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Cristina manda y el resto comenta

El Senado es una escribanía para la vicepresidenta. Hizo romper puentes con la oposición en Diputados. Desplaza a jueces y fuerza a Alberto a alejarse de Larreta.

OPINIÓN 06/09/2020 Eduardo van der Kooy
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La geografía de la Argentina representa ahora una inmensa crisis. Sobresale la gravedad de la situación económico-social, que orilla el estado de descomposición. Está espoleada por una pandemia y una cuarentena cuya gestión empieza a sembrar muchas dudas. No existe ningún horizonte que ofrezca expectativas.

Esa realidad empeora por otra crisis del sistema político que se profundiza cada vez que Cristina Fernández activa sus motores. La grieta que genera y Alberto Fernández no se esmera en remediar, divorcia al oficialismo de la oposición. Se derrama sobre una sociedad desguarnecida. El Poder Judicial permanece en estado deliberativo a raíz del proyecto de reformas y otras yerbas que impulsa la vicepresidenta. En el Congreso fueron bloqueados los puentes para un funcionamiento normal entre el Frente de Todos y Cambiemos. Al Presidente le cuesta cada vez más ocupar el centro de la escena una vez que decidió correr a la pandemia como razón de su protagonismo y popularidad.

Detrás de cada una de aquellas alteraciones emerge la sombra de Cristina. Señal elocuente de su influencia. Durante cierto tiempo hizo creer que su fortaleza sería el Senado. Allí conduce de manera despótica. Fue transparente cuando ante una queja del senador opositor Martín Lousteau, le respondió: “¿Para qué quiere conocer los cambios que le hacemos al proyecto si va a votar en contra?”. Se debatía la reforma judicial.

La semana pasada, por primera vez en nueve meses, Sergio Massa recibió la notificación de que la Cámara de Diputados no constituye tierra liberada. Donde el jefe del Frente Renovador sabe ensayar piruetas políticas con la esperanza de no quedar asociado a la radicalización kirchnerista. Ese juego posee límites. Después de lo ocurrido en el Senado, Massa declaró que no había apuro para el tratamiento de la reforma judicial. Se percató del error cuando debió negociar con la oposición la continuidad de las sesiones virtuales. Careció de margen para garantizar a Cambiemos que la reforma judicial y la Ley Previsional quedarían al margen del nuevo protocolo. No bien indagó en esa posibilidad tuvo el freno de Máximo Kirchner. El jefe del bloque oficial es Cristina.

En este punto convendría separar las situaciones. Un aspecto fue el vodevil de las negociaciones y la sesión en Diputados, menudeo de trampas por ambos bandos. Otra, el significado político de la frontera ante la cual debió pararse Massa. El titular de la Cámara de Diputados se sumó, a última hora, al Frente de Todos por una necesidad política personal –estaba quedando sin juego—y una solicitud especial de Alberto. Pretendieron articular un espacio de moderación en una coalición dominada por el kirchnerismo y sectores autodenominados progresistas. Cristina ya se encargó de llamarles a ambos la atención.

Es natural que el Presidente haya tenido siempre menos margen porque fue coronado gracias a la unción que, como candidato suyo, hizo la vicepresidenta. Massa disfrutó hasta la semana pasada de otros beneficios. Blandió el discurso de la mano dura ante el problema de la inseguridad. Defendió a los sectores del campo por los ataques contra los silobolsas que el Gobierno desatiende. Promovió la quita de los beneficios sociales concedidos por la pandemia a aquellos que participen en la usurpación de tierras. Fue la última audacia de la cual estuvo obligado a desdecirse después de otra sugerencia de Máximo.

Massa cuenta con un problema adicional. Sobreactuó en todo este tiempo su papel como titular de la Cámara de Diputados. Operó sin pudores en los bloques opositores con la intención de dividirlos. Ostentó su influencia con grupos de bonistas para ayudar al Gobierno al acuerdo por la deuda. Terminó siendo, por esa razón, el único muro contra el cual disparó Cambiemos por los enredos en Diputados. Máximo pareció quedar a resguardo.

Los años de democracia no ofrecen, en ese sentido, ejemplos comparables. Emilio Monzó debió tejer mil acuerdos para conseguir muchas leyes del gobierno de Mauricio Macri. Tuvo una de las peores sesiones de la historia, en diciembre del 2017, cuando se votó la reforma de la fórmula previsional. Con una batalla campal que desataron en la calle la izquierda y el kirchnerismo. No pagó costos políticos. Algo similar le sucedió a Julián Domínguez.

Massa no pudo evitar el desgaste. No sólo por el trámite raro de las negociaciones con la oposición. Terminó conduciendo una sesión esperpéntica para tratar leyes que tienden a aliviar al turismo y a la gastronomía, jaqueados como tantos por la pandemia y la cuarentena. Veamos un clímax del ridículo. Los diputados oficialistas que sesionaron de modo virtual tuvieron derecho a voz y voto. Los diputados opositores que estuvieron presentes en el recinto fueron considerados ausentes.

La incomodidad del titular de la Cámara resultó tan evidente que en un momento de la sesión propuso dejar el comando a Álvaro González, el vicepresidente primero. Se trata de un legislador del PRO. El hombre le advirtió: “Fíjate que figuro como ausente. Se caería todo”. El líder Renovador aguantó el chubasco hasta que aquellas leyes fueron aprobadas.

Nunca una negociación entre bambalinas tiene un solo relato. Massa denunció que en un momento Cambiemos se echó atrás cuando había ofrecido que la reforma judicial fuera abordada en forma presencial. Sembró la sospecha de una orden superior. Macri estaba volando de regreso al país después de su estancia en Suiza y Francia. Patricia Bullrich, titular del PRO, se desayunaba portadora del coronavirus e iniciaba la internación.

Cambiemos ofrece otro libreto. En plena comisión de Labor Parlamentaria –dicen—se habían arrimado las posiciones para prorrogar el protocolo virtual excluyendo la reforma judicial y la Ley Previsional. Entonces irrumpió la negativa de Máximo. En un interín, el jefe del interbloque de Cambiemos, el radical Mario Negri, se cruzó con una diputada kirchnerista. Intentó ablandarla, pero se encontró con una réplica: “Hay un mandato superior”. “¿De quién?”, interpeló. Silencio. Aquel mandato habría nacido en el Instituto Patria.

El Presidente se ocupó de añadir confusión cuando el jueves a la mañana sostuvo que Diputados no había sesionado. Luego dijo que se había expresado mal. Sucedió algo. Alberto no se habría informado bien antes de iniciar su cotidiano raid personal de comunicación. Parece sobrepasado, desorganizado. Inmerso mucho tiempo en las intrigas que surcan el Frente de Todos.

Intentó salvar el equívoco, después de un encuentro con Massa y Máximo, cargando las culpas sobre Cambiemos. Endilgó a la oposición falta de sensibilidad por no atender las urgencias del turismo y la gastronomía. Una falsedad. El registro de la Cámara de Diputados indica que en la sesión del 4 de agosto la coalición opositora propuso tratar la emergencia turística. El kirchnerismo la rechazó por 122 votos contra 119. Adujo que el asunto iba a ser resuelto por un DNU (Decreto de Necesidad y Urgencia) presidencial que, al final, nunca alumbró.

Las líneas directrices de la vicepresidenta se advierten en todo. Su figura sobrevoló el Congreso. Diputados fue un pandemonio, pero ella hizo funcionar al Senado los dos días posteriores. Logró aprobar el DNU que regula las telecomunicaciones. La comisión de Acuerdos empezó a sentenciar la suerte de los jueces Germán Castelli, Leopoldo Bruglia y Pablo Bertuzzi. Tuvieron fallos contra la vicepresidenta por causas de corrupción. Afloró por primera vez en la Casa Rosada para no quedar al margen del anuncio de la restructuración de la deuda.

Aquellas mismas líneas directrices se descubren en el fastidio que Cristina dispensa a Horacio Rodríguez Larreta. Ante el cual el Presidente no puede hacerse el distraído. El jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, terminó limitando la flexibilización que el jefe porteño había dispuesto para la Ciudad. Otro tema que importa a la vicepresidenta es el vapuleado Axel Kicillof. El gobernador de Buenos Aires está aterrado por la expansión del coronavirus. No tiene respuesta ante otros flagelos: la inseguridad y la usurpación de tierras fuera de control.

Cristina no habla sobre esas cuestiones –como otras que le desagradan: la pandemia—pero cuenta con un propalador. Es Sergio Berni, el ministro de Seguridad provincial. Se ocupa de todo aquello que a Kicillof lo desborda. Marca orientación sobre el delito y la toma de tierras. Fomenta bellos debates en el oficialismo en los cuales participan, con distintas miradas, casi todos. Hechos conducentes, ninguno. Tal ejercicio seduce incluso al Presidente. Descubrió en 2020 que el gran problema del delito es el Conurbano. Su espíritu federal lo traicionó: le hizo omitir Santa Fe. Sorprende la vocación de comentaristas que tienen los funcionarios de este Gobierno.

Berni supone que varios movimientos sociales (el Evita, de Fernando Navarro, secretario de Relaciones Institucionales del Gobierno y la CTEP de Juan Grabois) estarían detrás de las ocupaciones. La diputada bonaerense Patricia Cubría, esposa de Emilio Pérsico, presentó un proyecto para declarar de disponibilidad pública las tierras tomadas. Esos dirigentes habrían perdido la simpatía de la vicepresidenta. Hay 4.500 hectáreas intrusadas. Berni dice que ya tiene 800 detenidos.

El ministro dejó de enmascarar sus aspiraciones políticas. Presentará una lista en las elecciones de diciembre para elegir la nueva conducción nacional del PJ. Ese sillón lo pretendían los gobernadores peronistas para Alberto. Nadie conoce a esta altura cuál es la voluntad presidencial. ¿Despunta otro conflicto?

Por Eduardo van der Kooy para Clarín

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