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DIOS Y EL DIABLO, FIGURAS INDEMOSTRABLES

¿Qué lección de caridad le podía dar a la pobre gente con ese cochazo y chofer, esa sensación de opulencia, como si fuera todo él un gran vientre sagrado, una colosal tripa litúrgica vestida con sedas?

PARA LEER EN PANTUFLAS 02/09/2018 José Ademan Rodriguez
hoy

Siendo niño, algunas tardes a eso de las seis, veía al obispo Buteler que iba a visitar a unos parientes suyos y yo me preguntaba: "¿Qué lección de caridad le podía dar a la pobre gente con ese cochazo y chofer, esa sensación de opulencia, como si fuera todo él un gran vientre sagrado, una colosal tripa litúrgica vestida con sedas?". Hombre engalanado para la inutilidad, tenía grabado en el abdomen el sello prominente de la gula y la pereza. No sé si masticaba oraciones o mascullaba los restos de las comilonas que le preparaban. Era la negación del Cristo flacucho de mirada obnubilada que se representa en las estampitas. Me acordaba de lo que dijo el Mesías: “Los zorros tienen cueva y las aves del cielo, nidos; pero el hombre no tiene dónde reclinar su cabeza”. Mirándole entreví que Dios está al lado de los apestados, pero con penicilina y mesa llena. Mis siete años no me permitían calibrar que era unos de los "funcionarios" (o prelado superior, como quieran) de la por entonces multinacional más poderosa del mundo, la Iglesia, dedicada a vender parcelas en el cielo como si las poseyera, no siendo en realidad los dueños.


Pero al menos en la iglesia te enseñaban el ejemplo de Cristo (aunque muchos piensen que éste sólo te puede salvar a través de la lotería o la quiniela). Y resulta difícil comprobar la bondad de Dios, porque hay infinidad de buena gente que terminaron en la miseria por el hecho de serlo. “El seguirte es dar ventaja y el amarte es sucumbir al mal” decía Discepolín. Los que mandan en la Tierra no dejaron nunca de abrazar la idea de que el dinero es como una escalera al cielo y abre puertas a cualquiera que lo posea. Ahora es peor, como si Dios se hubiese contaminado de los hombres, pues creo que la multinacional más poderosa es el narcotráfico: te vende el infierno con forma de paraíso, que te mete por nariz y vena.


Siempre me saludaba aquel obispo... o no me acuerdo bien. La verdad, si lo hacía, me daba lo mismo, ya que me parecía más aficionado al incienso de la buena vida que a los conciertos de arpa que dan los ángeles. No obstante la tripa colosal del sanador espiritual, por aquel entonces (años 48-49) Dios no nos había abandonado (¡y sin sobornarlo, a pesar de seguir siendo argentino!). Mi madre hasta pensó: “Que siga los estudios de bachiller” (cosa impensable antes de Perón para una mujer humilde). Todos los de mi estrato social no solamente tuvimos escuela y bachillerato incluido, sino que conocimos la zapatilla en lugar de la alpargata; también se obtuvieron hogares-escuela sin precedente en el mundo, el estatuto del peón de campo, protección de los productos de nuestra tierra, auge de nuestra cultura popular (tangos sobre todo) y el voto femenino. Jamás se fusiló a nadie, ni siquiera a los que tiraron bombas a los civiles en la Plaza de Mayo. Fidel Castro y Ché Guevara sí los hubiesen mandado al paredón por atentar contra la Patria.


No sé cuándo nos abandonó Dios… si en el 55 o en el 76, cuando pactamos con los demonios de Isaac Rojas o Massera, íncubos de una vírgen Argentina siempre en celo, a pesar de los malos tratos de gobernantes y gobernados. Y eso que desde arriba, o tal vez bien de abajo, los capellanes del ejército recibían la orden de bendecir los sables, salpicando sus cálices con sangre de verdugos. Con sometimiento y obsecuencia se abstuvo el clero ante exterminios colectivos como los de la Operación Cóndor, prohibiendo escandalizados el “operativo condón” impuesto por las sanidades de casi todo el mundo como profilaxis del SIDA. Y sonó tardío y rancio el mea culpa del episcopado argentino; se perdió entre el tumulto del “¿qué me importa?” y el silencio de 30.000 desaparecidos. A Jesús lo hubieran capturado, secuestrado, torturado y tirado al mar, o enterrado clandestinamente, de encontrarse en la Argentina entre el 76 y el 83, sólo por dejarse la barba. ¿O nos abandonó Dios en el gol de Maradona frente a los ingleses por hacerlo con la mano y decir que fue con la ayuda del Supremo Creador, alardeando además de ello?
Se sabe bien que los argentinos tratamos con los estamentos supremos. Sólo para menudencias recurrimos a la Vírgen de Luján o a la de Itatí. Por eso los españoles no habían ganado nunca ningún Mundial en ese entonces. Estos se encomiendan a la Vírgen del Rocío, a la Macarena o a la de Triana. Y los mexicanos, a la Vírgen de Guadalupe. Somos ventajeros: pedimos no sólo a Dios, sino que acudimos a subalternos (Santa Rita, San Cristóbal...). Es espectacular la cantidad de desocupados que van a pedirle laburo en Córdoba a San Cayetano; ¡deberían acudir a pedirle la absolución por vagos! Por tanto, dudamos de que Dios todo lo puede. Establecemos un politeismo encubierto, que va en contra de los Evangelios. Además de improcedente, ¡cuánto gastamos en velas!
¡Qué me iba a imaginar siendo un purrete que el estado católico, al igual que los nazis alemanes, tenían su altar en los bancos suizos, del mismo modo que el estado judío y los protestantes lo tienen en Wall Street!


Sobre los ocho años hice la comunión en la Iglesia del Sagrado Corazón. Junto al padre Juan jamás imaginé el bofetón, que equivale a una "hostia", común en muchos colegios de curas. Recuerdo el olor a cera e incienso, el coro y la habilidad fútbolística del padre Mestre en medio de la jarana del piberío, que alteraba el silencio de templo y el murmullo de las oraciones, ponían su retablo litúrgico-futbolero, retablo que se esfumó con la diáspora inevitable de los años. Cuando el sol caía oblicuo sobre algún vitriolo, era la hora del final del rosario y comienzo del partido de fútbol, no sin antes robar las ciruelas del patio de la iglesia, que nos quedaba de paso.


De niños, ya conocíamos la "atracción frutal" de robar mandarinas y naranjas a la siesta, y tambíen al verdulero que pasaba con su gorra y el carro en cuarenta y cinco grados por el peso, y, lógicamente, el matungo (con cara de empleado público cansado que le repitan que algún día su vida cambiará), seguía, agobiado por la canícula (que con esta palabran se expresan los literatos cuando escriben cultísticamente, no cuando hablan en la mesa de un bar con un amigo o amiga íntimo: sonaría ridículo). El pobre se dormía detrás del Grito Lerdo. "¡A la lina manana! (manzanas). ¡"A lo lino tomate!" (tomates). El pecado más venial que nos llevaba seguro al edén era el hurto de frutas…(lo que son las cosas, por eso a Adán y Eva los echaron del mismo). Bella época de infancia cuando no se conocía aquello de la tasa anual de inflación, sino el tazón de café con leche y pan remojado al regresar del campito cuando la tarde le pisaba los talones a la noche. El carro del verdulero tuvo un sucesor, más manipulable, pero totalmente impersonal: el carrito del supermercado. En la época de látigo y moscas de los verduleros ambulantes, muchos temían morirse de hambre; ahora, temen morir de un infarto.


Ya un poco más creciditos (catorce o quince años), alguna misa de once los domingos, porque "nos hacía sentir bien"; era algo parecido a la "paz interior". Y esperábamos inquietos que acabara pronto, para "mirar a las chicas" en un casto cristianismo de coqueteo, entre el latín, el olor a estearina y el sonido del órgano; faltaba la ambientación musical del Amor Brujo de Manuel de Falla, que sin quererlo conjugó el criterio aquel de buen cristiano “vestir al desnudo” con el de desnudar al vestido… Sólo un místico entregado a la liturgia católica como él podía concebir algo tan cargado de sensualismo alado, tan celestialmente carnal como la Danza Ritual del Fuego. Ahora recordando esas misas de once, les pongo música. Tardé en saber quién era Falla, por mi escasa formación, y sólo sabía que Cataluña era el título de un tema cantado por Lolita Torres.


Ya de adultos, a casi todos nos quedó ese tic muy argentino de persignarse al pasar frente a todas las iglesias, sin entrar jamás en ninguna. Conste que muchos no se persignan por devoción, sino por cagones, pues piensan que, si no lo hacen, “el de arriba” los castigará o no les hará descuento de pecados, aunque es preferible que sean cagones y no fanáticos como algunos musulmanes; pero ninguno practica la fe, sino la superstición. De todas maneras, toditos todos, al decir discepoliano: “allá en el horno nos vamo a encontrar”. Niegan el Evangelio y la condición humana que queda reducida al amor propio, la salud y el dinero para su círculo; el resto que se las arregle, “no son de mi sangre”. De manera que es mejor santiguarse, y no cuesta nada, con la inclusión de la argucia de las moneditas para el indigente del portal de la iglesia con intención de eternidad placentera al morir. ¡Y le regatean unos centavos a la chica de hacer faenas! Esas moneditas no forman parte del culto a Dios: las pide lastimeramente un pedigüeño siervo de Dios “por amor de Dios”. En cambio, todo lo que forma parte del culto a Dios (del portal hacia dentro) es dinero de Dios, es bendito y se recogeen bandeja pulimentada por un “delegado” de Dios, en medio del bisbiseo repetido que hace de contrapunto al latín oferente del cura del altar. Es un acto de recogimiento, no precisamente espiritual... Si la Iglesia estableciera que todos sus fieles (en una cruzada contra la miseria) deben contribuir al menos con el sobrante de sus patrimonios, renunciarían airadamente al catolicismo.


Siempre creemos que el Altísimo nos comprende, aunque a veces se nos cruza la idea de que no es justo, sobre todo al sentarnos a comer y mirar el noticiero del mediodía: es para mandarlo al carajo… Pero nos cubrimos y reflexionamos: “Quizá es para ponernos a prueba con padecimientos”. Creemos con tonta convicción que lo que le pasó al otro nunca nos ocurrirá, o es poco probable que nos ocurra, que nadie es igual a cada uno.Y nos surge aquello de “La nada, nada produce; tiene que haber un Ser Supremo que haya creado todo esto (un caos organizado)”. Y si la nada nada produce, ¿a ese Ser Supremo, quién lo creó? Misterios de la fe… Pocos se han cuestionado quién creó al diablo o en qué idioma se expresa. Y Dios, ¿qué físico tiene? ¿Lleva barbas blancas? ¿Es biónico? ¿Va cubierto con una inmensa túnica? ¿Es un triángulo con un ojo en el medio? ¿O será una estructura monumental de barro? (por deducción elemental si nosotros fuímos hechos a su imagen y semejanza).


Dios y el diablo siempre van juntos, son compinches, coexisten tomaditos de la mano en el cerebro y las pasiones, conformando una suerte de aparejamiento y determinando que el mundo sea un péndulo que oscila entre “la hora de la Bestia y la paz del Señor”: comparten el Apocalipsis y la Bienaventuranza.


Dios y el Diablo están en tus ojos, por eso el paisaje y las personas dependen de cómo los mires. Otras veces se llevan mal, como cualquier matrimonio. El Todopoderoso nos intimida: “¡Arderás en las llamas del infierno!”, que sabemos es una amenaza de mentirijilla, equivalente a cuando de chiquilines hacíamos diabluras y los padres nos decían: “Portate bien que vendrá el hombre del saco”. La “santa” Inquisición tomaba “diabólicas” decisiones. Hete aquí que la supuesta bondad se contradice con el hecho de ser justo, como si las dos cualidades no pudieran fundirse, porque si la primera es infinita, ¿cómo va a ser justicia castigar a unos a quienes, además, les abona el terreno para que sean corderitos con forma de hombre?


¡Temor a Dios! es la primera condición que se exige a los cristianos, que equivale a temor a lo desconocido, precisamente por no conocer nada. Ante esa amenaza, Satán nos guiña un ojo, escondido debajo de algún escote y nos tienta e invita a comprar un descapotable más ligero que el viento, no creo que para que nos endeudemos eternamente y nos hagamos papilla, sino para que lo disfrutemos. ¿Por qué se habla del diablo como del mismo diablo, así como a Dios lo “endiosamos” fanáticamente?.


¿Y cuáles son los premios que nos esperan en el Más Allá? ¿Quién los especificó? Yo ya me doy por muy conforme. No quiero la gratitud de ninguna promesa, no soy tan imbécil. No espero ninguna gracia “llovida del cielo”(menos si viviera en la costa del Pacífico), ni experiencias paranormales, ni energías que flotan. Tampoco creo me castigue: sería distraer su atención por algo tan insignificante como yo; no merezco tamaña importancia de parte del Señor, ocupado en menesteres más acuciantes, como achicar o expandir el universo. Hay que ser agradecido en la vida. Si Dios me hubiera premiado, me hubiera autoimpuesto el compromiso de estar a la recíproca e incondicionalmente, lo cual incluye también ir a misa los domingos.


¿Cómo se puede saber esto de los premios? ¿Y si Dios me premia con mano invisible y me protege sin hacerse notar para no crearme precisamente ninguna obligación hacia Él?


Además, considero que Él toma a la chacota a la mayoría que creen en sus favores: te eleva y te derrumba, te hace tener fe y te acribilla. Lo he imaginado como un párvulo torpe de manos regordetas jugando con el mundo cómo si fuese un mecano, que te cambia el orden y la lógica de la historia (si es que tiene lógica), o encajando cuadraditos en el juego de los cubos (de ahí deben venir los disloques de las placas tectónicas). O como un venerable viejecito con amnesia que se adormila bajo un sol otoñal, olvidándose de orientar los rayos en otra dirección, que no todos somos Franklin y si alguien le acusara de atravesarte con un rayo El Supremo ya sabría cual es la defensa más eficaz: tener un abogado marxista que declare que no existe; y como acto de disculpa colocaría en su sitio los agujeros negros y los meteoritos, por si acaso un millón de años de estos no nos pase lo de los dinosaurios... Sí, quizás sabe el Eterno nuestros nombres y apellidos (debe tener todo informatizado), pero no a quién pertenecen, ni menos cuáles son nuestras pertenencias. ¿Qué me va a castigar Dios?, si mi vida consistió en divertirme un rato, mientras el mundo que me rodea  se lo toma todo muy en serio.


Tampoco me entregaría a los pactos con el diablo, que es un práctico proceder de obtener prebendas. Sé que tanto para el amor como para el odio no hacen falta cielo ni infierno; son dos impostores, como el triunfo y la derrota, tanto en los campos de la vida como en los del fútbol. Es el hombre quien obra mal o bien, lo cual no significa que haya Reino del Mal o del Bien, ni demiurgos ni deidades.


Dios y el Diablo son figuras indemostrables, intangibles, no hay señales evidentes de ninguno de los dos. Ambos son fundamentalistas del bien y del mal, si se mira desde la perspectiva de la magia, la superstición y la ignorancia. A pesar de que estamos en el siglo XXI, se percibe una vuelta al privitivismo místico, que ya recorre el Amazonas y toda la cintura de la América del Sur, en la voz tonante y melodramática de predicadores fundamentalistas católicos y protestantes, que penetran con más peligrosidad que los que talan árboles, pues son infiltrantes y llegan a rincones donde nadie puede llegar, como células cancerígenas que se multiplican a distancia. Según ellos, el hombre ha perdido la “felicidad genuina”... No sé de qué mierda se trata. Si el mundo capitalista es capaz de talar todos los árboles, les dirán a los pobres que es para ver bien a Dios.


Embrutecer es su consigna, volver al Medioevo, llenar de miedo a las personas. Durante la conquista española se invadió la selva con la cruz y la espada; ahora lo hacen con la cruz y frecuencias moduladas. Eso en la selva; en las ciudades, con la gente más descreída, agotados ya los misterios de una fe sin misterios, a la palabra revelada la buscan en las fotonovelas.


Uno de los dos lleva a muchos que nacieron en cuna de oro al altar inmerecido; uno de los dos provocó la desesperanza por un tazón de sopa… ¿Quién muere en gracia de Dios? ¿Los que van al cielo con alitas y castrados, sin la posibilidad de repetir el pecado original como en una ancianidad prematura? ¡A la castidad virginal hay que aderezarla de vez en cuando con besos de lengua! Junto a la ribera blanquecina del mar se tiende la oferta impúdica de cuerpos ardientes. La luz del relámpago precede al trueno y luego de la tormenta vendrá la calma. ¡Pero es de reconocer, cuántas barbaridades vienen del cielo! ¡Y nunca nadie acusó al Supremo de abuso de derecho! ¿Por qué nadie imputó a sus funcionarios el delito de cohecho, asociación ilícita con banda armada, afrenta grave a la humildad cristiana y apología del alcohol en la Eucaristía? Y según expresiones del Abad del monasterio de Montserrat venden las botellas de Aromas de Montserrat por sus propiedades digestivas, al igual que se vende la cerveza como bebida refrescante. ¿Es que éstos también se enmarcan en la divina obediencia debida?


¿Por qué no indultar alguna vez al diablo, para equilibrar las cosas? ¿Cómo? ¡Con resarcimiento de cerilla y carbón! (no vegetal, pues sería atentatorio a la ecología). Nada más purificador que el fuego; hay en él hermosos goces o ¿no es acaso en hornos de fuego donde se cuece el más sabroso pan? ¿Por qué siempre la amenaza del temido fuego? (“¡Arderás en el fuego eterno empujado por el Señor!”). ¡No habrá ni llanto ni rechinar de dientes! ¿Se habló de exorcizar a algún sacerdote por estar poseído por el fundamentalismo cristiano? ¿Cuántos han matado, y matan, en nombre de Dios? ¡Inimputable, pues viene de Dios, y éste no puede ser acusado! Y al encabritarse el suelo y encresparse los mares y ríos (hace algunos años, Holanda casí quedó engullida por las aguas), ¿con los sufrimientos pagamos los pecados y nos purificamos? ¿O el alma sólo se purifica iluminada por las claridades divinas de la Gracia? ¿La niña Omaira se habrá purificado al fin? ¿Habrás sido necesario que Dios interceda a estamentos más superiores?

El Evangelio ha sido puesto como estandarte no sólo por dictaduras, sino por guerrillas nacidas en sacristías, tal el caso de la ETA; y es por todos conocidos que los curas y teólogos de la liberación marxista-leninista alentaron y aleccionaron a los Montoneros en nuestro país en comunidades de base y parroquias. Todos, todos han justificado los más escabrosos crímenes de la humanidad. ¿Es que no hay ningún objetor de hechos divinos-naturales (inundaciones, erupciones volcánicas…)? ¿Y qué me dicen de la intimidación que provocan desde arriba, con amenazas de granizadas contra los sembrados y son sólo tormentas de verano que no cuajan (gracias a Dios)? La cólera de Dios, allá en el cielo, depende más de la capa de ozono que de lo que disponga el Todopoderoso. También hay muchas instituciones responsables de las construcciones que te “amenazan” desde arriba, con el deterioro de los edificios antiguos: cornisas, balcones y fachadas proclives al desprendimiento ya han provocado varias muertes aquí en Barcelona.


¡Qué entramado! Porque tengo entendido que Cristo encarnaba al demonio para los romanos y el Ché Guevara para los EEUU, Hitler era un Dios para los nazis y el marqués de Sade para los perversos del sexo, y los curas del Tercer Mundo tienen el diablo marxista dentro.


Dios y el diablo están en el horizonte del levante y del poniente: uno en el esplendor rosado de las yemas de la aurora y el otro en el rojo bermellón del crepúsculo; o ambos tan poderosos sólo ocupan el espacio breve de una roca al influjo de la lumbre de un ascua en una noche de habaneras en el Empordà. ¿Quién dictará el ritmo que se posa en las caderas? ¿La argéntica apacibilidad de la luna llena? Lo que más templa el espíritu, según dicen algunos, es el goce de la carne.


Dios y el Diablo son la imagen que nos hacemos del bien y del mal, es eso, solo una idea figurada en abstracto que nosotros nos creamos de ellos, pero no quiere decir que uno sea la bondad personificada en las nubes y el otro la maldad reencarnada en una figura llena de fuego y azufre. 

joseademan.blogspot.com
 

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