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40000 muertes invisibles de Covid, 44% de “pobres sin hambre”, los logros de Alberto Fernández

Naturalizar la muerte es esperable en una sociedad apabullada por las tragedias. Y es útil para un gobierno que no hace las cosas bien y se lava las manos de todo

OPINIÓN 07/12/2020 Marcos Novaro
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Alberto Fernández declaró sentirse conmovido “por cada muerte que causa entre nosotros el Covid-19”. Claro, lo dijo en el mes de mayo, cuando los muertos se sumaban de a pocas decenas cada día, y en total eran algunos cientos. Entonces era políticamente rentable declararse “conmovido por las muertes”: el mensaje que transmitía el presidente no iba dirigido tanto a los familiares que habían sufrido una pérdida, como a los millones que no la habían padecido, a quienes se les quería hacer creer que el alivio que sentían no era temporal y era mérito oficial. 

Cuando en los últimos meses los muertos se suman de a varios cientos cada día, y ya se acumularon decenas de miles, el presidente no se mostró más conmovido. No había nada que ganar en caso de hacerlo. Así que habló de otra cosa: de la vacuna que, como el general Alais, está siembre a punto de llegar; de que las camas de terapia supuestamente alcanzaron; de que “de no ser por la cuarentena todo hubiera sido peor”. Las muertes ni las menciona. Se ve que su conmoción es proporcional a la rentabilidad política que pueda obtenerse de mostrarla o negarla, según los casos.

Mientras tanto, también a toda la sociedad la percepción y la sensibilidad hacia esas muertes se nos fue alterando con el paso del tiempo. Es una reacción en cierta medida natural, valga la redundancia, “naturalizar” las tragedias cuando no se las puede evitar y se repiten cotidianamente. Los números, de otro modo, apabullan. Más todavía cuando no es una sola la tragedia la que nos azota, sino que se combinan varias simultáneas.

En estos días se conoció un nuevo informe de la UCA sobre la pobreza. Que también ofreció un cuadro de catástrofe: en el espacio de un año sumamos casi 10% más de pobres que cuando creímos estar en el fondo del pozo. Para peor, el informe nos avisa que todavía no tocamos fondo: si no fuera por el IFE y el ATP el porcentaje crecería casi otros 10 puntos, a un récord absoluto de 53%; y el gobierno acaba de suspender esos dos programas de ayuda, porque ya no tiene cómo pagarlos sin desatar una hiperinflación.

Alberto se atajó enseguida con otra de esas frases insólitas tan suyas: dijo muy suelto de cuerpo sentirse orgulloso de su gobierno porque según él nadie pasa hambre en la Argentina. Superó con eso otro récord de negacionismo, el que hasta ahora ostentaba Cristina con la ridiculez de que había 5% de pobres cuando ella dejó el poder, en 2015.

Gobiernos muy malos en evitar tragedias como estas, y que encima tienen directa responsabilidad en que se repitan, están tentados siempre a hacer algo más que naturalizarlas: buscan volver invisibles sus efectos, las muertes y el hambre, que no se vean, que nadie hable de ellos.

A ese triste espectáculo, que empeora el de las mismas muertes y privaciones, hemos estado asistiendo mientras la larga curva de la pandemia hacía su recorrido luctuoso, y particularmente extenso, en nuestro país, y el derrumbe económico se propagaba con la onda expansiva que proveyó la cuarentena. Es el espectáculo de un gobierno que tira la toalla desde el principio en sus insuficientes y mal pensados esfuerzos por contener la enfermedad y el cierre masivo de empresas, y a lo que se dedica no es tanto a evitar más muertes y más desempleo como a ocultarlos, a que no aparezcan en la escena pública y no se hable de ellos.

O aparezcan solo como un número, una abstracción: ¿qué me dice finalmente una cifra cualquiera, sea 10.000 o 20.000?, ¿es mucho o poco si hablamos de muertes?, ¿no es acaso la misma cantidad que se muere de gripe todos los años?, alguien podría decir “y bueno, en todo caso la pandemia se habrá llevado el doble de vidas, nada tan terrible”.

Lo importante para la operación negacionista es que no se asocien los números con caras, historias, nombres o familiares y amigos en duelo; que el duelo mismo esté prohibido, sometiéndolo también a la cuarentena. Porque de lo que se trata es de asegurarse de que nadie hable de ellos en particular, como personas. Así se pueden seguir sumando 200 cada día, sin que nadie se alarme ni indigne por el asunto.

No son los únicos números que debieran escandalizar, pero ya no lo hacen, porque caen sobre un aparato estatal abocado a la negación, y sobre una sociedad apabullada y anestesiada. Los de pobreza entre los jóvenes y los de resultados educativos nos asoman a otro abismo nacional. ¡Qué mal que hemos estado haciendo las cosas para lograr estos resultados! Ojalá nos caiga la ficha, no banalicemos también estos dramas. Porque conmovernos no va a resolver de por sí los problemas, pero mirar para otro lado seguro va a seguir sirviendo para empeorarlos.

Marcos Novaro para TN

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