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Memorias de la Pepona Reinaldi, el ídolo de Belgrano y Talleres que unió la grieta

Aunque también pasó por el River de Ángel Labruna, es reconocido por las hinchadas cordobesas enfrentadas en todo salvo en el amor al jugador que se destacó en las dos veredas. Su popularidad llegó al gato del escritor Jorge Luis Borges

DEPORTES 03/03/2020 Eduardo BOLAÑOS
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José Omar Reinaldi hoy, en uno de los arcos que marcó gran parte de su producción en la cancha de Belgrano

El fútbol tiene un distintivo que va trascendiendo a las generaciones. Un apodo es un trazo que sirve para pintar definitivamente a un jugador. El Mariscal será por siempre Roberto Perumo, el Matador, Mario Kempes, el Bambino, Héctor Veira y así se pueden eslabonar hasta hacer infinita la cadena. Si mencionamos a la Pepona, es ocioso agregar que vamos a referirnos a José Omar Reinaldi, uno de los íconos de la pasión por la número cinco en Córdoba y habitante del reducido grupo de aquellos que han sabido ganarse el respeto y la idolatría tanto en Belgrano como en Talleres.

Pasado y presente: los datos del goleador de Belgrano en una placa de redes sociales difundida por el club.


“Es un orgullo enrome el sentirse reconocido por la gente de dos equipos tan importantes y rivales. Me da mucha felicidad poder caminar por las calles de la provincia y seguir sintiendo ese afecto permanente que se da día a día. Es un mimo en el corazón para seguir adelante. Puede ser un caso atípico, pero yo no lo siento así. Es hermoso que te paren en cualquier esquina y empiecen a contar anécdotas o agradecer los goles que uno pudo haber hecho. Me siguen gritando los colectiveros (risas) y los más jóvenes enseguida me dicen que saben quién soy por el padre o el abuelo. Es un poco exagerado que te digan ídolo o maestro, pero lo agradezco con el corazón y es parte de la maravilla que tiene el folclore del fútbol”, cuenta con gratitud.

Su larga cabellera rubia y su capacidad goleadora lo hicieron inconfundible. Asomó en primera división cuando la década del ’60 se estaba escapando hacia la leyenda. Eran tiempos donde los torneos nacionales daban sus pasos iniciales, en busca de una federalización nunca conseguida.

Casi con 30 años, Reinaldi cumplió el sueño de vestir la celeste y blanca, donde compartiría el plantel con un joven Diego Armando Maradona de apenas 18 años: “Era una cosa de locos, algo fantástico. Convivimos mucho tiempo y allí pude ver su capacidad futbolística", rememora. (@MaradonaPICS)


“Hice mi debut en septiembre de 1968 con la camiseta de Belgrano contra Boca en la Bombonera, nada menos. En esos tiempos estaba autorizado solo un cambio por equipo y que debía hacerse en el primer tiempo o en el entretiempo. Allí fue cuando ingresé por Cornejo y metí el gol sobre la hora a un grande como Antonio Roma. Perdimos 3-1 pero es un recuerdo imborrable con una anécdota increíble. Era la primera vez que iba a jugar con tapones y no tenía botines, por eso usé unos que me prestó el utilero de Boca. Era el habitual partido de viernes por la noche para la televisión, pero hubo un problema con la luz en la cancha y se pasó para el domingo por la mañana. Tuve la suerte de hacer muchos goles en Belgrano durante los nacionales, integrando buenos planteles”.

Los gritos de gol de la Pepona resonaban en toda la geografía del país. Ese viejo zorro del fútbol que fue Ángel Labruna estaba dirigiendo a Talleres a fines del ’74 y al comienzo del año siguiente lo llamaron de River para cortar la infausta racha de 18 años sin títulos. Ya lo tenía visto de los clásicos en la provincia y no dudó en pedir su contratación. Y allí fue parte de la historia si bien no logró consolidarse en un equipo titular donde la delantera era inamovible: Pedro González, Carlos Morete y Oscar Mas. Angelito lo tenía siempre en el banco y lo utilizaba como un comodín, reemplazando a cualquiera de ellos y hasta jugando de titular como volante por derecha en alguna ocasión. Fue campeón del metro, ahuyentando los fantasmas y también dio la vuelta olímpica a continuación en el nacional, donde se calzó el traje de héroe.

La melena rubia de la Pepona se destacaba en el Talleres que fue sensación en los 70. Parados: Lucco, Reinaldi, Bravo, Berta, Valencia, Guerini. Agachados: Guibaudo, Oviedo, Pavón, Arrieta y Galván.


Última fecha del octogonal final. River una unidad arriba de Estudiantes, visitaba a Central. En caso de igualdad en puntos, debía haber partido desempate. Los Pinchas vencían a Temperley con comodidad, mientras en Rosario estaban 1-1. “La fortuna me puso a mí en ese momento en el partido para hacer un gol histórico en el último minuto, que es el sueño de todos los jugadores. Vino un centro pasado y convertí el del triunfo cuando ya casi no quedaba tiempo. Lo hice de zurda, que solo la tengo para caminar (risas). Con el tiempo, Luis Landaburu, que era el arquero suplente, me contó la historia: Labruna me había hecho entrar porque él sintió que se lo pedía su hijo que había fallecido. Gritaba mirando al cielo con lágrimas en los ojos en el momento del gol ‘Me lo dijo Daniel, me lo dijo Daniel’. Fue conmovedor”

“Teníamos un equipazo con compañeros inolvidables como Fillol, Perfumo, Passarella, Sabella, Juan José López, Merlo, Alonso, Luque. Para mí es un inmenso orgullo, porque logramos salir campeones de los torneos soportando una presión tremenda por la cantidad de frustraciones acumuladas que tenían los hinchas”. La fama bien ganada y su “facha” lo llevaron a traspasar un umbral que parecía vedado para el fútbol: la casa de Jorge Luis Borges. La hija de la ama de llaves del inigualable genio le llevó de regalo un gato albino, que por su admiración hacia él fue bautizado “pPepo” como apócope de su seudónimo. Con felicidad, Reinaldi asiente: “Me enteré hace poco de la historia. Me sorprendió y también me agradó, por supuesto. Me lo comentaron unos intelectuales cordobeses con quienes solemos hablar. Ellos también estaban sorprendidos”.

La Pepona hoy en la cancha de Belgrano, donde es goleador histórico: "No sólo jugué en Talleres y Belgrano. Estuve a punto de jugar en Boca, luego de estar en River, hubiese sido para el libro de los récords".


Tras el buen paso por River, llegó el momento de llevar sus goles al exterior. El destino tenía el color amarillo del Barcelona de Guayaquil, donde también dejó un gran recuerdo. Un año más tarde, a mediados de 1977, asomó la posibilidad de regresar al país, para vestir la camiseta de Boca, que buscaba ganar su primera Copa Libertadores. “Pasé por Buenos Aires y hablé con Alberto J. Armando, con el Toto Lorenzo y la cosa estaba encaminada. Estuve muy cerca, pero el problema fue que Boca me quería a préstamo y el club ecuatoriano solo aceptaba la vente definitiva. Quizás, en lugar de jugar en los dos más grandes de Córdoba, lo hubiese hecho en los más grandes del país y con tan solo un año de diferencia”.

Lo que Boca no hizo, Talleres sí. Apareció con el dinero y compró su pase para sumar otra figura a su destacado plantel. El objetivo era el título: “Fue un desafío importante porque Talleres tenía un presidente como Amadeo Nuccetelli, que siempre armaba equipos para salir primero. Eso era algo raro en un equipo del interior, donde la aspiración habitualmente era tratar de hacer un buen papel. Me inserté en un plantel excelente, con grandes jugadores y varios de ellos integrando la selección argentina. Desde que arribé, estuvimos tres años consecutivos peleando por ser campeones y no se nos dio. En cada temporada, se reforzaba con figuras importantes como Alberto Tarantini, José Orlando Berta, José Van Tuyne, etc y no se iba nadie. Y eso que al presidente le sobraban ofertas, sobre todo por Luis Galván, Miguel Oviedo o José Valencia, que habían sido campeones del mundo en 1978. Talleres marcó una época importante y aunque no pudo coronar, logró ser el abanderado del fútbol del interior”.

Junto a Daniel Passarella y Oscar "Pinino" Más, en el River que hizo historia de la mano de Ángel Labruna.


La gloria golpeó sus puertas. El cuadro cordobés acarició la quimera de un título que pudo haber modificado la historia posterior del fútbol argentino. Sin embargo, la fatídica noche del 25 de enero de 1978 quedó en la leyenda, por la epopeya de Independiente de lograr ser campeón con tres hombres menos en la propia cancha de su rival. “Pecamos de inocentes con exceso de confianza. Si te ponés a pensar con el diario del lunes, es obvio que tendríamos que hacer hecho alguna otra cosa, pero se dio así. Yo no tengo una explicación lógica a lo sucedido en esa final. Nos perdimos muchos goles en los últimos minutos porque hacíamos sentir la superioridad para tener la pelota, pero no concretamos. A veces en un partido llegás dos veces y hacés dos goles y en otras fallás. Talleres era de convertir mucho, porque atacábamos siempre y nunca renunciamos a ese estilo de juego”.

Gracias a sus destacados rendimientos y la calidad de sus goles, a la Pepona le llegó el reconocimiento con el llamado para la selección argentina, en la primera convocatoria de Menotti tras la gloria del mundial, en marzo de 1979. Casi con 30 años cumplía el sueño de vestir la celeste y blanca, donde compartiría el plantel con un joven Diego Armando Maradona de apenas 18 años: “Era una cosa de locos, algo fantástico. Convivimos mucho tiempo y allí pude ver su capacidad futbolística. Tuve la suerte de estar en dos o tres partidos nada más con él, pero con eso ya está, no necesito nada más (risas). Es algo supremo haber estado juntos dentro de una cancha. Más allá de todo lo que se diga con respecto a los otros grandes de la historia, él fue incomparable, porque además de la habilidad, era un valiente dentro de la cancha. En esa época se pegaba mucho, Maradona fue uno de los más castigados y la pedía siempre. La cantidad de infracciones que le hacían eran una cosa impresionante. Los cracks de ahora están mucho más protegidos. Se merece toda la gloria que tiene”.

Unos años más tarde, volverían a cruzarse en un campo de juego como rivales, en un momento trascendente de la vida de Maradona y del fútbol argentino. El debut de Diego en Boca el 22 de febrero de 1981 con goleada 4-1 a Talleres: “Lo que viví esa tarde en la bombonera fue una cosa fantástica. Siempre lo digo y no me avergüenzo, nosotros como equipo del interior cometimos el error de salir primero a la cancha. Estábamos paraditos ahí y cuando entró Boca parecía que temblaba todo, una cosa impresionante. Nos sentíamos chiquitos ante semejante marco y ante un equipo que parecían todos gigantes. Así nos fue (risas). Hice el único gol de Talleres, que fue bastante lindo ante el loco Gatti, pero no valía la pena ni festejarlo (risas), porque era imposible dar vuelta esa partido. Fue lo máximo que viví dentro de una cancha, de ver un espectáculo así desde adentro. Me queda el consuelo que en la revancha les ganamos 1-0 con gol mío en Córdoba”.

Gol de la Pepona frente a Portuguesa de Venezuela. Fue el 24 de marzo de 1976. Cuenta Reinaldi que estaban tan metidos en el partido, que tras el triunfo fueron a comer a la Costanera con Fillol y Jota Jota López y recién ahí se enteraron que se había producido el golpe militar.


Talleres comenzó un lento declive y aquel vestuario de gala iba pasando lentamente al olvido, cambiándolo por otro más proletario, más de trabajo, para sacar puntos para salvarse del descenso, hecho que consumó recién en la fecha final de aquel torneo de 1981. Un par de años más tarde, la Pepona se fue a probar suerte en el atípico proyecto de Loma Negra con Amalia Lacroze de Fortabat al frente: “Éramos el equipo de una empresa, en donde 22 de los 23 integrantes del plantel no pertenecíamos al club. Era todo muy particular porque vivíamos en una ciudad chica y había que hacer 15 kilómetros para ir a practicar, pero contábamos con todas las comodidades imaginables. Obviamente jamás hubo un problema para cobrar: el último día de cada mes estaba la plata. Me fue muy bien, aunque el único inconveniente es que nos quedamos afuera en los octavos de final del nacional. Teníamos un gran equipo con Roberto Saporiti como DT. Yo jugaba en el medio y la delantera era Félix Orte, Mario Husillos (el goleador del torneo) y Pedro Magallanes”.

El año 1984 fue su último como futbolista e iba a estar lleno de condimentos. Tras dejar Loma Negra estuvo el segundo semestre de 1983 en Rosario Central y para la temporada siguiente regresó a Córdoba y a su primer amor. En Belgrano disputó el Nacional, pero fueron apenas tres partidos porque una lesión lo dejó un tiempo fuera de la canchas. Regresó en mayo, ya en el torneo de primera división, nuevamente con la camiseta de Talleres. El 28 de octubre, una derrota con Racing 3-1 motivó el despido de Humberto Maschio como DT y el ofrecimiento de los dirigentes para que la Pepona colgara los botines y se calzara el buzo: “Quedaban pocas fechas y acepté, aunque quería seguir jugando (risas). Yo tenía un contrato para irme a jugar a Colombia en 1985, pero me convenció Amadeo Nuccetelli y pasé a ser el técnico de quienes eran mis compañeros. En el mismo año jugador de Belgrano y Talleres y entrenador de uno de ellos. Viéndolo a la distancia fue todo medio raro, casi para el libro de los records”.

El paso por River de Reinaldi también significó más repercusión mediática, como la producción fotográfica de la revista El Gráfico al lado de la muñeca de la cual tomó su apodo.


El sendero del entrenador siguió casi siempre en la provincia de Córdoba, con algunas excepciones como el paso por Almirante Brown en el Nacional B a comienzos de la década del ’90 o un período en Barcelona de Ecuador. Ahora sigue mirando todo el fútbol que puede, por pasión y por obligación, ya que hace 23 años que es uno de los columnistas de un programa de TV que se emite en Córdoba los lunes por la noche. También su tiempo se reparte entre la tarea como Secretario General del gremio de los técnicos en su provincia y ser el director de la escuela de entrenadores.

Sus goles lo llevaron a la leyenda de su provincia, donde es venerado por la T y la B. Pero también una humildad que mantiene inalterable: “En Talleres yo fui un buen acompañante de grandes jugadores que tenía ese equipo. Hice muchos goles porque tuve fantásticas asistencias de ellos”. Y sobre el final nos regala una sentencia, que deben compartir aquellos que hasta en un simple picado juegan “de 9”: “Para mí los goles no se explican. Se hacen y nada más”.

Y sí. Hay cosas que no se explican y es mejor que sean así. Que mantengan el misterio y la magia. Como la de no necesitar decir nombre y apellido para mencionar a alguien. Y que el trazo de su apodo lo pinte de cuerpo entero. Como a la gran Pepona.

Fuente: Infobae

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