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LA PREGUNTA MÁS REMANIDA: ¿QUÉ PAÍS QUEREMOS?

Chile prospera con un gobierno que acentúa la desigualdad social; Bolivia también prospera (y más) con un presidente que privilegia la elevación de las clases postergadas. Argentina se enfrenta ahora a una elección definitoria en cuanto a su forma de vida. Una vez más, y van....

EDITORIAL 20/10/2019 Isaías ABRUTZKY / Especial para Diario Córdoba
teoria del derrame

Isaías ABRUTZKY / Especial para Diario Córdoba 

Se escucha por lo menos desde hace cincuenta años, y no se ha dado todavía una respuesta explícita por parte de una abrumadora y permanente mayoría, condición ineludible para encausar definitivamente al país. Más allá de lo obvio, claro: toda la sociedad quiere un país sin corrupción, sin delincuencia, que progrese; casi todos los argentinos quieren un país en el que las libertades individuales sean respetadas a rajatabla, y una justicia con los ojos realmente vendados; algunos argentinos quieren un país con pleno empleo, con salarios dignos por derecho propio y un mercado interno pujante. Un sector más pequeño -junto con todo lo anterior- anhela una sociedad igualitaria, en la que la diferencia en lo que gana el 10% más rico de la población respecto de lo que le toca al 10% más pobre no muestre una cifra tan alta y en aumento como se presenta en la actualidad. Y todavía más abajo, aquellos que creen que lo mejor para la Argentina sería dinamitar a los opositores. Por cierto, cada una de estas franjas va midiendo lo que separa la superficie del fondo de la grieta.

El abismo abierto entre ambas orillas fue descripto muchas veces, y para mencionar los extremos ideológicos se nombra a próceres como San Martín, Moreno, Castelli, Monteagudo o Rosas, de un lado, y a Saavedra, Rivadavia, Avellaneda y Roca, del otro. Mas cercanos en los tiempos son Yrigoyen, Perón, Kirchner y Onganía, Videla, Menem, Macri.

La esencia, lo sabemos, es económica y clasista. Un hito en la consolidación de la grieta fue la Constitución Nacional aprobada en 1949, que establecía la “función social de la propiedad”. Hay autores que sostienen que esta fue la causa principal del derrocamiento de Perón. Lo cierto es que esa reforma respecto al texto de original de 1853 (con las modificaciones ocurridas en los años 1860, 1866 y 1898) fue derogada al comienzo de la autodenominada Revolución Libertadora.

Los terratenientes la consideraban una violación al sagrado derecho de la propiedad privada, vigente antes del peronismo. Pero los tiempos se llevaron no solamente esa carta magna sino también las limitaciones que de alguna manera recaían sobre ese derecho, como las derivadas de la nacionalización del comercio exterior instituída durante el peronismo, y hasta las Juntas Nacionales de Carne y de Granos, creación del gobierno conservador de Agustín P. Justo en 1933, para asegurar un precio rentable para los productores, a costa del

Estado.

El otorgamiento de condiciones ultra liberales para la explotación y el comercio agrario culminaron en el gobierno de Mauricio Macri, quien al asumir eliminó las retenciones a la exportación de granos (con excepción de la soja, para la cual se dispuso una reducción gradual de ese impuesto) liberó a los exportadores del plazo vigente para la liquidación de sus ventas, existente durante el kirchnerismo.

La parte social de la grieta viene también de lejos: las opiniones de Sarmiento sobre los indígenas y los gauchos no pueden ser más explícitas. Pero -nada para sorprenderse- recrudecieron con el peronismo. El ascenso económico de las clases menos favorecidas de la sociedad, en particular de los trabajadores -para los que Perón estableció leyes laborales de excelencia: sueldo anual complementario, vacaciones pagas, salario familiar, etc.- disgustó a las clases medias altas y altas, también favorecidas en lo económico por el crecimiento del mercado interno, que se vieron invadidas por aquellos que antes no llegaban al centro de las ciudades, en las que la vestimenta de la burguesía era requisito casi ineludible (a los modestamente vestidos y de poco pulimento social se les impedía el acceso a cines y otros lugares de vida social, y eran blanco seguro de las detenciones “en averiguación de antecedentes”).

Con Perón, las élites agrarias y urbanas debieron soportar al campesino o al obrero mirando a los ojos al patrón, cuando antes no los levantaban del suelo en su presencia; las clases medias tuvieron que bancarse al pobre sentado a su lado en el cine o en el tranvía. Desparecieron también esos muchachones que andaban por las calles y podían ser llamados para hacer cualquier tarea para recibir como pago un sandwich o unas monedas. Y tambien las “sirvientas”, que vivían en una situación de cuasi esclavitud, por algo más (muy poco) que la comida y la habitación.

Y esa grieta se amplió todavía más con el kirchnerismo que, en el poder, puso especial énfasis en la rescatar los derechos de los más postergados.

Terminar con la grieta parece hoy imposible, por más que se lo declame. En la Argentina se incrementó con el macrismo, y hoy vemos como se ensancha en casi toda América. Chile y Ecuador se incendian, y en Brasil la caldera aumenta su presión a niveles alarmantes.

Ojalá que la tarea que ya está acometiendo Alberto Fernández para acercar los bordes de la herida pueda tener un resultado que deje atrás el pesimismo de estas líneas. Sería un gran triunfo para la nación y toda la sociedad que la habita. Del otro lado, un Macri cuyo fracaso en la línea neoliberal es contundente e inocultable.

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