aunque ese libreto oficial se contradijera a sí mismo.

Veinte días antes de mandar al periodismo al manicomio, Alberto Fernández brindó otra entrevista, esta vez televisada, en la que dijo que tuvo “tuvo un reencuentro personal con Cristina, de una amistad que se truncó por diferencias políticas y yo no vuelvo a tener esa diferencia nunca más en mi vida, porque si la vuelvo a tener es que no aprendí nada”. No aclaró si lo que nunca vuelve a tener es una diferencia política, pero eso es lo que se entendió. ¿Qué tiene de malo tener diferencias políticas? ¿O sea que, cuando las diferencias fueron lo suficientemente insalvables como para irse del gobierno, fue un error? ¿Los nueve años jugando contra Cristina también fueron un error?

En 2011 Alberto Fernández denunció ante los medios que, por haberse reunido con el vicepresidente Julio Cobos, echaron del ministerio de Justicia a Marcela Losardo, por entonces subsecretaria. Obviamente, afirmó que eso probaba que lo estaban espiando. Aníbal Fernández contestó que “Alberto Fernández habla en todos lados, hasta en Cartoon Network, con Droopy y el Pato Donald” y aseguró que era mentira que estuvieran espiando a Alberto Fernández y como prueba esbozó que no había ningún interés “si habla por todos los canales de televisión”.

Esa peleíta con Cristina por diferencias políticas incluyó una acusación de Aníbal Fernández hacia Alberto Fernández por comprar tierras en Santa Cruz, acusación de la que Alberto Fernández se despegó al decir que no tiene “ni una maceta”. Para bajar los ánimos, Aníbal Fernández dijo que “Alberto (Fernández) se cagó en la amistad de Néstor Kirchner” y lo criticó por criticar: “El día que te vas, los caballeros cierran el pico, no puede pararse en la vereda de enfrente a tirar piedras”, le recomendó. Alberto Fernández recurrió a la sutileza y entrelíneas dijo “nunca quise irme escondido en un baúl”. ¿Y por qué traigo esta anécdota a colación? Porque la última palabra de Alberto Fernández fue su clásico: mandó a Aníbal (Fernández) al terapeuta.

En 2015 Alberto Fernández se empapó en la marcha de los paraguas exigiendo justicia por Alberto Nisman. Hoy cree que se suicidó. Alberto Fernández aseguró también que fue “patético” ver al Congreso convertido en “una escribanía”. Asesinó la “ley de democratización de la Justicia”, pero hoy que Cristina vuelve con los mismos argumentos –sí, los mismos argumentos–, Alberto dice que tiene la misma mirada que su Vice, solo que ella “lo hace con más virulencia”. También criticó el debate de la ley de medios y a la propia ley de medios, además de sostener que “cuando fue lo del campo, ella –por Cristina– sintió que había una suerte de confabulación general en su contra y a partir de allí no pudo volver más: ella percibió que cada crítica era parte de esa confabulación”.

Alberto también sostuvo hasta hace quince minutos que “es dificilísimo encontrar algo virtuoso” en el último mandato de Cristina, algo en lo que coincidió con su actual ministro Matías Kulfas. Hoy, Cristina no puede ver a Kulfas y Alberto Fernández es presidente. Poco después de que se publicara el libro “Cristina vs. Cristina” de Vilma Ibarra –que fue presentado por Alberto Fernández– el ahora presidente sostuvo en una entrevista que Cristina tiene “una enorme distorsión sobre la realidad” y que “si revisa las cosas que dijo, debería rectificarse un montón de cosas: llegó a decir que Alemania estaba peor que nosotros en materia de pobreza, sostuvo hasta el final que el cepo no existía y que la inflación no es importante”. Vale recordar que el libro de Ibarra era un repaso sobre quinientos discursos de Cristina y sus contradicciones.

Pero Alberto Fernández también dijo que él no se sentía un traidor, sino que los traidores fueron “los que se callaron la boca y le permitieron hacer a Cristina todo esto para permitir que hoy Macri sea presidente, los que aplaudieron a Cristina; los que no fueron capaces de decirle que era mentira lo que estaba diciendo”. Obviamente, respecto de su salida del gobierno también dio a entender que no le quedaba otra porque “debería haber sido parte del séquito de obedientes”.

El presidente, cuando estaba lejos de serlo, también hizo un ranking de los distintos momentos del peronismo: “fue conservador con Luder, fue neoliberal con Menem, fue conservador popular con Duhalde, fue progresista con Kirchner y solo fue patético con Cristina”.

Ni los periodistas nos atrevimos a usar ese adjetivo.

También dijo que “Cristina va a dejar su gobierno con dos máculas indudables que es dictar dos leyes para protegerse penalmente de dos delitos cometidos: primero el encubrimiento a Boudou estatizando Ciccone, y segundo el encubrimiento al haber hecho aprobar por ley el tratado con Irán”. También aseguró que no entendía cómo un gobierno “que renegaba de la política fashion” puso a Amado Boudou de vicepresidente y que tampoco podía comprender la falta de explicación para los nueve millones de dólares de los bolsos de José López.

Y respecto de la justicia el presidente puede decir lo que quiera, total es sano cambiar de opinión alguna que otra vez. El tema es cuando se pasa de creer que la Tierra es redonda a suponer que es plana y se apoya sobre cuatro elefantes: “Yo no puedo decir que los Kirchner no tienen que ver con los Báez si van al mausoleo de Néstor juntos”, dijo y agregó que deseaba que “alguien explique algo más que decir que esto es una persecución, ya que no es una persecución sino que son tipos contando plata que no sabemos de dónde salió”. El lawfare, al igual que los Reyes Magos, eran los padres.

 

 

* Para www.infobae.com

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